Ambalavao es una de los pueblecitos de las tierras altas de Madagascar al que le cogimos un cariño especial. Creemos que parte de culpa la tiene la Reserva de Anja, donde pudimos ver un montón de graciosos lemures de cola anillada. De todos modos, al margen de esto, es un lugar muy entrañable con gente muy amable y sonriente.
Las casas de Ambalavao suelen estar construidas en cemento y balcones de madera. Todavía quedan casas coloniales que le dan un ambiente antiguo al pueblo, y si lo mezclamos todo con el color rojizo de la tierra de allí parece que nos hayamos trasladado al lejano oeste.
Cuenta también con una iglesia que se puede divisar casi desde cualquier punto del pueblo, con un terreno cercano en forma de plaza donde aparcan los taxi-brousse así como los pousse-pousse a la espera de nuevos viajeros. Será lo primeros que divises cuando llegues a Ambalavao.
Recordad que en la parada de taxi-brousse hay una oficina de información turística donde recabar información de la Reserva de Anja. Desde allí mismo salen vehículos hasta allí y se llega en poco tiempo.
Por la calle principal es fácil encontrar bares o hotelys donde poder pegar un trago o comer algo. También encontrarás en algunas zonas a ambos lados de la calle gente vendiendo cualquier cosa para comer. Hay que probar los cacahuetes, están de miedo (y baratos).
Dispone de un mercado al que no accedimos al interior, pero lo encontraréis a mitad de la calle principal. Nos entretuvimos fuera viendo a la gente y se nos olvidó entrar… ¡anda que!
Como curiosidad decir que hay una pequeña pared con la imagen pintada de Baden Powell, el fundador de los Scouts. Nos preguntábamos cuando pasamos por allí quien sería aquel personaje; pues ahora ya lo sabemos.
Por lo demás decir que Ambalavao es un lugar muy tranquilo, con la gente muy agradable y que dispone de una biblioteca por la calle principal, cerca del mercado, que hace las veces de cibercafé donde poder conectarse a internet. Por lo demás merece la pena pasear por sus calles y hablar con los lugarenos, casi siempre ataviados con sus sombreros de rafia. Los niños os seguirán a todas partes y os mirarán de forma curiosa, como no podía ser de otra manera.
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