Cap. 04 – Descubriendo Antsirabe

Desperté temprano enroscada y escondida debajo del edredón, las temperaturas habían descendido bastante durante la noche y el par de mantas de la cama no nos habían molestado. Después de darnos una ducha bajamos a desayunar al restaurante del hotel, pero de camino nos interceptó otro guía, el tercero que intentaba captarnos para hacer el dichoso tour por el Tsiribihina. Después de los croissants, Leonard, que así es como se llamaba, ya nos estaba esperando en la terraza.

La explicación de turno vino esta vez acompañada por un mapa desplegable de la zona del río y el Tsingy, álbumes de fotos de otros viajeros y las tan populares libretas de recomendaciones que todo guía experimentado lleva siempre encima a la hora de atraer turistas. Pero no fue esto, sino el precio que dijo de entrada, lo que nos hizo pensar en la oferta. Sabiendo la cantidad mínima que nos habían ofrecido los otros guías teníamos una referencia para regatear así que finalmente llegamos a un acuerdo y por 225 euros por persona saldríamos la mañana siguiente y estaríamos una semana de tour.

Leonard y Toni sellando el acuerdo del tour por el Tsiribihina y el Tsingy
Leonard y Toni sellando el acuerdo del tour por el Tsiribihina y el Tsingy

Teníamos todo el día para visitar Antsirabe, pero primero cogimos las mochilas y nos trasladamos a Chez Billy pues el ambiente desenfadado de este hotel nos gustaba más. Una vez hecha la mudanza salimos a ver la ciudad.

Los pousse-pousse inundaban las calles y encontrar uno que te llevase a cualquier sitio era coser y cantar. Nos acercamos a un señor que descansaba sentado en el suelo delante de su carro, subimos en él y fuimos en busca de una barriada con calles de tierra roja y casas de madera que habíamos visto el día anterior de camino al hotel. Desde arriba del vehículo y a la reducida velocidad que alcanzaba disfrutábamos del paseo mientras el ajetreo y el ir y venir de sus gentes daban vida a las calles.

Las calles de Antsirabe con el omnipresente pousse-pousse
Las calles de Antsirabe con el omnipresente pousse-pousse

Pasamos por delante de la conocida catedral de Antsirabe y por la plaza de la independecia, pero nuestra mala orientación y la imposibilidad de poder comunicarnos con el conductor en ningún idioma truncaron nuestras esperanzas de encontrar el sitio que buscábamos.

La gran catedral de Antsirabe
La gran catedral de Antsirabe

No sabíamos cómo explicar por dónde ir porque ni siquiera recordábamos por dónde habíamos llegado el día anterior así que finalmente cambiamos de parecer y decidimos ir a visitar el Petit Marché de Antsirabe. Cuando el pousse-pousse nos dejó en la entrada desenfundamos nuestras cámaras y nos perdimos por los coloridos puestos de frutas y verduras, luego por los de carne y pescado y finalmente por los de ropa y objetos varios.

Una de las entradas del bonito mercado
Una de las entradas del bonito mercado

Toni, cuya pasión por fotografiar mercados quedó patente en nuestros viajes por Asia, no soltó la cámara ni un segundo e inmortalizó en sus imágenes a compradores, vendedores, niños y camarógrafas que posaban.

La "camarógrafa" que había por allí
La «camarógrafa» que había por allí

El lugar era pequeño, no nos llevó mucho tiempo recorrerlo y cuando salimos por el extremo opuesto pedimos a otro conductor que nos llevase al mercado de Asabotsy. Pero empezaba a quedarnos claro que ese día ningún conductor iba a entendernos, quizá nuestro nivel de francés era todavía más bajo de lo que creíamos y nos llevó a algún lugar de la ciudad que no supimos ni ubicar en el mapa. Se trataba de una barriada más pobre todavía que el resto de la ciudad, ni siquiera sabemos si se trataba de la zona del lago Ranomafana como creímos en un principio porque nadie comprendía lo que decíamos, pero algo, no se el qué, hizo que nos quisiéramos quedar a dar una vuelta por aquella zona desamparada de la ciudad.

¿Sería este el lago Ranomafana?
¿Sería el lago Ranomafana?

Al pasar por delante de una iglesia, unos niños con la cara llena de mocos y suciedad se acercaron curiosos a la valla de la entrada y en cuestión de segundos el grupo se había duplicado y todos querían enredar a los turistas. Un par de niños que estaban jugando a la petanca invitaron a Toni a probar y tras comprobar su buena puntería pensaron que era un cliente potencial en su negocio. Nos acompañaron a la zona en la que había un señor haciendo una bola de petanca con latas usadas y cuando terminó la obra de arte nos la intentaron vender. Un artículo de semejante peso era lo último que quería cargar en la mochila, así que pese a su cara de incredulidad cuando les dijimos que no lo queríamos, nos marchamos de allí.

Haciendo una bola de petanca artesanal
Haciendo una bola de petanca artesanal

De vuelta hacia el centro atravesamos toda la barriada. El camino por allí no estaba asfaltado y la cara de espanto que ponían los más pequeños cuando nos veían aparecer nos confirmó que aquella no era la zona más turística de la ciudad y que debíamos ser lo más parecido al hombre del saco malgache. Perros, cerdos y gallos nos acompañaron en nuestro paseo hasta que llegamos a una zona más céntrica en la que encontramos un ciber y entramos a dar señales de vida a la familia.

A estos ya les hacíamos más gracia
A estos ya les hacíamos más gracia

Después de un breve descanso en el hotel salimos en busca del Pousse-pousse snack bar donde nos apetecía ir a cenar, pero antes decidimos entrar a tomarnos una cerveza en un local que le gustó a Toni. La joven que estaba detrás de la barra nos sacó una botella sorprendentemente fresca y nos sentamos en una de las dos pequeñas mesas que apenas cabían en aquel bar. En el establecimiento, que no medía más de nueve metros cuadrados también vendían todo tipo de galletas, chocolatinas de esas cuyos envoltorios de plástico ensuciaban todas las calles de Madagascar, alcohol y productos de perfumería.

Cervezaaaaaaaa
Cervezaaaaaaaa

Cuando el sol empezó a ponerse nos fuimos a cenar. El Pousse-pousse snack bar estaba justo enfrente del mercado pequeño y no fue difícil de encontrar, cuando llegamos aún no había nadie y el camarero nos invitó a pasar. El restaurante había sido decorado de forma muy original haciendo honor al vehículo que abarrotaba las calles de la ciudad, los asientos imitaban un pousse-pousse con su toldo y las paredes estaban adornadas con cuadros e imágenes de los carros. Ante tal escenario pusimos la misma cara que un niño cuando ve una atracción de feria, así que sin pensarlo dos veces subimos a un carruaje y pedimos la cena.

Al rico vinito de Sudáfrica...
Al rico vinito de Sudáfrica…

Pese a la carencia de ruedas en los carros con las que transportarnos a cualquier fascinante lugar, la velada se convirtió en una de las más recordadas y añoradas de todo el viaje. Quizás fue la exquisita comida, o quizás el vino sudafricano y el ron malgache, pero nadie podrá nunca quitarme el recuerdo tan bonito que guardo de aquella cena.

... y al rico ron de Madagascar!
… y al rico ron de Madagascar!

Lo que no sabíamos es que íbamos a pasar unos cuantos días sin cenas tranquilas, sin electricidad y acompañados de mosquitos. En pocas horas empezaba la aventura por el río Tsiribihina.

275 270 Toni
1 comentario
  • Buenos días,

    Estamos pensando en ir a Madagascar este verano y quisiera saber si aconsejais reservar los tours una vez allí o si hay posiblidad de reservarlos desde España. Teneís el contacto de vuestro guia? saludos

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