Cap. 18 – Visita a los encantadores lemures de cola anillada

Como una niña pequeña que sabe que va a ir a pasar el día a un parque de atracciones y se despierta pronto incapaz de volver a dormir por la emoción, así me sentía yo aquella mañana. Cuando sonó el despertador llevaba ya casi una hora dando vueltas en la cama imaginándome el lugar que iba visitar. Hasta ese momento todavía no habíamos tenido mucha suerte con los animales autóctonos de la isla, motivo principal de mi deseo de visitar Madagascar; tan solo habíamos visto sifakas en un par de ocasiones y desdichados lémurs que habían ido a parar a manos de inhumanos que los usaban de «atracción turística». Pero según contaba la guía, en la Reserva de Anja vivían tantos lémures que era prácticamente imposible ir allí y no ver ninguno. ¡Qué emoción!

Tras desayunar en la guesthouse fuimos a la estación de taxi-brousse donde una furgoneta vacía esperaba a la gente para partir en dirección a la reserva de Anja. Esperar a que se llenase nos iba a robar demasiado tiempo y más teniendo en cuenta las ganas que tenía yo de llegar. El conductor nos dijo que no había otro taxi más lleno que pudiese salir antes y si queríamos ir de inmediato podíamos pagar los 20.000 ariarys correspondientes a las 20 plazas. Sin convencernos demasiado decidimos acercarnos a la oficina de turismo para ver si por casualidad algún coche con turistas estuviese a punto de salir, con tan buena suerte que encontramos un conductor que nos dijo que nos podía llevar pagando 10.000 ariarys. Siendo la mitad exactamente de lo que nos había dicho el anterior nos convenció enseguida, así que sin pensarlo dos veces montamos en aquella furgoneta y nos fuimos de allí.

Camino de la reserva de Anja
Camino de la reserva de Anja

Tras recorrer los 7 kilómetros de distancia que separan Ambalavao de la reserva llegamos a Anja. Aunque desde la entrada aquello no parecía muy espectacular mi emoción no disminuyó ni un ápice y mis expectativas sobre lo que iba a encontrar allí dentro seguían intactas. Tras contratar al guía, requisito imprescindible para entrar, nos adentramos en el bosque y empezamos la excursión.

Empieza el recorrido por Anja
Empieza el recorrido por Anja

Durante los primeros diez minutos allí no vimos más que un par de ranas y camaleones a los que no presté atención debido a mi impaciencia, y a una pareja de franceses que miraba en vano hacia lo alto de un árbol tras la falsa alarma que había dado su guía. Seguíamos adentrándonos hacia una zona más espesa de bosque cuando de repente el guía subió a una roca enorme situada en medio de unos cuantos árboles y, tras avistar algo, nos hizo un gesto para que sin hacer demasiado ruido nos acercáramos. Y cuando, siguiendo sus indicaciones, llegamos a lo alto de aquel pedrusco apareció ella: en la punta de la rama de uno de los árboles más cercanos una preciosa hembra con dos crías comía fruta totalmente ajena a nuestra presencia. No podía creer que tuviese un lemur catta a tan solo dos metros de mi y, sin hacer falta ninguna foto para verme, se la cara de tonta que se me quedó en aquel momento.

El animalillo, que nos había echado un vistazo pero no parecía demasiado preocupado por nuestra presencia, dio un salto hacia la roca aproximándose todavía más a nosotros y como si quisiera que contempláramos su belleza y ofreciéndonos la oportunidad de verlo de cerca, se quedó allí sentado. Sin duda alguna, eran todavía más bonitos que en cualquier foto o video que hubiese visto antes. El color gris perla de su pelaje, la interminable cola anillada blanca y negra, sus movimientos rápidos, aquella cara de diablillo y la mirada entre tierna y pícara me conquistaron en menos de un minuto.

Lemur con dos crías
Lemur con dos crías

De repente otro par de lémures que entraron en escena para cruzar de un árbol a otro pasando por delante de nosotros nos hizo levantar la cabeza, y de la misma manera que cuando uno mira el cielo de noche y cada vez ve más estrellas empezamos a ver lémures por doquier. En las ramas de los árboles, en el suelo, en la roca, detrás de los arbustos: estaban por todas partes. ¿Dónde se habían escondido hasta entonces? A partir de ese momento estuvimos acompañados durante todo nuestro paseo, no hubo un solo minuto en el que no viésemos algún lémur. Los veíamos pasar por delante, corretear de un lado para otro y algún rezagado que andaba detrás de nosotros buscaba a su familia sin atreverse a adelantarnos. Parecía que los casi 400 ejemplares que habitaban en Anja habían decidido venir a hacer de anfitriones y ante tal desfile de lémures en mi cabeza no dejaba de sonar el “yo quiero marcha marcha”.

Otro lemur
Otro lémur
Lemur caminando mientras Carme graba
Lémur caminando mientras Carme graba
Lemur en su trono
Lémur en su trono
Posando para el fotógrafo
Posando para el fotógrafo

De repente el camino que hasta entonces había sido fácil de recorrer cambio y el bosque dio paso a un paisaje rocoso menos accesible que parecía no gustar tanto a los lémures. Suerte que habíamos decidido ponernos las botas de montaña porque había algunas subidas empinadas por la que las chanclas no hubiesen sobrevivido.

Subiendo por las rocas
Subiendo por las rocas

Y tras visitar unas tumbas Betsileo y en algunos tramos casi escalar, llegamos a la parte más alta desde la que había una vista espectacular de la reserva.

Grabando desde lo alto
Grabando desde lo alto
Foto de rigor en lo alto de las rocas
Foto de rigor en lo alto de las rocas

Después de casi tres horas disfrutando en Anja y finalizada nuestra experiencia con los lémures decidimos volver, así que tras comprobar la ausencia de cualquier vehículo para ir a Ambalavao no nos quedó más opción que sentarnos en la carretera a esperar que llegase un taxi-brousse que fuese en esa dirección. Por suerte no tuvimos que esperar demasiado.

Cara de satisfacción a la vuelta
Cara de satisfacción a la vuelta

Aquella tarde, tras una larga siesta salimos a buscar sin éxito una fábrica de papel que vimos en la guía. En vez de eso lo único que encontramos fue el hotel Des bouganvillees donde tomando unas cervezas se nos hizo de noche. Aprovechamos y nos quedamos a cenar allí, aunque el menú no era mucho más variado que el de nuestro hotel. La tenue luz de las velas hizo que la velada fuese más acogedora.

Máxima concentración...
Máxima concentración…

A la vuelta, Ambositra había oscurecido tanto que sus calles habían desaparecido. Tan solo alguna farola desamparada se ofreció a orientarnos de vuelta a nuestra habitación.

El itinerario de viaje volvía a estar en el aire y yo, ignorante de lo que todavía me deparaba el viaje, pensaba que aquella visita a la reserva iba a ser muy difícil de superar…

275 270 Carme

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