Cap. 02 – Días de templos en la ciudad histórica de Ayutthaya

La última mañana en Kanchanaburi no dio mucho de sí. Tras levantarnos otra vez un poco tarde consecuencia de la larga velada anterior cogimos todo el equipaje y comimos algo en el restaurante Jolly Frog junto a Marcos y Pasquale. Llegaba el momento de despedirse. Minutos más tarde  Toni se despedía desde el tuk-tuk del que había sido su pueblo durante un mes entero: Kanchanaburi. A escasos metros del río Khwae y su famoso puente había encontrado un hogar y una pequeña familia. Para mí también era una despedida, pues mientras nos acercábamos a la estación sentía como me alejaba cada vez más de los elefantes, aparcando ya la experiencia entre las mejores de mi vida y sin saber cuando podría volver a ese precioso lugar que tanto me había marcado.

Habíamos decidido que la siguiente parada sería Ayutthaya, una de las ciudades con más historia de Tailandia, por lo que cogimos un bus no demasiado destartalado en dirección a Supanburi y desde allí una minivan que nos dejó en nuestro destino. Era más económico realizar este trayecto que ir a Bangkok y desde allí a Ayutthaya, además de preferir movernos en autobuses locales que siempre son de nuestro agrado -por lo de estar en contacto más directo con la gente del país- y no en una furgoneta llena de guiris. A pesar de que el viaje no duró muchas horas, el haber salido tarde de Kanchanaburi hizo que ya no pudiésemos aprovechar el día y dejáramos para el siguiente la visita a los famosos templos de la ciudad.

En el autobús rumbo a nuestro nuevo destino
En el autobús rumbo a nuestro nuevo destino

Esquivando a los conductores de los famosos tuk-tuks de la ciudad, esos que parecen el casco de Darth Vader, dimos una vuelta cerca de la parada de autobuses buscando una guesthouse. En el mapa de la guía venían unos cuantos hostales indicados pero huyendo un poco de las típicas recomendaciones fuimos a una con un bonito balcón de madera que creímos que sería ideal sin ser conscientes del tremendo error que cometíamos escogiéndola, de eso no nos daríamos cuenta hasta la noche…

Los originales y exclusivos tuk-tuks
Los originales y exclusivos tuk-tuks
La guesthouse-infierno (que no te engañe la bonita apariencia externa...)
La guesthouse-infierno (que no te engañe la bonita apariencia externa…)

Un tranquilo paseo tras dejarlo todo en la habitación nos llevó hasta el mercado nocturno de Hua Raw. Unas cuantas mesas al lado del río y cocineros preparando exquisitos platos al aire libre y convirtiendo la cocina en un espectáculo tuvieron demasiado poder de atracción como para poder resistirse. Nos dejamos seducir, nos sentamos en una de las mesas y disfrutamos de una cena con un iluminado templo que nos acompañaba a la otra orilla del río. Empezaba bien Ayutthaya.

Eligiendo la cena
Eligiendo la cena

Nada hacía pensar que tras aquella agradable velada íbamos a pasar una de las peores noches de todo el viaje a Tailandia. Al entrar en la habitación, el calor y la humedad impactaron en nuestra cara como un bofetón. El ambiente entre aquellas cuatro paredes en las que tan solo había una pequeña ventana era tan denso que se podía masticar. Respirar allí dentro costaba, e intentar dormir en aquel dormitorio era como tratar de hacerlo en una sauna. En una esquina, un impotente ventilador movía sus aspas de manera inútil, pues ni refrescaba ni conseguía hacer viento con aquel espeso ambiente impenetrable como una gruesa muralla. Las sábanas y la tela de la mosquitera se pegaban a nuestra piel y ni tan solo una ducha con agua helada nos refrescó.

La noche transcurrió entre cambios de postura, resoplidos de agobio y viajecitos a la ducha -en el exterior y compartida- para intentar rebajar la temperatura de nuestro cuerpo y no llegar al colapso, pero no conseguimos de ninguna de las maneras echar una cabezada de más de 20 minutos. Cuando todavía no eran las 6 de la mañana Toni, al borde de un ataque de nervios, se largó en busca de cualquier guesthouse donde al menos se pudiese respirar. Al cabo de un rato vino para decirme que ya teníamos nuevo alojamiento con una cama bien grande, un buen ventilador, unas enormes ventanas, un bonito jardín y un precio solo 100 bahts más caro, así que nada mas abrieron recepción nos fuimos de aquel infierno en dirección a Baan Lotus guesthouse, un hostal a solo 300 metros de donde estábamos y con habitaciones de madera espaciosas y mucho mas ventiladas.

Ohhh una habitación decente...
Ohhh una habitación decente…

Tuvimos que descansar un rato antes de salir a ver templos porque necesitábamos reponernos del infierno que se había convertido la noche anterior, y mientras desayunábamos en el porche vimos llegar al extrovertido Lars. El alemán, que enseguida se convirtió en uno de los mejores amigos que hicimos en Tailandia -y que terminó siendo nuestro compañero de viaje durante una semana- se apuntó al plan de ir a visitar algunos templos en un tuk-tuk contratado en la misma guesthouse, así que un par de horas más tarde, cuando llegó el conductor, salimos junto a otras dos parejas más a hacer la primera toma de contacto de los templos de esta ciudad histórica. Era mediodía y el sol empezaba a calentar, y desde dentro del vehículo, aunque estuviese en marcha y refrescara el viento, se intuía el calor que íbamos a pasar. Y así fue.

De turismo en tuk-tuk
De turismo en tuk-tuk

Viendo las ruinas de estos templos uno puede imaginar la gloria de Ayutthaya hace unos cuantos siglos, ciudad que durante 400 años fue capital de Siam. Imágenes de buda enteras o con amputaciones, ofrendas por doquier, creyentes orando y centenares de turistas eran el denominador común de cada uno de los templos que visitamos: el Wat Phanan Choeng, el Wat Chai Wattanaram y el Phu Khao Thong con sus impresionantes vistas, el Wat Lokayasutharam o el Wat Yai Chai Mongkhon en el que descansa un largo buda reclinado de 7 metros.

Subiendo a la gran estupa del Wat Yai Chai Mongkhon
Subiendo a la gran estupa del Wat Yai Chai Mongkhon
Y contemplando las innumerables imágenes de buda del templo
Y contemplando las innumerables imágenes de buda del templo
¿He dicho alguna vez que me gustan los elefantes?
¿He dicho alguna vez que me gustan los elefantes?
¿Seguro?
¿Seguro?
En el templo chino que hay junto al Wat Phanan Choeng
En el templo chino que hay junto al Wat Phanan Choeng
Junto al inmenso buda reclinado de Wat Lokayasutharam
Junto al inmenso buda reclinado de Wat Lokayasutharam
En las escaleras del inmenso Wat Phu Khao Thong
En las escaleras del inmenso Wat Phu Khao Thong

La última de todas las paradas, totalmente prescindible -opinión que cada vez tengo más clara después de pasar un mes con estos animales-, fue en un cercado de elefantes. A medida que nos íbamos acercando y me daba cuenta de donde estábamos entrando la expresión de mi cara cambiaba, y ya cuando llegué y vi la mirada de los elefantes terminó rompiéndome el corazón.

La "granja" de elefantes de Ayutthaya
La «granja» de elefantes de Ayutthaya

La gota que colmó el vaso fue ver como un mahout daba órdenes a un elefante de no más de 6 años que movía la trompa y las patas como si de un espectáculo circense se tratase y cuando el animal se acercó haciendo gestos reclamando dinero no pude sentir más que pena, impotencia y vergüenza del ser humano. Imaginar a Johnny -uno de los elefantes más jóvenes de Elephants World- “haciendo el mono para diversión de los turistas” en aquel sitio no hizo más que empeorar la situación, y con cara de asco y consciente de que esta iba a ser la primera de muchas veces en las que me iba a tropezar de cara con la realidad de estos animales subí resignada al tuk tuk. Al fin y al cabo era lo que tantas veces les habíamos contado a los turistas en el santuario de Elephant’s World.

Ya se había hecho tarde y cansados de ver tantos templos y con el mal sabor de boca que nos había dejado la última visita pedimos al conductor que nos dejara en la guesthouse. Era un poco más pronto de lo previsto, pero estábamos completamente saturados y una cerveza en una terraza era algo que nos apetecía mucho más. Al ver que bajábamos Lars decidió bajar con nosotros y una pareja de chicas decidieron lo mismo. La última pareja continuó la marcha en solitario.

Aquella noche, después de las cervecitas y una refrescante ducha posterior y para rematar un día muy fructífero -al menos a lo que templos se refiere- fuimos a cenar otra vez al mercado nocturno, esta vez con Lars, y más tarde a tomar una copa en la terracita de un bar acompañados de música. Empezaba nuestra amistad con nuestro amigo alemán, muy diferente al estereotipo que teníamos en mente sobre la gente de este país.

De cervezas con nuestro amigo Lars
De cervezas con nuestro amigo Lars

El día siguiente, cuando nos dirigíamos al restaurante de la guesthouse para desayunar, vimos la sorpresa que nos había dejado Lars en la entrada de nuestra habitación. En un trozo de papel -pegado a nuestra puerta- se despedía de nosotros y hacía una predicción que se cumpliría unos días más tarde, volvernos a ver en otra parte de Tailandia. Nos hizo mucha gracia esa nota y no tardamos ni un segundo en guardarla en nuestro diario de viaje para no perderla y tener siempre ese bonito recuerdo de nuestro amigo.

La nota que nos pegó en la puerta
La nota que nos pegó en la puerta
Al final se cumplió su "profecía"
Al final se cumplió su «profecía»

Le deseamos buena suerte aunque fuese telepáticamente y emprendimos la marcha; a nosotros todavía nos quedaban cosas interesantes por ver en la ciudad como el Wat Phra Mahathat -o más conocido como el templo de la cara atrapada entre raíces-, seguramente el más popular y visita que consideramos obligada.

Tras desayunar en Baan Lotus alquilamos un par de bicicletas a los mismos propietarios de la guesthouse. Habíamos decidido ir pedaleando puesto que ese día solamente íbamos a visitar ese templo y así podríamos hacerlo con tranquilidad, disfrutando de la ciudad y a nuestro ritmo. Procuramos no salir demasiado tarde para no tener que soportar el calor de mediodía, pero fue imposible con el soleado día que había salido.

La entrada del templo -como no podía ser de otra manera- estaba abarrotada de vendedores y turistas que se amontonaban en la ventana en la que se vendían las entradas y, aunque el precio de éstas no era excesivo, cabe recordar que en cada uno de los que habíamos entrado el día anterior nos habían hecho pagar. Solo unos pocos tienen el honor de ser gratuitos. En este templo, además de la famosa cabeza de arenisca atrapada entre las raíces de un árbol, había muchos otros budas decapitados y uno se preguntaba donde habrían ido a parar el resto de cabezas.

La famosa cabeza de buda en las raíces
La famosa cabeza de buda en las raíces

Dimos una vuelta por el recinto que a estas horas ya rebozaba de gente y en un rincón con un poco de sombra nos sentamos a contemplar el paisaje. A nuestro lado, un grupo de jóvenes monjes visitaba también el lugar y contemplaba la belleza de las ruinas. Entre tanta piedra amontonada, y budas desmenuzados uno se entretenía recreando en su mente la antigua ciudad en vida.

Descansando al lado de los monjes
Descansando al lado de los monjes

Tras dar otra vuelta para terminar de hacer el reportaje fotográfico y sedientos como estábamos nos despedimos del templo y entramos en Coffee Old City, un local cercano con el aire a acondicionado a tope en el que tras tomarnos un refresco decidimos quedarnos a comer. Fue una buena elección porque disfrutamos de la comida, del relajado ambiente y de la simpatía de sus dueños.

Refrescándonos del calor en el Coffee old city
Refrescándonos del calor en el Coffee old city

Ya con la temperatura del cuerpo rebajada y considerando que ya teníamos el cupo de templos completo volvimos al porche que teníamos frente a la habitación de la guesthouse y pasamos la tarde trabajando con el ordenador hasta que se hizo de noche. Un par de refrescantes cervezas fueron la guinda del momento.

Recopilando la información que ahora estáis leyendo ;-)
Recopilando la información que ahora estáis leyendo ;-)

Nos despedimos de esta ciudad histórica con una cena en un restaurante de la avenida principal, cerca de la primera habitación que estuvimos y cerca también de la parada de autobuses, y entre canción y canción del grupo que tocaba aquella noche empezamos a pensar en nuestro siguiente destino: Lopburi -y sus famosos habitantes, los monos-.

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