La crónica cósmica. Con la toalla enrollada sobre el trasero

A pesar de que en el Valle de Katmandú sabes las horas exactas en que dispondrás de servicio eléctrico, y que al despertar por la mañana empiezas por dar una mirada a la lista correspondiente para organizarte, “Si hoy es sábado, cortarán la electricidad desde las siete a las doce, y de las seis de la tarde a las diez de la noche”, ayer, por lo menos aquí en Godawari, se alteró tal sistema debido a la caída de un árbol inmenso que se llevó por delante el tendido eléctrico. El pobre no aguantó la embestida de una de las espectaculares tormentas que refrescan el ambiente todas las tardes, y nos hemos pasado casi veinticuatro horas desconectados.

Tales tormentas, que en esta época son esenciales para esperar la llegada de los monzones sin pasar sed, en los últimos años no se han dado en sitios como las Colinas Kumaon ocasionando auténticas batallas campales entre la población. Godawari es el lugar más lluvioso del Valle de Katmandú y, según creo, esto se debe al “cul de sac” que forman las colinas consiguiendo que las tormentas giren sobré sí mismas sin alejarse (situación que también se daba en mi casa de la Selva Negra alemana).

Al ser un apátrida tienes la ventaja de poder escoger el domicilio adecuado en cada ocasión y época, y resulta incomprensible que alguien se instale en un sitio en el que, al contrario de Godawari, el agua sea de una pésima calidad y te la sirvan con cuenta gotas. Claro que el caudal que mana junto al templo de Shiva también comporta que la gente suba continuamente desde Katmandú para llenar desde tanques a camiones cisterna, y que por debajo de nosotros haya una embotelladora y una fábrica de cerveza (como sabe cualquier alemán, sólo es posible producir una buena cerveza con el agua de un buen manantial).

Tal como sucederá en una casa tradicional turca, en la que difícilmente habrá un buen cuarto de baño porque todo el mundo va al hamam, en la mía no hay ninguno debido a que el vecindario usa el estanque del templo. Habiéndome encontrado bastantes veces en casos parecidos, yo no me acoquiné, y desde el primer día, y de mañanita, a eso de las cinco, salgo a la calle con la toalla enrollada sobre el trasero, voy hasta el templo y, en calzoncillos, me agacho bajo uno de los dragones de granito para despertar de golpe con el chorro de agua transparente y fresca; algo que hago entre hombres, mujeres, cantos, rezos, repiqueteo de campanillas, perfume de incienso, y, de fondo, el bullicio de las trompetas y los gong de los monasterios tibetanos.

Un bosque sano y denso se parece a una burbuja verde que, como los vestidos, no te permite saber qué esconde realmente hasta que te metes debajo. Los de aquí me sorprendieron porque son extremadamente jóvenes, y te creerías en una escuela a la que acuden miles de esbeltos árboles adolescentes que compiten para ver cuál crece más deprisa. La explicación se halla en que estas colinas solamente fueron declaradas “Bosques de la Comunidad” y empezaron a ser protegidas hace menos de veinte años, y que antes eran masacradas hasta dejarlas peladas de forma parecida a mi cabeza; como muestra de ello están los viejos supervivientes de gruesos troncos retorcidos que ahora destellan de alegría creciendo a partir de sus muñones.

Para alguien que ha pasado los últimos meses en las llanuras del Terai, donde puedes andar veinte kilómetros sin trepar una sola cuesta, estas colinas parecen el doble de empinadas; sin embargo, están muy bien “urbanizadas”, y tras acender un trecho, y cuando ya empiezo a recordar cada uno de los bidis que fumé el día anterior (es de mañanita y antes de que aparezca el Sol), ya encuentro el primero de los encantadores senderos llanos que marchan en diferentes niveles (los que vivís entre el cemento lo visualizaréis mejor si os imagináis los pisos de unos grandes almacenes, “Corsetería”, “Calzado” “Y tal y cual”, pero en verde). A partir de ese momento empiezo con mis sesiones de yoga personal cantando, dando los buenos días a los árboles centenarios posando la palma de las manos sobre sus troncos, acariciando las hojas tiernas, y oliendo el perfume de las flores. A pesar de que, según aseguran, en estos bosques habitan más de trescientas especies de pájaros y doscientas cincuenta y nueve de mariposas, la pura realidad es que hago mis paseos sin ver prácticamente ninguno. Completaré la información añadiendo que hay más de cincuenta plantas medicinales.

Me equivoqué al calcular el precio de mi vivienda, pues no son cuarenta euros sino treinta y cinco los que he pagado por todo el mes. Tal diferencia, de la que vosotros os reiréis porque os cobran un euro cada vez que soltáis un pedo, para mí significa el alimento de dos días: Un gran plato de arroz debidamente acompañado de verduras, lentejas y “achar” (nada que ver con el “pickle” inglés, y tampoco con el escabeche o los encurtidos castellanos) me cuesta noventa céntimos de euro (más o menos un dólar), un curry de huevo con cuatro chapatis y un tazón de yogur, unos sesenta céntimos, el chai, diez, el paquete de cigarrillos, quince, el de bidis, dos céntimos, y la maría me la han estado regalando hasta que he conseguido comprar una bolsa de buen tamaño (quizás dure una semana) por noventa céntimos.

Debido al limitado número de visitantes, los otros restaurantes de Godawari se aburren esperando a unos clientes que pocas veces llegan, y observan envidiosamente al propietario del restaurante “Shivam” en que como; al ser consciente de ello, éste me mima con todo el cariño preocupándose tanto de la calidad como de la diversidad de los platos que me prepara según él decide.

Mira lo que pienso

  • Yo tuve un maestro escolar que, aparte de darme unos guantazos de cuidado, aseguraba que pensar era de tontos (por aquello del “yo pensaba…”); afortunadamente, un servidor logró pasar por la escuela sin aprender prácticamente nada. Mi padre opinaba de forma bastante parecida, pues creía que pensar demasiado tenía que ser inevitablemente malo (para quien no esté preparado para ello…); quizás fuese la única ocasión en que mostrase un poco de psicología. Cualquier exceso es defecto, para la gente normal.
  • Me habéis emocionado con vuestros mensajes de avanzada bienvenida: El extranjero en casa.
  • Continuando con el tema de las energías negativas, es esencial evitar las que comportan aceptar regalos de alguien que te cae mal.
  • Es importante que te quieran, pero también que crean en ti.
  • El corazón se alimenta de amor, y el ego de admiración. ¡Toma ya!

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
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Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

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