La crónica cósmica. El papanatas de Adán y la marchosa Eva

A quienes residís en sitios con problemas de agua, os recomendaría pasar unas vacaciones en Godawari, donde los habitantes dejan los grifos abiertos porque, aparte de ir sobrados de agua, el flujo continuado evita que se vean obligados a conectar las bombas. Según aseguran, el agua de este lugar tiene poderes medicinales y espirituales; casi nada. Gracias a esta riqueza en los restaurantes continúan con la tradición de servirte agua fresca y gratuita. Mientras en Sauraha sufren una terrible ola de calor acompañada de sequía (igual que en el norte de la India), aquí creerías hallarte en la estación de los monzones, pues las nubes se pegan a las cumbres de las colinas, y el color verde solamente es roto por el violeta de las buganvillas y el de unos árboles que en esta época se cubren de flores.

A pesar de hallarnos a mil quinientos metros de altitud, este valle está lleno de bambú, bananeras y otras plantas tropicales gracias a encontrarse en una latitud (¿o era longitud?) parecida a la de las Islas Canarias. Aunque la aparición en escena de las sanguijuelas me expulsase de los senderos (¿acaso fueron ellas las que echaron al papanatas de Adán y a la marchosa Eva del Paraíso?), he podido continuar con mis paseos sin más problemas al mantenerme sobre el asfalto que cubre las calzadas de la carreterita y de los distintos centros oficiales; esos sitios son preciosos, solitarios, inmensos, y parecidos al mismo jardín botánico, pero, sin embargo, no tienen el embrujo del bosque (el hombre nunca creó magia…).

Aparte de las malditas chupadoras de sangre, la primavera ha traído grandes cantidades de luciérnagas que con sus vuelos se encargan de iluminar las noches faltadas de electricidad. Los insectos que arman más barullo son aquéllos que recuerdan a las pulidoras de un taller de metalúrgico; estos bichos multiplican mi compulsivo buen humor, porque siempre termino riéndome cuando callan todos al unísono en cuanto me detengo para intentar verlos.

Creo que la paz de Godawari, con el tráfico de su única calle, que es en realidad un camino, compuesto de niños, ancianos, perros, gallinas, cabras, vacas y palomas, y con el silencio solamente roto por los trompeteos tibetanos, tranquilizaría incluso al más histérico. Por cierto, que debido a la presencia de los dos grandes monasterios budistas que hacen las veces de escuelas e internados, la mayor parte de la población de esta aldea es extremadamente joven y lleva la cabeza afeitada (en tal estadística no tengo en cuenta a unos lamas que permanecen encerrados en sus celdas haciendo meditación durante tres años, tres meses y tres días). En esas imágenes debéis incluir al chaval que asciende hasta aquí en bicicleta para repartir parsimoniosamente el periódico; en esta ocasión me he suscrito al “The Himalayan” (locuras nepalesas: en Sauraha no podía conseguir este periódico, mientras que aquí no llega “The Kathmandu Post”).

Otra razón para recomendar Godawari está en que se halla muy cerca del aeropuerto (con sólo andar dos kilómetros desde mi domicilio (hasta el Cyber para mandaros estas crónicas) ya empiezo a oír el ruido de los aviones); así que es un lugar ideal para “aterrizar” y relajarte si acabas de llegar de Occidente.

Faunópolis

  • ¿Un ejemplo del gustazo que siento contemplando animales? Me pasé media hora agachado frente a un encanto de serpiente que acabaría de salir del huevo y tomaba al mismo tiempo el sol y su primer baño en una acequia; era diminuta, plateada, y tenía sobre la espalda unas marcas verdes y destellantes parecidas a unas x.
  • La otra madrugada, cuando estaba agachado en el retrete con un bidi entre los labios, de pronto salió disparada del agujero una rata preciosa que, tras cruzar entre mis piernas, huyó hacia la calle. Entonces, al mismo tiempo que yo me desternillaba, recordé a una mujer de mi pueblo que sentía fobia hacia estos roedores, y me pregunté cuál habría sido su reacción de hallarse en mi lugar.
  • Los perros de Godawari tienen la misma sonrisa e idéntico encanto zorrino que los de Sauraha, o sea que son un amor a primera vista.
  • Diversas señales de tráfico que no tenéis en Occidente. Atención: rinocerontes, cocodrilos, camellos, koalas, elefantes. Ayer un tren indio se llevó por delante a tres elefantes.
  • Durante los últimos tres meses han asesinado cinco leopardos en el Valle de Katmandú.
  • Miré un reportaje maravilloso en el que, cuando una leona se disponía a cazar una gacelita de pocos días, ésta, empujada por su candidez, se dirigió a ella en vez de huir y, al ablandársele el corazón, la gatita terminó por adoptarla (¿le enseñaría a cazar gacelas?).

Telegráficamente hablando

  • El hombre que cuida de mi alimentación es un cocinero de primera y logra emocionarme diariamente con unos menús que, además, incluyen frecuentemente verduras silvestres y desconocidas. En cada ocasión, cuando empiezo a comer, él me observa atentamente esperando mi veredicto como lo haría una esposa solícita; y solamente se relaja en el momento en que exclamo sincera e invariablemente, “¡Está de puta madre!”. ¡Cuánta diferencia hay entre esta simple ceremonia, que es transparente y emocional, y la fórmula centroeuropea con la que el camarero te preguntará por educación si la comida estaba buena, y lo hará esperando que tú, guiándote por el mismo valor, le respondas positivamente! ¡Mucha domesticación robótica y pocos sentimientos! Las veces en que “salgo de casa”, como el otro día en que fui a despedirme de Katmandú, siempre me meto en algún restaurante para turistas ansiando comer algo distinto, y regreso invariablemente asqueado e insatisfecho.
  • Supongo que el sueldo mensual de un camarero alemán rondará los dos mil euros, mientras que el chaval del sitio en que como cobra aproximadamente cincuenta y cinco euros, además de recibir alimento, ropa y cama; claro que, al residir en el mismo sitio, está de guardia desde que se levanta por la mañana hasta que se acuesta; guardias que, por lo demás, han de ser bastante aburridas si se piensa que yo soy por lo general el único cliente.
  • Gracias a que en mi domicilio no hay ningún espejo, estoy gozando de nuevo de la curiosa experiencia que significa llegar a olvidarme de mi propio careto; y cuando veo inesperadamente mi reflejo en alguna cristalera, exclamo ceremoniosamente, “¡Ostras, Pedrín, un viejo!”
  • Me llevaron de la mano, en realidad en moto, hasta una peña muy empinada por la que trepamos siguiendo unas escalinatas dolorosamente largas. En la cumbre se encontraba el templo de Shiva más antiguo de los alrededores (la misma cima rocosa tiene la forma de un “língam”), y debido a que era un lunes, o sea el día dedicado a este dios, bajo un letrero en el que se prohibía fumar se había reunido una treintena de hombres de todas las edades que se pasaban humeantes “chíloms” mientras cantaban acompañados de un armonio y unas “tablas”.
  • La cantidad y diversidad de ritos y festividades de hindúes no parecen tener fin, y sirva como ejemplo que mis vecinos asistieron a la larga ceremonia que se realizaba para conmemorar los dos meses de la defunción del suegro de una cuñada. Recientemente se celebró “El Día de la Madre de las Huérfanas” (el de los huérfanos se da en una fecha distinta), y el templo se llenó de viejas que eran evidentemente huérfanas.
  • Una delicia que incluyo en mi dieta actual: miel de mostaza cuyo gusto no recuerda en nada sus orígenes.
  • Por Katmandú corre una europea de unos treinta años y pico que va prácticamente desnuda por la calle (ella opinará que es sexy), y logra que los nepaleses pierdan un poco más el poco respeto que sienten hacia las occidentales.
  • Igual que en otras ocasiones, estoy compartiendo los programas televisivos que ve la familia con la que como; exceptuando cuando seleccionan para mi deleite “Animal Planet”, “National Geographic” o “Discovery Chanel”, una de sus aficiones, aparte por supuesto del cricket y los seriales, está en los concursos que cuando yo era jovencito se hubiesen llamado “Salto a la Fama”. Rediós, parece que emitan uno en cada canal indio y, sea cual sea el supuesto “talento” de los participantes (título real: “Indian Talent”), se halla invariablemente a un nivel tan miserable como vergonzoso: que si una danza del vientre llevada a cabo por una celulítica “parkinsoniana”, que si un mimo al que superaría de largo el hermano sordomudo de Shankar, que si un niño tocando la batería como el del “Tambor de Hojalata”. No obstante, el caso más sorprendente es el de los miembros de los diferentes jurados, quienes siempre felicitan calurosamente a los participantes animándoles a continuar con su “prometedora” carrera artística.
  • Un chiste aparecido en el periódico “The Himalayan”: Cuando Joe fue a residir en una colonia nudista de un lugar que quedaba alejado del de su familia, y a los pocos meses su senil y miope abuela le escribió pidiéndole una foto en la que apareciese junto con sus nuevos amigos, al no encontrar él ninguna adecuada decidió cortar por la mitad una en la que estaba junto con unos vecinos, y aunque, evidentemente, pensaba en mandar la parte superior de la foto, en el último momento se equivocó y lo hizo con la inferior. Al descubrir posteriormente su error, no logró pegar ojo hasta que recibió una respuesta de su abuela en la que le aconsejaba, “Deberías cambiar de peinado, pues con el que llevas pareces más narigudo que Cyrano”.

Mira lo que pienso

  • ¿Conocéis a Wolf Messing? Dadle una mirada, pues de ser cierto lo que cuentan, era un auténtico mutante.
  • Cuando el primer inglés puso los pies en Australia y, viendo a un grupo de canguros, le preguntó a un aborigen, “¿Qué animales son estos?”, el otro le respondió, “No te comprendo”, que en su lengua se pronuncia, “canguro”.
  • Ante la repulsión que nos provoca “Facebook” al amigo occitano y a mí, estamos planeando crear el “Culobook”.
  • Cada vez que me veo obligado a tratar con los suaves y amables funcionarios nepaleses, recuerdo a los indostanos porque se hallan totalmente en el otro lado de la moneda.
  • Yo ya creía estar curado de espantos, pero me quedé boquiabierto al ver una película india de ciencia-ficción.
  • Érase una vez un mafioso al que interrumpió la policía mientras estaba echando un polvo sobre el suelo del salón con la nariz empolvada de cocaína y, sin “sacarla”, agarró la pistola que tenía al lado y se lió a tiros.
  • Cuando el señor Tolstoi quiso dar una lección al yonqui que se follaba a su mujer y le pegó cuatro tiros de fogueo para atemorizarle, pudo comprobar personalmente el desapego que sienten los de tal gremio hacia la vida porque permaneció inmutable.
  • Quien acepte un empleo como recolector de mangos deberá pensar en protegerse los ojos y la piel del ácido que llevan. La línea aérea nepalesa ha cancelado sus vuelos a Hong Kong al no disponer sus aviones de los nuevos requisitos tecnológicos exigidos por las autoridades locales.
  • Los perros, las vacas y las cabras del Nepal y la India están preparados para la vida moderna porque comprenden perfectamente el lenguaje de las bocinas de los vehículos y se apartan al escucharlas.
  • Un grupo de ecologistas ha estado limpiando el Everest, y ha recogido más de cuatro toneladas de basura. ¡Esta semana han ascendido quinientos excursionistas hasta su cumbre!

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
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Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

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