Dos días enteros nos costó llegar desde Pai hasta la isla de Koh Phangan, algo más de 48 horas en las que cogimos todo tipo de medios de transporte para atravesar casi toda Tailandia de norte a sur. Una minivan nos llevó desde Pai hasta Chiang Mai desde donde cogimos un tren nocturno hasta Bangkok.
En la segunda jornada de viaje, ya en la capital, tuvimos que esperar unas cuantas horas hasta que saliese un tren en dirección a Chumphon. Para no desesperarnos en la estación nos fuimos a Rambuttri junto a Angel, a quien acabábamos de conocer recién llegado de España y que también se dirigía hacia las islas, para poder descansar, pegarnos una ducha y comer algo durante esas horas.
Tras medio día de cervezas y compras volvimos a la estación para coger otro tren nocturno y despertarnos finalmente, el tercer día ya, en Chumphon. Por último un autobús nos llevó al puerto desde donde salen los catamaranes en dirección a las islas.
Casi cuatro horas mas tarde, tras habernos despedido de Angel en Koh Tao, llegamos a nuestro destino: Koh Phangan. Habíamos estado dándole vueltas al tema de las playas, pues nos apetecía ir a un sitio bonito pero no demasiado masificado, y aunque esta isla es famosa por la fiesta de la full moon party también sabíamos que quedaban aún bastantes rincones que conservaban el espíritu mochilero de antaño. Ni tanto lujo como en Ko Samui ni tanta tranquilidad como en Ko Tao. Pensamos que el término medio sería nuestra mejor elección ¿Habríamos acertado?
Una vez en el puerto un taxi nos llevó a la playa de Chaloklum, en el norte, lugar en el que habíamos decidido alojarnos por tratarse de uno de los sitios relajados de la isla y en el que descansaríamos los siguientes 6 días. Aunque también nos atrajo en un primer momento Bottle beach, quedó descartada por el hecho de ser necesaria una barca cada vez que quisiéramos entrar o salir de ella. Fue entonces cuando por fin tuvimos la sensación de haber terminado el largo viaje desde Pai.
Fanta Sea Resort, nuestro primer alojamiento, estaba en primera linea de playa y como era de esperar, no podía ser de otra manera, inauguramos nuestra estancia con un buen chapuzón. Desde el agua y liberados del peso de las mochilas pudimos disfrutar del magnífico paisaje que nos ofrecía aquella playa que desde el primer momento nos había regalado la sensación de sentirnos como en nuestra propia casa. Además, ver más turistas en aquel rincón y época resultaba complicado, por lo que el relax estaba asegurado.
El agua transparente en la que reposaban una decena de pequeñas barcas estaba tranquila y tan solo alguna tímida ola llegaba hasta la arena blanca en la que descansaba algún perro holgazán. Detrás teníamos cabañas de madera y bares perfectamente mimetizados en el decorado del que eran protagonistas los cocoteros.
Tras una buena comida en el altillo con hermosas vistas a la playa que era el restaurante de la guesthouse, nos propusimos salir a dar una vuelta por los alrededores a ver qué tal era el ambiente. Chaloklum es un pequeño pueblo pesquero que aprovecha el tirón del turismo atraído por su apartada y relajada playa, prueba de ello son varios garitos en los que tomarse unas cervezas o los numerosos restaurantes en los que probar pescado fresco.
Tardamos bien poco en recorrerlo todo de arriba abajo así que terminamos en un bar de la playa y más tarde en el agua otra vez desde donde vimos la primera de unas cuantas puestas de sol. Aquella noche, mientras escuchábamos el sonido de las olas desde nuestra cama, tuvimos la sensación de haber tomado la mejor elección.
El día siguiente optamos por trasladarnos a la guesthouse contigua North Beach para tener acceso a internet con el que poder trabajar, pero lo que verdaderamente nos apetecía aquella soleada mañana era explorar la isla en moto. La alquilamos justo en el bar de al lado, cogimos el mapa desplegable que nos habían dado el día anterior en el puerto y un par de cascos y salimos a explorar la isla.
Salimos de Chaloklum siguiendo la carretera en dirección oeste y el paisaje que ésta atravesaba nos encandiló en cuestión de segundos. El verde reinaba en una estampa en la que centenares de cocoteros seguían siendo protagonistas y el cálido clima acompañaba para hacer de aquella escapadita en moto una excursión perfecta.
Nuestra primera parada fue en la playa de Haad Mae Haad, en el nordeste de Koh Phangan. Esta era algo más extensa que la nuestra y con algo más de gente también, pero el color azul de sus aguas invitaba a entrar a probarlas.
Nos metimos en el agua y disfrutamos como un tonto con un lápiz. Desde el agua observamos una pequeña isla al norte a la que se llegaba por un estrecho banco de arena. Pensamos que sin duda aquel sería un buen lugar para hacer snorkel, sin embargo preferimos aplazarlo para otro día y seguir con la ruta en moto.
Sin abandonar el norte de la isla nos desplazamos hacia el este pasando otra vez por Chaloklum. Una vez pasado el pueblo y metiéndonos por carreteritas más estrechas y menos transitadas llegamos a Haad Khom. Tras descender por un pequeño sendero llegamos a una diminuta playa en la que ni siquiera vimos a los huéspedes de las pocas cabañas que había allí. El silencio era casi absoluto y las vistas continuaban siendo espectaculares, más aguas cristalinas y arena blanca… ¡Qué barbaridad! ¡cuánta belleza!, si toda la isla era así no sabíamos si seríamos capaces de abandonarla nunca. Y cómo no, nos volvimos a dar un chapuzón pues era inevitable ignorar esas aguas que nos llamaban resplandecientes y casi pretenciosas desde la distancia.
Aquella tarde no hicimos mucho más, desde la tranquilidad de la playa de Chaloklum aprovechamos para trabajar entre descansos playeros, cervezas con vistas a una preciosa puesta de sol y picoteos en el porche de nuestra humilde pero perfecta morada.
La carretera que atraviesa la isla desde Chaloklum hasta Thongsala village nos llevó hasta el puerto la mañana siguiente. Nos habían recomendado que compráramos los billetes de vuelta con algo de antelación y puesto que en cinco días teníamos un vuelo a Singapur -porque se nos acababa el visado Tailandés de dos meses- no podíamos arriesgarnos. Tras dar algunas vueltas en vano llegamos a un oficina de la empresa de los catamaranes Lomprayah y reservamos nuestros asientos para un viaje de vuelta 4 días más tarde.
Ya que estábamos en el otro extremo de la isla pensamos que no estaría mal visitar alguna playa cercana, así que cogimos la carretera que va desde el oeste hasta el este pasando por todos los pueblos costeros del sur. Entonces fue cuando nos dimos cuenta de la existencia de dos islas totalmente diferentes. Aquello ya nada tenía que ver con el sosegado norte. Las cabañas habían dado paso a los hostales de varios pisos y decenas de bares y restaurantes ocupaban los alrededores de la carretera.
Tras recorrerla en toda su extensión llegamos a Haad Rin Nok, la playa donde se celebra la full moon party. Teníamos curiosidad por ver como sería el escenario de aquel mega festival que se celebra cada ciclo lunar con la llegada de la luna llena y realmente nos sorprendió. Quizás fue porque esperábamos una playa sucia, enorme y llena de turistas pero, a plena luz del día, nos encontramos con todo lo contrario: una playa limpia, preciosa y sin apenas turistas. Lo único que hacía a uno sospechar que en aquel sitio se reunían miles de personas una vez al mes a celebrar una macro fiesta eran los carteles que las anunciaba y las tiendas de camisetas de colores fluorescentes con letreros demasiado guiri-style. Por lo demás aquello era espectacular. El agua era tan clara que uno tenía allí la sensación de estar nadando en una piscina y la arena tan blanca que parecía que se fuese a ensuciar con nuestras pisadas. Sin embargo, tras un rato allí el tiempo empezó a ponerse feo y no nos permitió disfrutarla tanto como nos hubiese gustado.
La tenue lluvia que apareció nos impidió seguir con la excursión aquel día. ¡Ojalá que el tiempo nos diese una tregua y nos dejara seguir explorando la isla los siguientes días!. Eso esperábamos…
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