Cap. 05 – Relax y masajes en Chiang Mai

De la noche a la mañana el grupo de viaje se había duplicado y ahora en vez de ser nosotros dos solos éramos 4 en ruta. Lars y Nico viajaban también en dirección a Chiang Mai, por lo que salimos todos con el mismo tuk-tuk desde la guesthouse hacia la estación y minutos más tarde estábamos ya en un autobús siguiendo el rumbo otra vez. Tan solo un puñado de caramelos y el palique de Lars, que era eterno e incansable, amenizaron las seis horas y media de viaje. Por la ventana una escena que se repetía nos acompañó hasta el final del trayecto, un paisaje cuya vegetación, a pesar de mantenerse todavía verde, delataba que aquello tan solo eran migajas de lo que había sido meses anteriores y llegando el fin de la estación seca suplicaba que llegase ya el monzón.

En el tuk-tuk camino de la estación de buses de Sukhothai
En el tuk-tuk camino de la estación de buses de Sukhothai

Decenas de taxis con pinta de camión de bombero en miniatura nos daban la bienvenida a la ciudad, que aun pasado el mediodía, resplandecía debajo de un ardiente sol que absorbía nuestra energía mientras buscábamos un vehículo que nos llevara a algún sitio en el que hubiese encendido un ventilador.

La llegada a Chiang Mai
La llegada a Chiang Mai
Y los taxistas esperando
Y los taxistas esperando

Tras un par de intentos fallidos de encontrar sitio en una guesthouse para los 4 llegamos a JJ guesthouse, un hostal con habitaciones grandes y dos zonas de descanso plagadas a cualquier hora de mochileros. El Songkram estaba a la vuelta de la esquina, el overbooking y el ir y venir de centenares de turistas por las calles daban fe de ello, y un rato más tarde desde la mesa de un chiringuito de comida callejero lo comprobábamos.

La calle de la guesthouse
La calle de la guesthouse
Puesto de comida callejera
Puesto de comida callejera

Aquella misma tarde fuimos a ver el enorme mercado de Chiang Mai. Centenares de puestos donde se podía comprar casi cualquier cosa ocupaban las calles de la ciudad. Bolsos, pantalones de alibaba de mil colores, camisetas sure o con la marca de alguna cerveza emblemática tailandesa, bisutería, cuadros… Tanta era la variedad y tantas eran las calles ocupadas por los tenderetes, que hipnotizados como estábamos teníamos que andar levantando la cabeza para no perdernos del grupo. Las compras pues fueron casi imposibles de evitar; aquella fusión de colores nos había atrapado por lo que con pocas ganas de volver a la paliducha guesthouse nos quedamos allí a cenar.

Nos vamos al mercado nocturno
Nos vamos al mercado nocturno
Primero es hora de tomar unas cervezas
Primero es hora de tomar unas cervezas
Y luego la cena
Y luego la cena

El día siguiente, como siempre sin mucha prisa por levantarnos y tras desayunar en el bar de la esquina, salimos a pasear los dos solos. Hacia un día perfecto para dejarse llevar por el ambiente y perderse, así que equipados con las cámaras y un mapa nos dirigimos a la parte antigua de la ciudad. El paseo, que nos llevó tres horas recorriendo calles, apenas nos permitió visitar una pequeña parte de los centenares de templos que posee Chiang Mai. La ciudad, que es la segunda del país, nada tiene que ver con Bangkok y su caos, pues aun atrayendo a un gran número de turistas de todo tipo conserva su tranquilidad. Tanto es así que apenas vimos gente visitando los templos, aunque quizás fuese por el calor infernal a aquellas horas que finalmente nos obligó a parar en un restaurante hasta que la temperatura se hiciese más soportable.

En uno de los templos
En uno de los templos

Debido a que nos habían quedado aun unas pocas ganas de pasear aquella tarde noche la volvimos a pasar en el mercado. Seguimos la corriente de la gente hasta que nos topamos con Le Spice restaurant y las ganas de comida india nos obligaron a quedarnos allí a cenar. Disfrutamos como enanos con la comida que tanto echábamos de menos, sabiendo que pronto volveríamos al país que hacía unos años nos atrapó. Hablando sobre nuestro futuro más inmediato terminamos aquella noche.

La comida india. MmMmMmmm
La comida india. MmMmMmmm

La siguiente mañana nos despedíamos de Nico pues el francés seguía su camino en otra dirección. Nosotros en cambio habíamos decidido junto a Lars que ya era el momento de seguir hacia el norte, pero a veces dejar las cosas para el último momento no sirve y la minivan que salía esa mañana en dirección Pai ya estaba llena. Nos destrozaba algo los planes, pero síntoma de lo poco que nos había preocupado aquel día lo dedicamos íntegramente a holgazanear.

Lo primero que íbamos a hacer tras un buen desayuno era darnos un masaje tailandés. Convencer a Toni que se mostraba reacio fue coses y cantar, la ayuda de Lars relatando su experiencia el día anterior fue vital. Además se empeñó en invitar a Toni al masaje y pagarlo él. Nos acercamos a una casa cerca de la guesthouse donde 3 chicas muy amables nos saludaban por enésima vez, y triunfantes al ver que ésta vez no pasábamos de largo nos invitaron a pasar y sentarnos en la entrada.

Mientras introducían nuestros pies en un barreño y los frotaban con un gel nos dieron a elegir entre los tipos de masajes que ofrecían que podían ser de pies, espalda, con aceites o de todo el cuerpo. Puestos a probar lo quisimos hacer entero, no nos queríamos perder nada y queríamos salir de allí completamente relajados.

Vestidos con una muda mas cómoda que nos dejaron nos hicieron pasar a la parte superior de la casa donde en una habitación con colchones, luz tenue, aire acondicionado, una sutil música asiática de fondo y tres pequeñas masajistas nos esperaban ya para hacernos el masaje. No hizo falta que nos dijeran nada más pues de un salto nos acostamos en nuestros respectivos colchones.

¡Preparado para el masaje!
¡Preparado para el masaje!

Durante una hora entera pude escuchar el crujir de cada uno de mis huesos que con firmeza machacaba la mujer que me hacía el masaje. Desde el momento en el que puso la mano en mi espalda por primera vez advertí que su apariencia frágil me había engañado por completo. Siguió con los brazos, las manos, las piernas, los pies y finalmente, y muy a pesar del miedo que me dio, en el cuello.

Aquellos 60 minutos de golpes y tirones nos dejaron prácticamente extasiados, relajados y sin menos ganas todavía de hacer nada. La energía que nos quedaba fue la justa para andar unos 100 metros hasta un bar chillout que habíamos visto un rato antes y subir a la terraza. Y allí sentados con el vaso de cerveza siempre lleno dejamos pasar la tarde entre risas y charlas hasta la hora de cenar. El día siguiente Pai, uno de los pueblecitos más bonitos de Tailandia y de ambiente hippie, esperaría nuestra llegada.

En el Freedom bar
En el Freedom bar
275 270 Carme
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