La crónica cósmica. Bangkok: bochorno y humedad

A pesar de que las líneas aéreas nepalesas son famosas debido a sus retrasos, el avión que debía partir hacia Bangkok a las doce menos cuarto del mediodía había llegado con tiempo desde Dubai e incluso pudimos embarcar con adelanto. Sin embargo, a continuación estuvimos esperando durante una hora a los pasajeros que venían de otras partes del Nepal en dos pequeños aviones de hélices, y me entretuve mirando por la ventanilla el espectáculo que se daba sobre la pista. Por ejemplo la llegada de un avión en el que viajaba exclusivamente un grupo de importantes peregrinos budistas acompañados de un aparatoso equipo de televisión que les estuvo filmando detenidamente: “¡Cámara!”. “¡Acción!”. “¡Corten!”. “¡Repetimos!”.

Al poco me olvidé de los asiáticos para dedicar la atención a la locura indostana que se daba a corta distancia, donde los pasajeros que iban a embarcar en un avión de Air India hacían cola en medio de la pista antes de pasar, evidentemente con una lentitud exasperante, por el control de seguridad del gobierno indio (que no se fía un pelo del nepalés desde que se les llenó un avión de terroristas en este mismo aeropuerto). Llegados aquí, mis queridos e hipotéticos lectores, poned un momento el freno de mano, y tratad de imaginar la forma que podría tener el lugar en que se llevaba a cabo ese control. ¿Hecho? Bien, sigamos. Lo que habían diseñado los indios para tal propósito eran tres vagones cuadrados (quizás de 3 x 3 m.), con su tejado inclinado y hechos totalmente de lata abollada, que se hallaban el uno a continuación del otros; los pasajeros tenían que trepar un par de escalones y, tras identificarse en el primer vagón, pasar al segundo por una pequeña pasarela, etcétera. La espera también me permitió comprobar como el servicio de limpieza de un solo avión sacaba seis grandes bolsas de basura.

Yo había escogido la compañía aérea nepalesa porque su precio de doscientos euros era parecido al de las de bajo coste, pero que iba directamente a Bangkok (dos horas y media) en vez de llevarme a Delhi y obligarme a pasar un montón de tiempo allí; así que no me quejé al comprobar que el avión se caía a pedazos y tenía más años que Matusalén (los ceniceros que todavía seguían en los brazos de los asientos eran una prueba de ello). Las azafatas estaban en armonía con el Boeing, pues, aparte de feas, eran increíblemente viejas (por lo menos para ese oficio, que es un caso parecido al del rock y el tenis: No es un país para viejos). Completando tanta armonía, la pista del aeropuerto de Katmandú estaba llena de baches, y antes de lograr despegar nos hartamos de saltar de una forma exagerada.

Mi vecino de asiento era un joven nepalés que volaba por primera vez y no dejaba de palparse compulsivamente los cojones: “¿Siguen ahí?”. Al advertirle que debía abrocharse el cinturón de seguridad, me respondió que él pasaba de todo porque era así de chulo: “Yo no me caigo, yo me tiro”. Después de unos momentos, cuando la azafata con cara de verraco le obligó a hacerlo, resultó que no tenía la menor idea de cómo funcionaba tan extraño artilugio. Al rato, ante la bandeja de la comida le tuve que dar el alto porque se disponía a arrojar todos los envoltorios al suelo. Yo regué el pollo de la comida con un par de vasos de vino tinto, medicina que no había probado desde hacía casi un año.

Al recoger la tarjera de embarque tuve el fallo de técnico de no especificar la ventanilla que deseaba, la de la izquierda, y me perdí el grandioso espectáculo del Himalaya mientras lo recorríamos paralelamente durante un buen rato. Tal como es habitual, los turistas occidentales se dedicaron a la lectura de sus libros sin dar una sola mirada a tanta maravilla. A continuación, debido a unas malditas nubes, tampoco vi Bangladesh y las costas del Golfo de Bengala, dos virguerías que desde el aire no tienen desperdicio. A Tailandia sí pude contemplarla a gusto, y la encontré cubierta con el agua y el verdor de los monzones otoñales.

Bangkok: bochorno y humedad. Gracias a la eficacia burocrática tailandesa, y a pesar de la multitud de pasajeros, al poco ya estaba en la calle. A las opciones del taxi y el autobús se les ha juntado ahora la del “skytrain”, un Metro elevado que por 40 “bahts” te permite ver el atasco perenne de la capital desde el aire. En el mismo vagón iba un chico finlandés que acababa de salir por primera vez de Europa e iba bastante perdido; le pregunté si se dirigía a Khaosan Road y terminamos compartiendo un “tuk-tuk” (el ricchó tailandés). Me instalé en la “K. C. Guesthouse” como la última vez porque, aun sin ser la más barata (350 “baths” la habitación con baño) y hallarse en una calle demasiado ruidosa, es familiar, limpia y segura. Con hacer cuatro números (1 euro: 39 “bahts”) descubrí que actualmente Tailandia era demasiado cara para mi bolsillo, y me apresuré a organizar la partida hacia Laos en tren.

Otra razón para esas prisas eran los monzones que el año pasado inundaron Bangkok en esta época, pues no me hubiese hecho la mínima gracia quedarme encallado allí. Podía escoger entre un tren moderno y rápido con aire acondicionado, o uno antiguo al que llaman “de ventilador”; me quedé con éste y con una litera superior porque era lo más barato. Al conseguir el billete (480 Bt.) a través de una agencia de viajes pagué una comisión (120 Bt.) que de todas maneras era más barata de lo que me hubiese costado ir y volver de la estación en taxi.

Tailandia es la tierra de los pantaloncitos cortos, y al llegar de la India o el Nepal al principio resulta un poco difícil mantener la cabeza fría aunque las chicas los lleven con mucha naturalidad y sin montarse el número sexy como en Brasil. Es también la tierra de los “lady-boy”, quienes son más femeninos que las mujeres y ocupan empleos totalmente respetables. O sea que es una tierra a la que podríamos denominar como sexualmente sana (¿gracias a no haber sufrido las comidas de coco bíblicas?), y lo demuestran teniendo el mayor de los burdeles: En Pataya, ciudad de 600.000 habitantes, hay 200.000 putas. Es la tierra de los chihuahuas (perros que se han puesto de moda), del “no have” (expresión autóctona), de la aburrida música melódica que interpretan en vivo en todos lados, y de los masajes de pie que se hacen en la calle (pero instalados en confortables sillones). Lo último: Las pequeñas bañeras llenas de pececitos en las que los turistas hunden sus piernas para que les limpien la epidermis. Es asimismo la tierra en que logras ser respetado por el simple hecho de saludar juntando humildemente las palmas de las manos: “Sawadi khap”.

Hace unos meses os “hablé” de tan profundo tema como lo era el del gran tamaño de las compresas indias, y ahora lo hago por el lado contrario con las tailandesas: Umm. Añádase a tales “especulaciones” que los retretes tailandeses de estilo occidental representan un problema para alguien que tenga una polla “ibericomorcillona”.

Al llegar a la estación de los ferrocarriles con mucha antelación me ahorré el diluvió que cayó cuando ya estaba confortablemente instalado bajo techo con una cerveza en la mano. El ruido del agua era ensordecedor y, también, atemorizante. Debido a que en Bangkok creerías hallarte continuamente en un multitudinario desfile de modelos de ambos sexos, me quedé especialmente atónito ante el esperpento que cruzó en cierto momento el vestíbulo de la estación ferroviaria: Era una chica de unos veinte años que, debido a su gordura, parecía medir más de ancho que de alto, y llevaba un mini vestido negro que empezaba justo por debajo de las bragas dejando al descubierto unos “atractivos” muslos que luchaban entre sí al andar.

Ya que Joe del Vaticano continúa empeñado en hablar públicamente del que, según parece, es el punto primordial de su filosofía, o sea la virginidad de María, esposa de José y madre de Jesús, él debería organizar una rueda de prensa en la plaza de San Pedro dando opción a los ciudadanos cristianos de a pie para que le hiciesen preguntas. “A ver, usted, el enviado de la revista “Hermano Lobo””. “Supongo que la Virgen quedó embarazada cuando ya había pasado por la vicaría, pues, de no ser así, la habrían apedreado como a la Magdalena, ¿no? Pero además ya llevaría casada el suficiente tiempo como para que la barriga no alterase al vecindario, ¿verdad? Y, así, si estaba casada y seguía virgen, ¿se debía a que José era impotente o de la otra acera? ¿O acaso su señora era demasiado remilgada y no le ponía a gusto?”. “¡A la calle con él! Otro. Usted, el de la revista “Muchas Gracias””. “Después de dar a luz al niño Jesús en el portal de Belén, ¿la Virgen continuó virgen y sin abrirse de piernas, y José se puso ciego a base de pajas en la carpintería?”. “¡A la calle con él! ¡No, mejor al calabozo! ¿Quién es el siguiente? Sí, usted, el de “Mundo Cristiano””. El reportero de la revista “El Jueves” se adelanta desvergonzadamente al otro, y pregunta, “¿Acaso no son antinaturales las religiones y filosofías que prohíben lo natural?” “Avisad a Torquemada y que lo meta en la hoguera”.

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
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Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

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1 comentario
  • ¿Laos es mucho mas barato que Tailandia? acabo de descubir esta web y no puedo parar de leer. Muchas gracias por ponerme los dientes largos, ya mismo voy con mi pareja a Tailandia, posiblemente con billete de ida, y la vuelta quien sabe. Gracias por toda la informacion que compartes!!! Un saludo!

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