Cap. 02 – Motoret en marcha hacia Anuradhapura

Un par de noches en Negombo habían sido más que suficientes para estar deseando salir a descubrir la isla. Aquella especie de Benidorm de Sri Lanka no nos atrajo en absoluto y no le habíamos dado ninguna oportunidad. Lo único que nos había retenido allí una noche más era Motoret, pues aquella misma mañana el tuk-tuk estaría listo según nos había asegurado el propietario de la agencia.

Estábamos tan ansiosos por ver nuestro nuevo vehículo que incluso adivinar de qué color sería nos resultaba emocionante. Motoret no era solo un carro de tres ruedas que nos transportaría de ciudad en ciudad, significaba además nuestra libertad. Durante un mes entero nos permitiría decidir en todo momento lo que queríamos hacer y ya no dependíamos de nadie, tan solo de nuestras ganas.

Tras el desayuno acudimos otra vez a la agencia donde el propietario ya tenía a punto a nuestro compañero, un tuk-tuk nuevo y sencillo, sin pegatinas, budas, ganeshas, flores ni lucecitas de colores. Bastante discreto comparado a lo que nos tenían acostumbrados los asiáticos, a pesar de ser rojo.

Antes de empezar nuestra aventura con el tuk-tuk
Antes de empezar nuestra aventura con el tuk-tuk

Para tranquilidad del señor, Toni practicó un poco con el cambio de marchas del manillar que funcionaba igual que una vespa, pero 15 minutos fueron suficientes para cogerle el truco. Media hora más tarde ya estábamos de camino a Anuradaphura, nuestro primer destino.

Pronto nos dimos cuenta de lo divertidos que resultábamos para los locales, ¿dónde iban dos extranjeros conduciendo su propio tuk-tuk? Algunos se quedaban mirando, otros nos saludaban y los más extrovertidos nos preguntaban por el precio del alquiler. Nosotros, encantados de la vida, devolvíamos el saludo a todo el mundo. Tan solo cuando veíamos a la policía a un lado de la carretera mirábamos hacia el otro, fingiendo no haberles visto, como si fuésemos unos malos alumnos que no han aprendido la lección evitando que el profesor les pregunte. Y es que seguíamos dudando que nuestro carnet internacional sirviese para conducir «three wheels».

Conduciendo el tuk-tuk por Sri Lanka
Conduciendo el tuk-tuk por Sri Lanka

Cuatro horas y media más tarde, suficientes para hacerme amiga del google maps después de muchos años de enemistad, llegamos a Anuradhapura. Para entonces ya nos habíamos dado cuenta de que las ciudades y las carreteras de Sri Lanka nada tenían que ver con las de India. Aquello, además de estar mucho menos transitado, era más tranquilo, ordenado y limpio, en todos los aspectos. Tanto es así que incluso los hostales estaban a un nivel superior y la amplia oferta de hostales baratos indios aquí era prácticamente nula. Las habitaciones estaban impecables y además ofrecían toallas, papel de baño y pastillas de jabón, todo un lujo para nosotros a aquellas alturas del viaje. Pero todo se paga claro, y el presupuesto destinado al alojamiento muy a nuestro pesar se duplicó.

Recomendados por uno de los trabajadores del primer hostal en el que nos habíamos intentado alojar sin éxito, llegamos al Merlbourne hotel, de los mismos dueños pero más nuevo, menos famoso y con menos gente, claro. Entre unas cosas y otras se nos había hecho ya de noche, así que aquel día ya no hicimos mucho más que descansar, leer y cenar, además de mantener alguna conversación con los jóvenes que trabajaban en el hotel.

Cenando en el Hotel Merlbourne
Cenando en el Hotel Merlbourne

El día siguiente nos levantamos temprano para aprovechar el día porque la visita a los templos de Anuradhapura no era cosa de un rato. Tras desayunar en el bonito jardín de la guesthouse nos organizamos un poco el día, estudiamos los mapas y montamos en el tuk-tuk; motoret estaba listo para llevarnos de paseo.

Primera capital del reino cingalés, Anuradhapura posee un conjunto de ruinas, dagobas y templos budistas declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco y responsables de la enorme afluencia de turistas a esta ciudad.

Durante toda la mañana paseamos de un templo a otro recorriendo cada una de las cuatro areas en las que esta dividida la zona: Mahavihara, Citadel, Abhayagiri Monastery y Jetavaranama. Junto a nosotros, centenares de extranjeros paseaban y disfrutaban de las vistas mientras los locales hacían ofrendas y oraban delante de los lugares sagrados. Los insistentes vendedores aprovechaban la presencia de público para vender su mercancía, fuesen collares, pulseras o guías de los templos.

El recorrido por los templos empezó en Mahavihara donde una Ruvanvelisaya dagoba protegida por los centenares de elefantes del muro que lo rodeaba nos daba la bienvenida. La enorme cúpula, que destacaba sobre todo lo demás, se alzaba hacia el cielo como queriendo tocar las nubes y formar parte de ellas. Imitando a los creyentes la rodeamos antes de seguir la visita, y dado su enorme perímetro y el calor que hacía decidimos que sería la primera y la última donde realizaríamos el ritual.

Frente a la Ruvanvelisaya dagoba
Frente a la Ruvanvelisaya dagoba

Un largo y transitado sendero nos llevó hasta el Sri Maha Bodi, o Bodhi Tree, el árbol sagrado de más de 2000 años crecido de la rama de otro árbol donde buda encontró la iluminación, en India. Lo que nosotros encontramos fueron decenas de devotos haciendo donaciones y cantando lo que parecían ser eternas oraciones.

Andamos un rato más hasta adentrarnos en la zona Jetavanarama y llegamos hasta el museo en el que nos entretuvimos mirando todo lo que allí tenían expuesto. Pero hacía muy buen día y lo que realmente nos apetecía era seguir paseando por los senderos que unen cada una de las ruinas, así que salimos y nos acercamos hasta la Jetavanarama dagoba, de aspecto mucho más descuidado y antiguo que la anterior. Tras este primer gran paseo montamos en el tuk-tuk y nos acercamos al Citadel, pero las ruinas estaban hechas polvo, sobre todo el palacio real y la visita fue muy corta.

En la stupa de Jetavanaramaya
En la stupa de Jetavanaramaya

Empezábamos a estar ya bastante cansados de ver ruinas cuando llegamos a Abhayagiri monastery y, aunque la dagoba era muy parecida a la de Jetavaranama, el Samadi Buddha con su figura de buda en posición de meditación no nos decepcionó. El olor a incienso y las velas aportaban un toque místico al lugar por el que se podía dar un pequeño paseo tranquilamente. En los alrededores de la zona había unos cuantos puestos de souvenirs por los que nos dimos una vuelta que después de tantas horas viendo piedras se agradeció.

Por los jardines de la estatua Samadhi
Por los jardines de la estatua Samadhi

Tras la visita a la piscina Kuttam Pokuna y cuando nos dirigíamos al Eth Pokuna (estanque del elefante), un chaval muy joven nos acompañó, en contra de nuestra voluntad como suele pasar, para hacer de guía y ganarse algunas rupias. Aparcamos el tuk-tuk al lado de la gran piscina para empezar la visita y cual fue nuestra sorpresa al volver cuando vimos a unos cuantos macacos que estaban dentro de Motoret en busca de algo que llevarse a la boca.

Motoret rodeado de macacos
Motoret rodeado de macacos

Con cuatro gritos y con la mención de coger un palo con el que amenazarles logramos que despejasen el camino y recuperamos el tuk-tuk de sus manos. Como nos supo mal no darle nada al improvisado guía y como nos había dicho que tenía un puesto de comida callejera nos fuimos con él a comer alguna cosilla, pues la verdad es que estábamos más hambrientos que los macacos. Unas pocas sillas de plástico y un pequeño toldo eran suficientes para dar cobijo al hornillo donde la joven mujer de éste nos deleitó con unos rotis de coco y de banana y que tanto nos gustaron que tuvimos más remedio que repetir.

Disfrutando de un roti bajo la atenta mirada de Motoret
Disfrutando de un roti bajo la atenta mirada de Motoret

En nuestros planes estaba visitar la vecina Mihintale pero el largo recorrido por las ruinas de Anuradhapura había consumido la mayor parte del día, así que con el estómago lleno volvimos a nuestro hotel a descansar y planear la próxima parada.

275 270 Toni
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