Cap. 06 – Último día de trekking por Nam Tha

Último día de trekking

El tercer día me levante ya cansada, me dolía todo el cuerpo y solo de imaginar que aun quedaba toda la bajada me agotaba aun mas. Pero teníamos que bajar, y andando por narices, así que me hice a la idea. Desayuné pensando que iba a necesitar toda la energía, pero el problema añadido el último día fue un terrible dolor de estómago. Creo que el causante fue el sobreesfuerzo del día anterior, tan solo oler el arroz glutinoso me daba nauseas, así que desayuné plátanos que era lo único que me entraba.

Cabin in village Ahka
Cabin in village Ahka

Por la mañana estuvimos un rato en el poblado, fuimos a ver a los niños al colegio y mas tarde Seekham nos invitó a subir a la cabaña de una mujer mayor. El primer impacto fue ver su cara sin dientes y con la boca toda roja de algo que comen ellos y merodeando por la cabaña un perro pulgoso que lo iba olisqueando todo. La mujer estaba cocinando y el suculento plato de la casa era “ensalada de gusanos”, hirvió unas plantas y luego las mezclo con los gusanos troceados. Eran unas larvas que recogían de dentro de las cañas de bambú; para haceros una idea tenían el tamaño y el color de los gusanos de seda. La verdad que no me quedé con las ganas de degustarlos…

Antes de salir conocimos a Niki, una chica de Alaska que viajaba sola y había contratado el trekking para un par de días. Con ella compartimos camino el último día. Para ella era el segundo y se notaba porque en muchos tramos se adelantaba e iba bastante más rápida que nosotros.

Nada más ponernos a andar empezó a llover, cayó un chaparrón unos minutos, paró y volvió a salir el sol. El camino ya no fue tan difícil porque no había tantas subidas, pero ya íbamos cansados y nos costó un poco, así que hicimos varias paradas. En una de ellas nos encontramos con unos cazadores Akha que habían salido de almuerzo. Se habían metido debajo de una cabaña de un antiguo poblado y estaban asando una serpiente y una ardilla como quien prepara un bocadillo de tortilla. Toni que no probó los gusanos porque ya había desayunado no quiso perderse el sabor de la serpiente, que dijo que sabía a una mezcla de pollo y pescado. Nos sentamos un rato a la sombra y estuvimos charlando con Niky. Venía de viajar por Nueva Zelanda y ahora estaba por el sudeste asiático. Es socióloga pero no estaba trabajando, así que tenía tiempo para viajar.

Mountain cabins
Mountain cabins

Pronto salimos de la selva y empezamos a andar por extensos arrozales. Allí nos dejaron de molestar los mosquitos que llegaban a formar manadas en las que si metías la cabeza debías dejar de respirar, pero empezó a agobiarnos el calor. Las subidas y bajadas se convirtieron en llanuras y cambió por completo el trekking. Ya no hacía falta vigilar a las sanguijuelas, la fauna menguó y allá donde mirábamos solo veíamos arroz. Andábamos por caminos estrechos entre los tallos, y de altos que eran en ocasiones no veíamos al guía que iba delante.

Fue en una cabaña que utilizan para guardar el maíz donde nos refugiamos a comer. El sol de mediodía nos impedía seguir andando por un sitio por el que la única sombra que teníamos era la de nuestro propio cuerpo. Nos quitamos las botas para entrar a la cabaña y noté el alivio cuando dejaron de apretarme contra las heridas de los pies. Me tumbé un rato en el suelo y mientras Camsay preparaba la comida nos bebimos el agua que había hervido el día anterior, porque de las reservas que llevábamos no quedaba nada. Decidieron celebrar el último día con un “banquete”. Empezaron a sacar toda la comida que quedaba y lo pusieron en una hoja de bananera. Los ingredientes no variaron mucho, aunque añadieron alguna cosa nueva como el bambú (¡¡¡sin gusanos!!!) y salsa picante. “Be careful is very spicy!” nos decía el guía de Niky. Con cuatro cosas prepararon un mantel digno de una fiesta y todo lo que mi estómago toleró fue un pan de leche y un par de plátanos. Y allí estábamos todos metidos, siete personas en un par de metros cuadrados y de poco más de un metro de alto. Cada uno con el inglés de su casa, pero entendiéndonos, creo. Reposamos la comida un rato charlando y mirando el libro que llevaba Seekham “laos-english” lleno de dibujos como los workbooks del colegio.

Seekham, Camsay and Carme
Seekham, Camsay and Carme

No tardamos mucho en volver a ponernos a andar, ya mentalizados de que solamente quedaban un par de horas, pero mirando de reojo el camino aun le preguntamos a Seekham si nos quedaba algún “up”. “A little up” dijo riéndose. Concentramos las energías y comenzamos a andar a paso ligero, yo solo quería ver algo que me indicase que volvíamos a la civilización, y pensando en la ducha que me iba a dar cuando llegase a la cabaña me caí de culo en una bajada. Pero me dio igual, cuando vi la carretera me convertí en la persona más feliz del mundo. Se me pasó todo, me dejó de doler todo y durante todo el rato que estuvimos esperando a la pick-up  hasta que llegamos a Vieng Pouka no se me fue de al cabeza la coca cola fresca que iba a beberme de un trago nada más llegar.

Al llegar a Vieng Phouka me quité las botas y me senté en el balcón de nuestra cabaña (volvimos a la misma que estuvimos la primera vez). Seekham y Camsay vinieron con nosotros a hacerse una cerveza. Nos regalaron unas pulseras de hilo que a mi me hicieron mucha ilusión (lástima que la mía nunca llegase a casa) y nosotros les dimos toallitas repelentes de mosquitos y algunos antiinflamatorios.

Nos despedimos de los dos y quedamos con Seekham que nos veríamos a las 7 de la tarde en el campo de petang. Él y Toni se retaron durante el trekking a una partida de petang y según la Lonely Planet es una de las cosas que no debes dejar de hacer si vas a Laos. Así que era preciso. A la hora prevista nos vimos allí, pero no jugaron uno contra el otro, sino que jugaron como pareja contra más gente del pueblo. Yo me senté a hacerles algunas cuantas fotos pero estaba más ocupada huyendo de los bicharracos que mirando la partida.

Había unos insectos que eran como moscas gigantes muy torpes que chocaban con todo, muy feos, me daban tanto repelús que cuando oía que caía alguno cerca ni me movía, lo miraba de reojo esperando a que viniese alguien a recogerlo. No se si se los comerían, pero cada vez que recogían uno le quitaban las alas y lo metían en un saco que tenía detrás de mi y se oía zumbar. La partida pintaba bien y empezaron ganando, pero la suerte del principiante no les acompañó hasta el final y terminaron perdiendo. Menos mal que no apostaron una gallina que dijo Seekham, así que solo tuvieron que pagar una cerveza para los otros participantes.

Seekham and Toni in the game of Petang
Seekham y Toni en la partida de Petang

Mr Vieng Thong (el dueño de Bokung guesthouse) nos dijo que esa noche inauguraba su nuevo restaurante, así que fuimos allí a cenar. Aunque aun tenía el estomago convaleciente y la sopa que sacó no me gustó nada, el arroz tres delicias me supo a gloria. Después quiso emborrachar a Toni con Lao-Lao. Seekham tampoco decía que no a un trago de esa bebida, y cuando terminamos iba tan contento que quiso invitarnos a su casa. Pero nosotros lo hicimos corto y nos fuimos pronto a la cama.

Seekham, Toni and Mr. Vieng Thong
Seekham, Toni y Mr. Vieng Thong

La cabaña que tres días antes me pareció tercermundista me parecía ahora un hotel de 5 estrellas. Un lujo tener agua aunque fuese a cazos y todo un privilegio la luz a motor a partir de las 9 de la noche y durante un par de horas. Ese día aprecié todos esos detalles, agradecí más que nunca tener cosas que nunca había echado de menos y pensé que todo lo que había pasado arriba al menos sirvió para algo. No fue una lección, simplemente una experiencia y aunque a veces piense que no se si repetiría el trekking se que nunca me podré arrepentir de haberlo hecho. Siempre puedes un poco más de lo que crees cuando estás al límite, sobrevives prescindiendo de muchas cosas y ves modos de vida que por lo menos yo solo había visto en documentales.

Además, la parte más bonita del viaje aun estaba por llegar…

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