Cap. 06 – Kompong Cham, entrando en la Camboya más profunda

A las 7:00 nos vino a recoger una pick up a la guesthouse para llevarnos a una de las estaciones de Phnom Penh, pero el autobús no salió hasta una hora más tarde. Creíamos que en un día nos había sobrado tiempo para ver la capital, pero no nos dimos cuenta de las cosas que nos habíamos dejado por descubrir hasta la segunda visita al final del viaje. De momento dejábamos el ajetreo de la ciudad para adentrarnos en la Camboya más pura, la auténtica y genuina. Nuestra siguiente parada era Kompong Cham o “puerto de los cham”, capital de la provincia que lleva el mismo nombre, situada a orillas del Mekong a unos 120 km al noreste de Phnom Penh y punto estratégico para el comercio hacia la capital de Camboya.

Empezamos con los autobuses destartalados
Empezamos con los autobuses destartalados

La distancia hasta nuestro próximo destino no era excesiva, pero el pésimo estado de las carreteras y el autobús que parecía haber sobrevivido siete guerras hicieron que se alargara un poco más de lo previsto. La poca seguridad vial, más bien nula, la menor conciencia de los peligros y la falta de medios de transporte decentes, no hacen que una carretera mala y un autobús aun peor sean un impedimento para desafiar cualquier ley física y pretender que el autocar alcance una velocidad imposible. Aun así tardamos cuatro horas para recorrer lo que aquí se puede hacer perfectamente en una hora.

El pueblo de Kompong Cham es pequeñito, tanto que cuando el bus estaba entrando lo oyeron todos y vinieron enseguida al acecho; aun no nos habíamos levantado del asiento y la gente ya nos preguntaba por la ventana si necesitábamos una moto o si queríamos comprar algo de comida. Viéndonos venir el percal, habíamos sido previsivos y antes de llegar ya habíamos buscado en la Lonely Planet un sitio para alojarnos, así que nada más bajamos nos escabullimos de la muchedumbre y partimos hacia la zona del río. ¡¡¡Cuantas veces antes habíamos dormido al lado del Mekong!!!

Entrada a Kompong Cham
Entrada a Kompong Cham

Fuimos cautelosos a la hora de coger la habitación y pedimos verla, ya que había un par de hostales juntos y como el primero no nos convenció fuimos al segundo, y menos mal, ya que por un solo dólar más tuvimos una habitación con las camas más grandes y mucho más limpia en Phnom Prak Irochak Chet guesthouse. Mr. Chhaylim, hijo de los dueños de la guesthouse, conductor de tuk-tuk y firme candidato a ganar el guinnes de los récords de uñas largas, se ofreció  a llevarnos a ver los  alrededores del pueblo así que nos fuimos con él. Chhay, “like Chi-na”, que así es como se nos presentó, se esperó a que almorzáramos algo y nada más terminar partimos a ver el extrarradio. Con su peculiar inglés de acento oriental, que no por ello incorrecto, nos explicó lo que nos iba a mostrar, aunque luego tuvimos que cambiar un poco el plan por las lluvias.

Comenzamos el trayecto con el tuk-tuk
Comenzamos el trayecto con el tuk-tuk

Cruzamos el larguísimo puente que atraviesa el Mekong, el primero y último que vi, y después de pasar el viejo faro francés desde el que se tiene una panorámica fantástica, nos fuimos en dirección a las plantaciones de caucho. El camino era largo y tardamos un buen rato en llegar, pero una vez allí pudimos observar como recogen este producto. Se hace un corte en el tronco para que aparezca la savia y luego esta se desliza por un hilo que le marca el camino hasta el cubo que la recoge en el suelo.

Recolección de caucho
Recolección de caucho

El mal tiempo volvió a hacer acto de presencia y nada más volver a subir al tuk-tuk volvió a caer una buena. Más inoportuna que nunca, la lluvia nos fastidió porque tuvimos que poner las telas para no mojarnos y no pudimos disfrutar del paisaje tan hermoso que había por allí.

Nos seguía una moto en medio del diluvio
Nos seguía una moto en medio del diluvio

Al bajar del vehículo estábamos aturdidos de tanto salto allí dentro, todo cerrado y con el único entretenimiento de la cámara de vídeo. Asomamos la cabeza y vimos que por fin el agua nos volvía a respetar y nos dejaba ver con tranquilidad la pagoda de madera, el Wat Maha Leap. Aunque la Pagoda de Plata ya nos impresionó poco y esta tenía pocas opciones, no dejó de parecernos un templo hermoso, sobretodo por su historia. Nos contó Chhay que a pesar de ser de madera consiguió sobrevivir al dominio de los jemeres rojos porque durante ese tiempo fue reconvertida en hospital. Allí murieron muchos jemeres que fueron obligados a trabajar en campos de los alrededores.

Entrada a la pagoda de madera
Entrada a la pagoda de madera

Mientras andábamos alrededor del templo pudimos ver como los monjes preparaban el recinto para las celebraciones que iban a tener lugar los siguientes días, y los niños contentos nos saludaban y nos perseguían detrás de las cámaras. Vimos también unas canoas que guardaban allí, según nos contó para hacer competiciones entre pueblos en Phnom Penh. Había una vieja y una nueva. La vieja, de 50 personas de capacidad ya no se utilizaba. La nueva, con capacidad para 70 era la que utilizaban ahora, y si no fue un embuste del guía para jactarse, este poblado quedó segundo el año pasado.

Barcazas para competir
Barcazas para competir

El camino de vuelta fue de lo más divertido, lo que más tarde se convirtió en una costumbre ese día fue la novedad. Ya no llovía y por fin pudimos levantar las telas y fue a partir de entonces cuando descubrimos a los camboyanos, más concretamente a la juventud. No hubo un solo niño en los 20 km de trayecto hasta Kompong Cham que no nos saludase al pasar, con la mano levantada y gritando “Hello”o «Sua s’dei» en jemer, el idioma oficial de Camboya. Ni la fallera mayor de Valencia, que digo, ni los mismísimos reyes de España hubiesen repartido tantos saludos por metro cuadrado como hicimos nosotros. Algunos nos veían llegar de lejos y emocionados bajaban corriendo de las cabañas para llegar a tiempo de saludarnos. Que inocentes, solo con que les contestases el saludo ya se iban de los más contentos. Guardo un bonito recuerdo de ese rato.

Saludos
Saludos
Y más saludos
Y más saludos

Media hora más tarde estábamos de vuelta, pero antes de dejarnos en algún sitio para comer Chhay nos paró en una barriada musulmana de las afueras. Curiosísimo, sobretodo cuando tienes asociadas las facciones asiáticos al budismo y no a los velos ni las chilabas. El ambiente allí era diferente, no se si por el modo en el que nos miraba la gente que parecía que hacía tiempo que no recibían visitas, o simplemente que en vez de pagoda había mezquita. Recorrimos algunas casas para ver como unas mujeres mayores  hacían faldas y kramas con telares en la parte inferior de la cabaña, y nos recibieron con una sonrisa pero sin parar un segundo de trabajar.

Mujer confeccionando telas
Mujer confeccionando telas

El krama es un pañuelo de cuadros típico de Camboya hecho de algodón que se usa para casi todo, aunque también puede ser de seda y del color que se quiera. La mayoría de ellos se fabrican en la provincia de Kompong Cham, pero se pueden comprar en todos los mercados o tiendas de souvenirs del país. Cada viajero que pasa por Camboya compra alguno de recuerdo ya que es algo muy representativo y se encuentra en cualquier rincón; la gente lo usa para todo: de gorro, para protegerse del sol, de bufanda, de pareo, de toalla para secarse, para atar objetos, de cinturón, para llevar al bebe en brazos… yo lo he llegado a ver a modo de asiento extra en la moto atando cada extremo del pañuelo en un lado del manillar quedando en medio suficiente espacio para sentar a un niño. Tan ingenioso como peligroso creí que había sido una ocurrencia ocasional y temeraria de alguien, pero  una foto de Steve McCurry con un niño en la misma posición me confirmaba que no era algo casual.

Retrato de un señor con el krama
Retrato de un señor con el krama

Ya era tarde para comer; paramos en el Hao An Restaurant, un restaurante con mezcla de comida jemer y china y pedimos un par de platos típicos. El restaurante era muy grande pero a esa hora estaba vacío, solo nos hacían compañía los cangrejos y los peces que había en la pecera.

Después de conectarnos un rato a Internet  en un ciber y de ver el mercado del pueblo nos dirigimos al paseo fluvial a relajarnos un poco, y y tal y como dice la Lonely planet, nada más sentarnos apareció Mr. Vannat, un guía local. Estuvimos charlando con él y nos comentó un poco las ofertas  para subir al este del país. Se ofrecía a llevarnos hacia Kratie con su Jeep y hacer una visita de un par de días por los alrededores. El problema es que el precio era de unos 60 dólares y nosotros con ese presupuesto podíamos hacer bastante más. Así que le dijimos que no nos interesaba y aun así nos llevó hasta la parada del bus para  comprar los billetes a Kratie. Se lo agradecimos invitándole a una cerveza en el Lazy Mekong Daze, un local situado justo en el paseo fluvial, y nos estuvo contando cosas sobre sus hijas y de cómo habían cambiado las cosas en Camboya en los últimos años.

Carme con Mr. Vannat
Carme con Mr. Vannat

Después de un par de cervezas nos despedimos del famoso guía y subimos a la habitación a ver un rato la tele. Menos mal que tenían satélite y al menos nos pudimos entretener con los animales del Nat Geo Wild, porque lo que son los shows de la la televisión nacional

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