Cap. 08 – Tour Tsiribihina – Tsingy (III): Duro final de la travesía

La última jornada de navegación por el río Tsiribihina se auguraba tormentosa y no por el tiempo, pues el sol ya había empezado a salir y en el cielo ninguna nube negra osaba asomarse, sino por culpa de mi sistema digestivo que tras una semana en Madagascar se había plantado y había dicho basta. Me había despertado en mitad de la noche con náuseas creyendo que era algo puntual, pero cuando amaneció me di cuenta de que no era cuestión de un rato y pasé todo el tiempo que estuvieron los demás desayunando, escondida detrás de las dunas. Intenté tomar algo antes de subir a la piragua, pero mi estomago no toleró ni un trago de agua. La jornada iba a ser eterna…

Cuando estuvo todo preparado volvimos a embarcar de nuevo: cinco vazahar, dos barqueros, un músico y un guía decididos a terminar la travesía por un río que ya había empezado a hacerse interminable.

Empieza la jornada en el Tsiribihina
Empieza la jornada en el Tsiribihina

Intenté adoptar una postura intermedia con la que paliar mis dolores, una en la que no me doliese el culo a punto de ulcerarse ni sintiera náuseas, pero era demasiado complicado y la mañana fue una repetición contínua de los mismos movimientos. Cuando me movía para reactivar la circulación vascular de mis glúteos venían las arcadas, entonces tenía que avisar a Toni para que hiciese contrapeso mientras yo asomaba la cabeza al río, y entonces era el sol el que me atacaba y tenía que volver a refugiarme debajo del paraguas. Así una, dos, tres, cuatro, cinco y hasta seis horas.

Cada vez que nos acercábamos a la orilla se me abrían los ojos como platos pensando que íbamos a parar, pero no fue hasta el mediodía cuando llegamos al poblado donde terminó el trayecto. Había notado una ligera mejoría pues en la última hora no había vomitado ni una vez, pero el pequeño esfuerzo de levantarme de la barca y subir la empinada pared que llegaba a las cabañas hizo que tuviese que ir corriendo otra vez a esconderme detrás del primer árbol que visualicé, esquivando a todos los niños que como siempre venían a recibirnos.

Esperando que pasen las horas...
Esperando que pasen las horas…

No podía ni moverme, así que comer no era una opción viable. El resto de compañeros de viaje se sentaron en una mesa debajo de un techo de cañas y yo me quedé acostada en medio del montón de mochilas que habían dejado en el suelo. Parecía que nuestra mera presencia ya era todo un espectáculo, teníamos a la mitad del poblado enfrente de nosotros observando con atención como hacíamos «nada». Pronto les empezamos a parecer aburridos y cuando el músico se puso a tocar su instrumento hicieron alarde de sus dotes bailarinas y todos los niños se pusieron a bailar detrás de Leonard y los remadores. Yo observaba todo desde el suelo; los niños, con su ropa sucia, rota y con los mocos colgando, se lo pasaban pipa con la música.

Los niños haciendo de las suyas
Los niños haciendo de las suyas

Unos minutos más tarde vi que llegaban dos hombres con cuatro cebúes y los ataban a dos carros donde a continuación subieron las mochilas. Muy a mi pesar estaban preparando nuestro siguiente medio de transporte.

Cuando terminaron todos de comer nos despedimos de los dos remadores y el músico que volvieron a subir a la piragua para deshacer el camino hecho hasta Miandrivazo. Me agoté solamente de pensar la de horas que les quedaban todavía navegando por el Tsiribihina y mientras les vimos alejarse por el río subimos a los carros.

Nuestro "piroguier" con Toni
Nuestro «piroguier» con Toni

El espacio libre allí dentro era escaso, teníamos que encontrar sitio para nuestras posaderas entre los huecos que habían dejado las mochilas, así que nos embutimos jugando al tetris con nuestras extremidades y con los paraguas abiertos para protegernos del sol completamos la jocosa escena. Tenía tantas ganas de bajar de aquel carro como de seguir vomitando.

Preparándonos para el viaje en carro de cebús
Preparándonos para el viaje en carro

Tras 15 eternos minutos allí arriba con vadeo incluido, llegamos a un camino donde nos estaba esperando Jack con su vehículo menos tradicional, más moderno y más cómodo.  El apuesto malgache apareció con su 4×4 para recogernos y llevarnos hasta Belo-sur-Tsiribihina ¡Ya podría haber venido hasta el poblado y ahorrarnos el tramo con el carro! Con la emoción bajé demasiado deprisa y mi estómago se puso a temblar otra vez, así que tuve que esperar sentada en un rincón de la carretera mientras volvían a cambiar las mochilas de sitio, esta vez desde el carro hasta la baca del coche. Arriba del 4×4 creí que me iba a encontrar mejor, pero el camino seguía en muy mal estado y todos los saltos que dábamos allí dentro me retorcían las entrañas.

En el interior del 4x4 con Jack y Leonard
En el interior del 4×4 con Jack y Leonard

Llegamos a un río por el que había que cruzar con ferry, así que para subir el todoterreno a la estructura flotante, que no eran más que trozos de maderas grandes unidas y un motor, tuvimos que bajar todos. Y otra vez la misma canción, otra vez a correr en busca del primer árbol…

Empezaba a sentirme realmente fatigada y estar de pie me costaba un gran esfuerzo. Me iba sentando de piedra en piedra mientras esperábamos a que el ferry se llenase. Minutos más tarde mientras todo el mundo subía a bordo y buscaba un sitio donde sentarse, Toni me sujetaba para que no cayese al río mientras yo seguía vomitando por la borda… Me dolía todo y en el primer hueco que encontré en el suelo me dejé caer.

No commnent
No commnent

El ferry arrancó y el ruido del motor y el viento que me daba en la cara impidieron que me quedase allí mismo dormida. El resto de los pasajeros estaban hipnotizados mientras el sol empezaba a ponerse; parecía que todas las mentes estaba ausentes hasta que de repente el ferry paró. La profundidad del río no era suficiente para que la plataforma avanzara y quedó encallado en la arena. ¡Lo que me faltaba! Desesperada por llegar al hotel y sabiendo que la espera se iba hacer muy larga conseguí levantar la cabeza en busca de algún sitio en el que refugiarme y lo encontré. En uno de los laterales habían amontonado una treintena de colchones que alguien transportaba y vi la luz. Viendo que había gente que lo estaba usando para sentarse no me lo pensé dos veces y me tiré encima. No se el rato que pasó desde que cerré los ojos hasta que escuché cómo arrancaban los motores de los coches y empezaban a bajar del ferry. Por fin volvíamos a subir al 4×4 que nos llevaría a Belo-sur-Tsiribihina.

Bonita puesta de sol encima de los colchones
Bonita puesta de sol encima de los colchones

Era de noche cuando por fin el vehículo nos paró delante del hotel Karibo. No podía creer lo que veían mis ojos, después de 12 eternas y fatídicas horas de viaje llegábamos a nuestro destino. Salí disparada a la habitación sin preocuparme siquiera por mis mochilas, necesitaba un poco de paz. Una suite presidencial no me alegraría tanto como lo hizo aquel día ver aquella habitación pequeña y simple. No era más que un habitáculo con una cama, una mosquitera y baño propio, pero en ese momento era todo lo que necesitaba y atraída por la ducha me metí tan rápido como pude. Con la suciedad que llevábamos acumulada después de tres días de navegación el agua salía casi negra tras el contacto con la piel…

Cuando todo el mundo se hubo arreglado bajamos al restaurante del hotel a cenar. Yo bajé sujetándome en las paredes para no caer pues me flojeaban las piernas y necesitaba meterme algo en el estómago. Cuando llegué a la mesa y me senté, Florence me dijo que tratara de comer algo aunque solo fuese un plátano. Al escuchar la palabra plátano mi estómago se contrajo de golpe dándome tales arcadas que tuve que levantarme corriendo en dirección a la puerta de salida para no vomitar allí mismo. Nunca antes el nombre de una fruta me había causado tal efecto emético, fue más efectivo que un café con sal…

Les dejé allí mismo disfrutando de la cena y volví a la habitación a descansar. Solamente deseaba que fuese el día siguiente y encontrarme bien. “Mañana será otro día” pensé y cerré los ojos. Tenía que recuperar energía para llegar al Tsingy.

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1 comentario
  • Loperamida despres de cada visita als arbres, metoclopramida un mitja d'hora després de cada bossada NO MES DE 4 AL DIA i cocacola desventada.
    Ah i no beure aigua ni cap veguda liquida que no estiga embotellada.
    OK

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