La crónica cósmica. Dos bellezas, dos tristezas, y una alegría

Dos bellezas, dos tristezas, y una alegría. Nunca me había enfrentado a un peligro semejante. Empeorando las cosas, me cerraban el paso y no tenía más remedio que enfrentarme a ellos. A un lado estaba un elefante y en el otro un rinoceronte. No me cabía la menor duda de que eran salvajes e indómitos, pues mostraban las peores intenciones. Dándome valor, recité los “mantras” necesarios. A continuación, dejándome guiar por el instinto de supervivencia, me enfrenté primero al elefante porque era el más agresivo. Mientras me defendía de los ataques de su trompa con una mano, con la otra le seduje rascándole entre los ojos. Luego, sin darles tiempo a reaccionar, me lancé contra el rinoceronte, y le di un trato parecido, aunque en este caso me dediqué más a la parte posterior de sus orejotas al mismo tiempo que aprovechaba para palpar su sólida armadura.

Tras lograr mis propósitos, me alejé con la satisfacción de haber conseguido definitivamente el poder de la jungla: desde ese momento me podría comparar a Tarzán, y para conseguirlo solamente debería olvidar que el elefante había nacido treinta y cinco días antes, que el rinoceronte acababa de cumplir los cuatro meses de edad, que ambos eran un encanto, y que, ante ellos, no podía dejar de sonreír y babear emocionado. Sin que sepa la razón, al elefante no lo han llevado por el momento al jardín de infancia como hacen con todas las madres y sus bebés, y se han limitado a levantar un cercado de bambú alrededor del domicilio materno. Tal como comprobara anteriormente con otros jovencitos de esta especie, los bebés de elefante son simplemente tremendos (recuerdo a uno que había trepado encima de la cabeza de su madre aprovechando que estaba echada en un río tomando un baño); y lo primero que hace éste es tratar de sujetarme con la trompa para arrastrarme hacia su terrorífica madre, señora que no deja de amenazarme con unos graves gruñidos parecidos a los de un tigre. Para él, la vida es un juego, y cuando traen la comida se acuesta exactamente en el sitio donde sabe que será arrojada dejando que le cubran completamente de hierba (de elefante, por supuesto), y después reaparece encantado como si hubiese pasado por una aventura inolvidable.

En el rinoceronte se da la otra cara de la moneda, pues es un animal tímido y tranquilo al que permiten moverse a su aire porque es incapaz de romper un plato. El pobrecito es huérfano desde que, según dicen algunos, un tigre acabara con su madre; los entendidos en el tema opinan de forma distinta, y aseguran que los tigres no se meten con esas locomotoras sobre patas a las que, generalmente, asesinan los cazadores furtivos para vender sus cuernos en el mercado chino de la imbecilidad.

Una de las tristezas tiene que ver con la muerte de la yegua Simsimpani; os recordaré que significa “gotitas de agua de lluvia”, y que ella trotaba tirando del carrito sin necesidad de riendas y con los ojos descubiertos, siguiendo simplemente las órdenes verbales del carretero. La otra tristeza resulta menos dolorosa por haber sido una muerte anunciada; es la del chacal que, tras romperse una pata y estar apunto de ahogarse en el río a principios de marzo, fue rescatado por el amigo riojano e ingresado en el centro veterinario del parque, donde, debido a los “cuidados” recibidos murió a los pocos días. La alegría la sentí al comprobar que un elefante joven al que, al contrario de los demás, mantenían continuamente esposado, ha sido rescatado por un europeo que, tras apiadarse de él, aportó un buen montón de rupias para que levantaran un amplio corral con cables eléctricos como los de las vacas que le permite pasear incluso bajo la jungla.

Tal como sucede muchas veces, los monzones están mostrando mayor contundencia en septiembre cuando los papanatas ya los daban por terminados. ¿Un par de ejemplos? Una terminal del aeropuerto de Delhi acabó bajo un metro de agua, y en Katmandú, y durante veinticuatro horas, la lluvia batió un récord que permanecía inalterable desde el año 1968.

La forma más exacta para definir el aspecto del cielo las ocasiones en que los monzones muestran toda su fuerza, es decir que los relámpagos son tan rápidos y continuados como para hacerte creer que te hallas bajo los flashes de una discoteca, mientras que los truenos me recuerdan a los cañonazos de una guerra moderna: ¡Boom, boom, boom, boom!.

Frente a la inestabilidad de estos monzones tengo la sensación de que no terminan de cubrir completamente el subcontinente y se mueven de un lado a otro alternando los diluvios con unos rayos solares que te cuecen el cerebro. Claro que ello comporta que, bajo el cielo azul, gocemos de unas insólitas vistas del Himalaya que, de otra manera, y en esta época, permanecerían todo el tiempo bajo un manto de nubes.

Aunque partí de las Colinas Kumaon en el momento en que empezaba realmente el concierto de flores, con los muros revistiéndose de violeta, con los jazmines asilvestrados perfumando el bosque al rebrotar tras los incendios, y con el suelo, que anteriormente pasara del marrón al verde, ahora destellando gracias a los colores de unas flores que parecían acaparar zonas determinadas sin mezclarse, acá un tapiz rosa y allá uno azul celeste, al llegar a este jardín natural llamado Sauraha podría haber creído que venía de una tierra árida; pues tal es la sensación que tienes siempre ante las tierras tropicales (el microclima subtropical de Chitwán se convierte en tropical con los monzones), donde el verde parece más verde y hasta los tejados se hallan cubiertos de flores, e incluso la hierba de elefante luce ahora sus delicados plumeros blancos.

En Odisha, y junto al Golfo de Bengala, había visto una nube de pájaros que cubría el cielo, en Java y Sri Lanka fueron miles de grandes murciélagos frugívoros (“flying-fox”) cruzando el cielo enrojecido del ocaso, y aquí, anteayer, bajo la última luz del día, creí hallarme ante una inmensa bandada de golondrinas volando en círculos y a poca altura por encima de la hierba elefante; sin embargo, cuando se desplazaron hasta tenerlos más cerca, descubrí que eran miles de murciélagos (unos enanos y otros medianos).

Espectáculos para turistas ricos: llevan ganado (generalmente búfalos) hasta el corazón de algunos parques nacionales indios, y esperan la llegada de los depredadores mientras los señores clientes toman un aperitivo.

Me crucé con uno de los elefantes “pensionistas” a los que, debido a su avanzada edad, se les permite moverse a su aire, y permanecimos un buen rato a solas porque gracias a los monzones, al bochorno y a los mosquitos, por el momento no han llegado las masas de turistas, sobretodo, chinos.

Estoy realmente envejeciendo: las lluvias han llenado Sauraha de setas mágicas (de elefante y rinoceronte) por las que no me siento mínimamente atraído.

La afición madrugadora me permite pasear entre las aldeas Tharu a unas horas en que sus habitantes continúan durmiendo en los porches y bajo los mosquiteros.

Talibania

  • Real como la vida misma: en cierta aldea india alguien soltó la patraña de que era peligroso dormir de noche, “Lo sé a ciencia cierta: vas a morir”, y ahora lo hacen de día.
  • Mató a su hijo creyendo que era un mono que se había metido en el huerto.
  • En el año 2002 fueron masacradas 97 personas en el estado hinduista de Gujarat, y ahora se ha condenado a la señora Maya Kodmani, que entonces era ministro del gobierno local (partido B. J. P.), por haber provocado a las masas e incluso haberles entregado keroseno y machetes.
  • Un ministro actual del mismo estado y del mismo partido ha asegurado desvergonzadamente que la malnutrición de gran parte de la población se debe a la moda: “No comen porque no quieren”. Umm.
  • En la India continúan implementando una estricta censura cinematográfica (¡Nada de besos!) en unas películas sobrecargadas de violencia y sadismo. Por cierto: ¿cuándo descubrirán que las pantallas se han convertido en unas escuelas de maldad y locura que se hallan directamente relacionadas con las matanzas callejeras?

Mira lo que pienso

  • Ante el comportamiento de los denominados como seres humanos, ante el trato que se daba y da a las mujeres en ciertas culturas (¿Cultura? ¡¿Qué cultura?! ¡¿La de nuestros mismos abuelitos que emparedaban a las mujeres adúlteras?!), ante el que recibían los judíos y los gitanos en la Europa medieval, ante la forma que puteamos a los animales y arrasamos con la naturaleza, y ante el miedo e histerismo que nos provocan cuatro bacterias y la mínima enfermedad, supongo que nadie dudará de que, tras haber perdido el rumbo natural, nuestra locura no ha dejado de aumentar a través de los años comportando que las calles se hallen abarrotadas de majaras que sufren el síndrome de Napoleón, el de Jesús, Mohamed, Torquemada, Ramsés, el Che o Rasputín (“¡Oh, Oh, Rasputín!”).
  • Día tras día trato inútilmente de encontrar a alguien que no lleve un chip mental que le empuja a defender unas ideas y unos valores ajenos como si los hubiese desarrollado por sí mismo.
  • Tengo un autocontrol que alcanza el nivel robótico, pero no deseo controlarme porque no creo que sea sano, y simplemente evito las situaciones en que me vería obligado a hacerlo. Un caso, que es al mismo tiempo parecido y opuesto, sería el de las imbecilidades que te pasas la vida reprimiendo, o sea controlando, a pesar de saber que, de llevarlas a cabo y ser capaz de observarte, alcanzarías el conocimiento comprendido (de la imbecilidad) y no las repetirías en manera alguna.
  • Creo que muchos de los problemas psíquicos que sufren los humanos terráqueos, ya sean el vértigo, la visión interna equívoca de uno mismo, o los complejos de superioridad e inferioridad que incluyen a la ridícula arrogancia, la dolorosa timidez, la enfermiza cobardía y su hermanita siamesa la agresividad, brotaron junto con los físicos el mismo día en que descendimos de los árboles y dejamos de andar a cuatro patas.

“Yo diría que la literatura es también una forma de alegría. Si leemos algo con dificultad, el autor ha fracasado. El libro no debe requerir un esfuerzo, la felicidad no debe requerir un esfuerzo”, Borges.

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
La crónica cósmica, de Nando Baba
700 457 Nando Baba

Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

Artículos por : Nando Baba
1 comentario
  • Nando, saludos cordiales por aca, donde puedo agradecerte públicamente la satisfacción semanal del compartir de tus deliciosa experiencias y vivencias. Jordi

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