Cap. 22 – Y llegó la despedida: adiós Camboya

Todo lo bueno se acaba y el final del viaje se acercaba, era nuestro último día en Camboya y después de tanto no sabíamos que hacer. De Phnom Penh habíamos visto muchas cosas: sus monumentos, sus museos, los campos de exterminio, el palacio real, el paseo fluvial, sus mercados… como cualquier mochilero nos habíamos perdido por sus calles, habíamos comido en muchos sitios, nos habíamos sentado en sus bares y habíamos conocido a su gente y sus monjes budistas. Incluso llegamos a visitar una de sus ONGs. Nos habíamos empapado de la capital, pero ese día no sabíamos que hacer.

Toni con los monjes
Toni con monjes budistas en uno de nuestros paseos por la capital

Nada más levantarnos recordamos que justo enfrente de Blue Dog guesthouse había una callejuela que daba a lo que parecía un barrio de monjes escondido dentro de una manzana de calles. Cogimos las cámaras y decidimos adentrarnos a ver que era aquello. Fuimos paseando por lo que más que calles eran caminitos y confirmamos que la mayoría de gente que vivía por allí eran monjes. Lo supimos porque en los balcones de las casas había  telas naranja colgadas al sol para secarse. Llegamos a una pequeña plaza en la que había un edificio con la puertas abiertas y curioseando nos dimos cuenta de que eran aulas en las que estaban dando clase los más jóvenes. Con un poco de morro Toni consiguió que le dejasen entrar para hacer alguna foto. Seguimos paseando por allí dentro, observando las figuras que tenían allí guardadas en un patio y finalmente llegamos a la otra parte.

La escuela de monjes
La escuela de monjes

Salimos y nos fuimos a desayunar al Equinox bar, cuyas paredes estaban repletas de fotografías hechas a través de cristales jugando con los reflejos. Recuerdo ese desayuno porque fue tan sabroso como creativo. Nos sacaron los platos con una presentación tan digna como la de una buena cena en un restaurante de vanguardia.

Los deliciosos desayunos del Equinox
Los deliciosos desayunos del Equinox

Hicimos cuentas y para nuestra sorpresa nos sobraba algo de dinero del presupuesto marcado, así que decidimos comprar algunos souvenirs más y un par de esas hamacas de tela que tanto nos gustaban. El hijo de Tee fue quien nos acercó al mercado ruso. Nos dejó en una de las puertas de entrada que nos aseguramos en identificar para no volvernos a extraviar a la salida como el último día, y una vez orientados nos adentramos en el laberinto de pasillos. Otra vez el impacto visual de los centenares de montones de ropa a ambos lados que me hacían sentir microscópica, sin suficientes ojos para seguir viendo lo que ya había empezado a observar la primera vez y preguntándome como iba  a ser capaz de elegir algún regalo más entre tantas cosas.

Me faltaban piernas para seguir a Toni que más que disparar ametrallaba hacia las telas y a las maquinas de coser, a los dependientes y a los compradores, a izquierda y derecha. Volvimos a pasar por los mismos sitios pero esta vez observando cada detalle y cuando llegamos a la “sección de souvenirs” hicimos algunas compras más para terminar con los regalos para amigos y familiares.

Hablando con la señora de los souvenirs
Hablando con la señora de los souvenirs

En el centro del mercado había unos puestos de comida donde paramos a bebernos una cerveza. Allí sentados, inmóviles, observamos durante un buen rato el ajetreo del lugar. Tal y como me comentó Toni, cuando viajas con poco tiempo y vas de un lugar a otro sin pausas, como llevando una especie de “guión”, no llegas a apreciar realmente lo que está aconteciendo a tu alrededor de la misma manera que si paras, te relajas y dejas que pase el tiempo sin prisa. Era la segunda vez que visitábamos el mercado y me parecía un lugar diferente. No nos habíamos percatado de la forma en que dialogan una vendedora y la mujer que está comprando, sus gestos, sus risas. Tampoco habíamos visto como cocinaba la gente en los puestos de comida un sinfín de productos de lo más peculiares. No nos habíamos dado cuenta de cómo «estudiaba» una niña en “su casa”, un rincón del mercado que hacía a la vez de vivienda, mientras sus padres cosían y cosían prendas de vestir.

La niña haciendo sus "deberes"
La niña haciendo sus «deberes»

Después del tentempié y paseando otra vez por los callejones vimos un puesto de telas. Se nos ocurrió que con el dinero que nos había sobrado podíamos comprar un par de hamacas de tela, más cómodas que las de cuerda que habíamos comprado en Kampot y que quedarían geniales en nuestro salón. Nos pusimos a mirar los colores y al final las que nos convencieron fueron una roja y otra verde. Aunque tuvimos que cambiar las cuerdas que ya les costaron un batacazo a un par de personas, ahora con un par de cintas de correa siguen colgadas en nuestro salón y en ellas hacemos siestas maravillosas.

Cuando salimos de allí el conductor dormía plácidamente con las piernas por fuera del tuk-tuk y fue al llegar a su altura, cuando de repente nos vió, dió un salto y nos hizo un gesto para que pasásemos al interior del vehículo.

El resto del día ya no hicimos nada más que holganzanear. Dejamos los trastos que nos sobraban en la guesthouse y nos fuimos como buenos clientes que ya éramos al Liquid bar, y si hicimos algo esa tarde no fue más que dar una vueltecilla e ir al ciber a buscar alguna guesthouse de precio asequible en Bangkok. Luego quisimos visitar el Monumento a la Independencia, una réplica de una de las torres de Angkor Wat, que se erigió en conmemoración de la independencia de Camboya de Francia. Y si no recuerdo mal aún tuvimos un rato para hacernos una buena siesta de un par de horas hasta la hora de cenar.

Toni con la chica de Liquid
Toni con la chica de Liquid

Más por no quedarnos la última noche en casa que por hambre salimos a la calle en busca de un restaurante vietnamita que venía en la lonely planet. Estuvimos un rato buscando por donde según entendíamos en la guía debía estar, pero cuando desistimos en la búsqueda preguntamos y nos dijeron que ya no estaba. Al final terminamos comiendo en un restaurante indio en la esquina de la calle del Blue Dog que, aun sin tanta decoración como el Kamasutra ni tanto ambiente como en Siem Reap, seguía  estando igual de bueno. Y allí, con el restaurante vacío solo para nosotros pero con toda la familia india que lo regentaba, disfrutamos de la última cena en Phnom Penh, auque la del día siguiente en Bangkok iba a ser mucho mejor.

Cenando en el restaurante indio
Cenando en el restaurante indio¡
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6 comentarios
  • Hola Jose! estamos en casa por fin después de unas semanas intensas por India, perdón por el retraso!

    La verdad es que nosotros no hemos estado en las playas de Tailandia así que no creo que seamos los mas adecuados en contestar porque no podemos comparar, pero viendo algunas fotos que hay por la web me atrevería a decir que deben ser mas espectaculares que Sihanoukville. En realidad cuando nosotros estuvimos no era temporada y el tiempo no acompañó para nada así que nos fuimos de allí con sensación de no haber podido disfrutar. A mi las playas de Otres o Serendipity no me llegaron a sorprender como esperaba, nada de aguas cristalinas ni tranquilidad, porque a todas horas alguien te quiere vender algo. Aun así tuvimos unos días de descanso, pero ya te digo, era el mes de septiembre…

    Sobre el alojamiento siempre estuvimos en guesthouse de precio económico y no tenemos ninguna queja!

  • me voy al sudeste de asia en 2 semanas y buscaba informacion sobre camboya y la verdad que vuestro trabajo es extraordinario!!que tal el alojamiento?merece la pena ir a sihanoukville despues de haber pasado por las playas de thailandiaa?

    muxas gracias y muy buen trabajo

  • estaba haciendo una investigacion sobre cambodia y sus descripcion de los viajes de verdad , hicieron que reacreara el paisaje…

    Excelente !!!

  • Gracias por el comentario!

  • De verdad que cada relato de este blog hace tan vívido Camboya. Se siente como si se estuviera allí. Las imágenes ni se digan. Buen trabajo.

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