Cap. 21 – Los indris de Analamazaotra y una visita inesperada

Por fin llegó el día de conocer a los indris y, tal y como nos habían aconsejado, a las siete de la mañana estábamos en la entrada de la Réserve Spéciale d’Analamazaotra porque si queríamos ver y escuchar a estos míticos animales la mejor hora del día era esa. En la entrada de la reserva unas instalaciones con una exposición que explicaba la situación actual de los indris y las leyendas en torno al mayor lémur de Madagascar daban la bienvenida a los turistas.

Uno de los paneles informativos
Uno de los paneles informativos

El primer paso era encontrar un guía que hablase inglés, lo que nos resultó fácil y fue rápido pues todavía no había llegado mucha gente por allí a esas horas. Tras comprar una entrada para un par de días y así poder ver también el Parque Nacional de Mantadia al día siguiente, Sted, el chico que nos iba a acompañar, nos pidió que le siguiéramos. El chaval, que no debía tener más de 22 años pero que pronto nos demostró con sus conocimientos de la flora y la fauna del lugar estar más que preparado para dicha tarea, nos enseñó un mural donde estaba dibujada toda la reserva y nos explicó los tres recorridos que se podían realizar. Nos convenció el segundo de los circuitos, pues en éste se podían ver dos familias de indris y otras especies de lémures y no se tenía que andar tanto como en el tercero. Lloviznaba un poco, pero nada preocupante, así que cogimos los equipos de foto y vídeo y enseguida empezó la marcha.

El circuito que cogimos, ya en la reserva
El circuito que cogimos, ya en la reserva

El espeso bosque se abría paso a través de un sendero de piedras casi completamente enterradas por hierbajos y moho por el que a paso ligero e intentando no resbalar íbamos siguiendo al guía. No tardamos mucho en escuchar el grito estremecedor de los indris que se oía entre las ramas de los árboles mientras se comunicaban unos a otros. El tono agudo al que llegaban aquellas ensordecedoras voces y que nos recordaba al sonido de un trompeta de juguete, era estridente y fascinante a la vez y seducidos como si del canto de una sirena se tratase buscamos el origen de tan desgarrador aullido. Solo tuvimos que andar unos cuantos metros más para encontrar a estos cantarines animales, pues el guía con su sorprendente capacidad de localizar cualquier animal señaló a lo alto de un árbol y por fin vimos a la primera familia. Allí estaban los enormes babakotos (padre de koto), nombre con el que es conocido este animal en Madagascar debido a varias leyendas que existen en torno a él. Más tarde descubrimos que la palabra indri significa “mira ahi” en malgache, y que lo conocemos así porque el explorador francés Pierre Sonnerat creyó que se trataba del nombre del animal cuando un guía gritó “indri, indri” mientras señalaba un ejemplar.

El primer indri que vimos
El primer indri que vimos
El indri más de cerca
El indri más de cerca

Durante diez minutos enteros en los que no conseguí cerrar la boca, permanecí observando a la familia de tan singulares animales. Eran bastante más grandes que los lémures catta y a diferencia de aquellos, la cola de estos era solo un vestigio que apenas se veía desde la distancia. Sus ojos redondos y grandes destacaban sobre su cara y sus orejas oscuras, y su pelaje era blanco y negro.

Una pareja de indris
Una pareja de indris

Al guía le costó convencernos para movernos de allí, pues había algo hipnotizante en esos animales y su canto, pero al recordar que había otra família por allí cerca nos despedimos de ellos y seguimos la caminata.

Habíamos salido del camino marcado por las piedras y nos habíamos metido en plena jungla por donde troncos caídos y lianas nos impedían a veces el paso. Pero tener que sortear obstáculos no importaba nada si teníamos la oportunidad de disfrutar con la fauna de aquel lugar, pues durante nuestro paseo vimos a la otra familia de indris y unos cuantos ejemplares de lémur pardo común hiperactivos que nos mantuvieron entretenidos un buen rato intentado hacerles una foto. A esta colección de animales se le añadía un par de decenas de ranas que, muy a mi pesar, nada tenían que ver con la tomate.

Los revoltosos lemures
Los revoltosos lémures
Uno de los lemures en la rama
Uno de los lemures en la rama
Vista de cerca del simpático lemur
Vista de cerca del simpático lémur
Una pequeña rana
Una pequeña rana

Terminamos la vista a la reserva de lo más contentos, pues al margen de todos los animales que habíamos visto nos alegramos de no llevar encima ninguna sanguijuela. Hasta el guía se sorprendió al ver que no habíamos encontrado ninguna. Así que a la salida nos dirigimos al hotel Feon’ny Ala para ver si tenían habitaciones, y tras comprobar que había una cabaña libre decidimos dejar la casa de madera en el pueblo y hacer el traslado. Aquel hotel de bucólicas casitas y cercano a la reserva era perfecto para pasar las últimas noches del viaje, estábamos seguros.

Nuestro nuevo alojamiento
Nuestro nuevo alojamiento

En la terraza del restaurante del hotel, desde la que se podía ver el bosque a la perfección, comimos y pasamos parte de la tarde mientras observábamos a grupos de lémures saltarines que de vez en cuando se acercaban a los árboles más cercanos al hotel. Las vistas desde allí eran espectaculares.

Toni muy atento a los lemures...
Toni muy atento a los lemures…

Después de cenar nos acordamos de la media botella de ron que seguía esperándonos en la habitación, así que la sacamos de la mochila y nos sentamos en el porche de nuestro nuevo “bungalow”. Ya había oscurecido, pero aun así la luz de la luna nos permitía disfrutar del magnífico escenario en el que estábamos ahora.

Enfrente de nosotros la reserva de Analamazaotra resguardaba a especies protegidas mientras dormían y nosotros nos dedicábamos a observar la belleza de aquel lugar en silencio, hasta que de repente una sombra nos llamó la atención. Algo muy pequeño se acercaba a nosotros ¿qué era aquello? ¿un camaleón?. De repente, el animal paró a un metro de distancia y nos miró. Ahora parecía mas bien un ratón. Tras un par de segundos escasos, tiempo suficiente para que nuestras pupilas se adaptaran, nos dimos cuenta de que lo que teníamos delante era un lémur nocturno. Y sin poder salir de mi asombro grité: ¡Corre la cámara! Pero se fue con la misma sigileza con la que había llegado y sin darnos tiempo a hacerle una foto. Cuando Toni sacó la cámara el lémur ya se había escondido en algún lugar que nunca encontramos.

La visita del pequeño animal nos sacó una sonrisa a ambos, que nos fuimos a la cama felices por haber visto tantos animales en un día. Sin duda estábamos en racha, ¿porqué no íbamos a encontrar el día siguiente un fossa?

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