Cap. 08 – El Ice lake y la mujer más fuerte del mundo

Etapa 6 y 7 Trekking circuito del Annapurna. Manang, subida al Ice Lake y día de aclimatación

La primera mañana en Manang teníamos una prueba muy importante. Habíamos hablado en tantas ocasiones de la subida al Ice lake que más que otro paso para una buena aclimatación aquello se había transformado en todo un reto personal. Subir 1100 metros y bajarlos en una mañana no era, como decía Toni, moco de pavo y las dudas de si conseguiríamos o no subir nos asaltaban. En realidad yo tenía muy claro que Toni, superada la diarrea de los primeros días, estaba en plena forma y lo conseguiría, pero ¿y yo? Nunca antes en mi vida me había puesto a prueba de aquella manera, y menos aún en las condiciones en las que nos encontrábamos a aquellas alturas. La baja concentración de oxígeno empezaba a hacerse notar y a medida que fuésemos subiendo ésta disminuiría todavía más. No era preciso llegar hasta arriba del todo, solo lo que nos permitiese el cuerpo, porque en realidad de lo que se trataba era de avisar a éste de que los días siguientes dormiríamos cada vez un poquito más alto. Al mínimo síntoma de mal de altura, por muy leve que fuese, habría que empezar la retirada. No todo el mundo consigue llegar hasta el lago, pues algunas de las historias que habíamos leído terminaban con episodios de náuseas y cefaleas que les habían obligado a volver a Manang sin terminar con éxito la excursión.

ICE LAKE - "¿Y nosotros? ¿Llegaremos?"
ICE LAKE – «¿Y nosotros? ¿Llegaremos?»

La jornada empezó temprano. A las 7:30h de la mañana Toni y yo ya estábamos preparados para partir haciendo esperar a Yam menos de lo habitual. Derek y su jovencísimo porteador se unieron al grupo, tal y como nos habían propuesto la noche anterior. Empezamos a andar y salimos de Manang y cuando vi a Yam levantar un brazo y señalar hacia arriba en dirección a una de las montañas solté un suspiro y me cansé de pensarlo… ¿hasta allí? ¡madre mía!, ¿dónde me había metido? En ese momento dudé más que nunca de mis posibilidades.

Empieza la caminata hacia el Ice Lake
Empieza la caminata hacia el Ice Lake

Andamos hasta el pueblo vecino, Braka, y una vez lo atravesamos empezó el ascenso. A pesar de la facilidad del primer tramo, las chaquetas impermeables y el gorro nos empezaron a dar calor enseguida. La pendiente no era desmesurada pero sí continua y, aunque el esfuerzo todavía no fuese excesivo, el cuerpo ya había empezado a calentar los motores. En aquel tramo nos empezamos a encontrar con más gente que iba a intentar llegar al lago. Nos adelantábamos unos a otros o quedábamos rezagados cuando parábamos un poco a descansar, así que la mayor parte del tiempo veíamos las mismas caras.

Subiendo todos hacia arriba
Subiendo todos hacia arriba

Eso fue hasta que llegamos a una explanada que parecía el punto que separaba dos tipos de pendientes. La inclinación a partir de ese momento sería mayor y el camino en forma de zig zag nos iría marcando el recorrido ahora izquierda, ahora derecha. Pronto el esfuerzo físico tuvo que ir acompañado del esfuerzo mental que hacía para conseguir llegar a los puntos en los que decidíamos parar a descansar. Tenía que ir cumpliendo pequeños retos como “venga ahora 20 pasos más sin parar” y el hecho de concentrarme en contar parecía que me hacía pensar menos en el sacrificio que tenía que hacer para alcanzarlo. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis…

La explanada a mitad camino
La explanada a mitad camino

En cuestión de minutos el paisaje empezó a dar vértigo. Braka y Manang se habían convertido en pequeñas manchas a lo lejos y la panorámica, con el Annapurna IV vigilando, era simplemente bestial. Aquella imagen bastaba para dar a uno una inyección de energía y seguir subiendo, pero estas dosis cada vez hacían el efecto más efímero y los descansos se hacían más frecuentes.

Subiendo bajo la atenta mirada del Annapurna IV
Subiendo bajo la atenta mirada del Annapurna IV

Fue durante ese tramos cuando nos cruzamos con un grupo de gente adulta, algunos de ellos de entre 50 y 60 años, hecho que verdaderamente me sorprendió pues no tenían ni la pinta ni el equipo que a uno le pudiera hacer pensar que fuesen personas que se dedicaran a hacer eso muy a menudo. Sus caras rojas daban fe de ello. Decidimos hacer un pequeño esfuerzo extra y aumentar el ritmo para adelantar al grupo y entonces mi cuerpo se resintió. No eran más de catorce o quince personas, pero cuando adelantamos al último tuve que disminuir otra vez el ritmo para conseguir que mis pulsaciones se normalizaran otra vez. Poco a poco nos fuimos alejando de ellos y en un rato ya no quedaba ni rastro de sus agotados rostros. Sorprendentemente fuimos haciendo lo mismo con varios pequeños grupos de trekkers con los que nos cruzamos. Les veíamos, les saludábamos, andábamos un rato juntos y les adelantábamos. No podía creer lo que estábamos haciendo.

El resto de gente a la que adelantamos
El resto de gente a la que adelantamos

Un par de horas más tarde, o eso creo, volvió a cambiar el escenario. El camino zigzagueante  de tierra poco a poco fue dando paso a la nieve. Al principio era una ligera capa, pero minutos más tarde nuestras piernas se metían hasta las rodillas. Parecía que aquella noche había nevado porque la nieve estaba intacta. El camino no estaba marcado y como habíamos ido dejando atrás a los demás grupos fuimos abriendo camino. Ahora solo estábamos nosotros dos y Yam, incluso Derek había quedado rezagado. Ahora el esfuerzo no era por subir (aunque seguía estando aquello empinado) sino por tener que sacar la pierna cada vez de la nieve para dar un paso.

La omnipresente nieve
La omnipresente nieve

Y así nos tiramos un par de horas más subiendo y subiendo peleando con la nieve. Lo más asombroso de todo fue que, pese a mirar hacia arriba y nunca ver el final, en ningún momento me pasó por la cabeza volver hacia atrás. Por suerte no notamos ningún síntoma que nos hiciera pensar en el mal de altura, a pesar de mis paranoias…

¿Seguimos? Creo que es por esta dirección
¿Seguimos? Creo que es por esta dirección

Los últimos metros fueron los únicos peligrosos de la excursión, pues bordeábamos una cornisa sin tener el camino marcado y cada vez que pisábamos la nieve teníamos que ir con cuidado de no resbalar, pues no sabíamos hasta dónde se metería nuestra pierna. Toni, padeciendo por mí, lo pasó peor que yo.

El tramo final fue una empinada subida que parecía nunca acabar. Cada vez que le preguntábamos a Yam si ya llegábamos nos decía que faltaba un poquito más. Pero todo camino tiene su fin y llegamos arriba. Cuatro horas de subida ininterrumpida y ya estábamos en el Ice Lake, 1100 metros en vertical desde Manang (4600 m en total) que se dice pronto, pero… ¿dónde demonios estaba el lago? Donde señalaba nuestro porteados tan solo había una explanada cubierta de nieve y es que las nevadas de los últimos días habían terminado cubriéndolo por completo…

¡Y por fin en el Ice Lake!
¡Y por fin en el Ice Lake!

Pero la verdad es que no importaba que el lago no se pudiera ver pues no había nada más satisfactorio que la sensación de haber triunfado y haber superado el reto personal. ¡Además habíamos sido los primeros en llegar aquella mañana! Me iba sin mi foto con el Ice lake de fondo, pero me llevé otro premio mejor: durante el resto del día me sentí la mujer más fuerte del mundo. Incluso Toni estaba sorprendido de que no me hubiese echado atrás. Si señor, unos campeones, ¡eso es lo que éramos!

Celebrándolo con Yam
Celebrándolo con Yam

Durante las dos horas que duró la bajada, que para qué negarlo también se hizo pesada, nos fuimos cruzando con algunos de los que habíamos visto ya en la subida y cuanto más nos alejábamos del lago más reparo nos daba contestar a los que nos preguntaban ¿cuánto falta para llegar? Los pobres no sabían lo que les quedaba todavía y yo me alegraba de estar ya de vuelta.

Nuestros cuádriceps andaban ya quejándose un rato cuando llegamos a Braka, pero a diferencia de al principio de la jornada, ahora subíamos los peldaños casi sin enterarnos y la pequeña subida hasta Manang fue un agradable paseo.

Cuando salí de la ducha en la que me metí directamente nada más llegar al hostal, me puse cómoda y me senté en la ventana de la habitación, justo cuando a esa hora los rayos de sol daban allí directamente creando una especie de pequeña sauna, y mientras esperaba a que Toni hiciese lo mismo, descansaba, entraba en calor y disfrutaba del paisaje.

El resto del día no pudimos hacer nada más. Aunque con la comilona recuperamos muchísima energía, el esfuerzo había sido tal que mi cuerpo me pidió moverme lo mínimo posible. De la ventana a la cama y de la cama a la ventana. No hicimos más el día siguiente pues, para cumplir a rajatabla con la aclimatación, debíamos quedarnos otro día en Manang. Una visita fugaz a los alrededores del pueblo fue lo único que fuimos capaz de hacer aquel día. Por delante quedaban 3 jornadas hasta llegar al punto más alto, el Thorong La Pass.

700 465 Carme

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