La crónica cósmica. Encerrado en un convento de clausura

Cuando me enfrento semanalmente a estas crónicas (de forma parecida a como otros se arrodillan ante un confesionario para ahorrarse la visita del sicoterapeuta), lo hago con el propósito de que lleguéis a conocerme y, así, podáis criticarme con un poco de base (la bajeza del mentiroso alcanza su máxima cota al difamar, pues ese tipo de falacia tiene un efecto parecido al de derramar un cubo de tinte rojo en una laguna de aguas transparente). Mis constantes repeticiones (“¡Vaya, hombre, ya nos ha vuelto a salir con el mismo tema!”, “¡Es que el pobre está cada vez más perdido!”) no son tan sólo la prueba de mi volátil memoria, sino también de mi pereza (pues podría organizarme mejor o repasar lo que he escrito con anterioridad) y de los tics que me dominan.

De forma parecida, al tratar (inútilmente) de montarme el número “tarzanero” estoy mostrando la inseguridad del cagueta que llevo dentro, y al filosofar pedantemente logro probar mi incultura. Después de rumiarlo (me encanta este verbo al que solamente se puede denominar de rústico), he decidido confesaros asimismo que durante los pasados diecinueve meses he permanecido encerrado en un convento de clausura extremeño desde el que, para matar el rato entre una y otra sesión con el cilicio, os he ido mandando estas crónicas que escribo en mi oscura y umbría celda de diez metros cuadrados.

Efectivamente, mis queridos e hipotéticos lectores, Sauraha solamente existe en mi enfermiza imaginación, así como Shankar, Narmada, el señor Tolstoi y el bebé de rinoceronte; y vosotros sois unos crédulos que os tragáis encantados estas parrafadas porque, seamos sinceros, a pesar de ser ficticias además de mediocres, resultan más entretenidas que el decorado que tenéis ahora mismo a vuestras espaldas (los decorados siempre han estado a espaldas de los actores, ¿no?). Maldita sea, ya he vuelto a ensuciar toda un página sin decir nada, será mejor que me ponga las pilas.

Al fin (después de dar una mirada a la fecha del visado), he fijado la partida para el cinco de mayo; y debido a que desde Sauraha solamente voy a escribir una crónica más (aparte de ésta), me veo obligado a hacer limpieza general (que si esto a la papelera, que si aquello al retrete) para tomar el autobús con el mínimo “equipaje”; y claro, para lograr tal propósito debo montarme el abarrotado número telegráfico que viene a continuación.

Ha llovido de forma monzónica arrasando (un poco) con el bochorno. A los elefantes les encantan estos diluvios porque, aparte de refrescarse, les libran de los insectos y, todavía más importante, de los turistas.

Licencia para cortar: Desde una loma vi como treinta y cinco mujeres cruzaban el río en fila india y se internaban en la jungla; cada una llevaba en el cinto una hoz y en el bolsillo la licencia que les autoriza a cortar la hierba de elefante (peso increíble, ¿quizás cincuenta kilos?, que, aparte de cargarlo sobre sus espaldas y soportarlo con la frente, llevarán hasta sus casas atravesando varios kilómetros de jungla). La razón de tal esfuerzo son las rupias que cobrarán al vender la hierba a los propietarios de elefantes. Por cierto, que el otro día ellas volvieron a robarle una presa al señor tigre sin pensar que el rey solucionará el problema comiéndose a uno de sus búfalos (supongo que cuando denuncian esas pérdidas evitan mencionar la parte de culpa que tienen en ellas).

Si le preguntases a una gallina cuáles con los peores depredadores, te cacarearía que los cuervos, pajarracos que, en cuanto ellas se descuidan, les roban más de un pollito.

Los “sauraheños” se admiraron al ver el tatuaje del Dios Shiva que el amigo occitano llevaba en la espalda, y cuando una pareja de tatuadores franceses pasó unos días en mi pensión se apresuraron a pedir turno. Debido a su aspecto y acento, les pregunté si eran de Marsella; y ellos me sorprendieron al responder que provenían de la misma zona agreste que el amigo occitano, a quien conocían a pesar de no haber hablado nunca con él. El mundo es un pañuelo (sucio…).

Las ranas empezaron a creer en el Paraíso al contemplar como los campesinos preparaban e inundaban amorosamente los arrozales (¡El arroz crece a ojos vista como el bambú durante los monzones!). ¡Ja! ¿Os imagináis los conciertos corales que organizan mientras regreso de noche entre los arrozales, mientras el mundo duerme y el aire huele a jazmín (ya ha empezado la “lluvia” de flores), y mientras cantan los chacales, los búhos y los insectos?

Durante esta primavera escalarán el Everest 29 equipos y 315 montañeros.

La otra tarde, estando sentado en la pradera, se me vinieron encima treinta loros de grandes dimensiones (como una escuadrilla de “stukas”), y me dejé caer de espaldas riendo al recordar a las malditas palomas de la Plaça de Catalunya barcelonesa que hacen exactamente lo mismo.

Aunque el tráfico de rupias indias falsas (made in Pakistán) ya era el pan (¿o el “chapati”?) de cada día, ahora han ampliado el mercado con las rupias nepalesas; supongo que resultará fácil diferenciar los billetes falsos de los auténticos porque aquéllos deben ser nuevos y no estarán sucios y pringosos.

Durante la temporada en que Shankar residió en un manicomio indio conoció a una joven, que no estaba en manera alguna desquiciada, a la que sus padres la habían internado por el simple hecho de haberse casado por amor.

Aunque os pueda parecer imposible, todavía siguen llegando nuevos pájaros que me anuncian su presencia con cantos desconocidos (¿recordáis al “paradise fly catcher” de las Colinas Kumaon, una bola de plumas blancas con una larga y fina cola?: tengo uno al lado de la cabaña).

Siguiendo las tradiciones, la llegada del año nuevo (2070 B. S.: ¿Before Shiva?) comportó que todo el mundo visitase al peluquero, al sastre, e incluso al zapatero.

Joe Paranoias: Érase una vez un “sauraheño” de sexo supuestamente masculino, guía forestal de oficio, y carácter histérico, que se presentó en el hogar de Shankar y Narmada asegurando que uno de sus perros le había mordido. Al conocer a los nepaleses y aborrecer a las jaurías justicieras de los seres humanos, le corté por lo sano ordenándole que me mostrase la herida. ¡Ja! La prueba de la agresión era la diminuta marca de un diente que ni tan siquiera había perforado la piel ni producido la mínima herida, y el supuesto perro era un jovenzuelo de seis meses incapaz de matar una mosca. Completando tan ridículo espectáculo, el muy idiota pretendía ir al hospital para que le vacunasen contra la rabia.

Cuando tengo vecinos nepaleses, que son invariablemente escandalosos, dejo el ventilador conectado toda la noche y, tras adaptar su ruido continuado a una improvisada sinfonía mental, duermo como un angelito sin escuchar las risotadas de los otros (gracias a este sistema, en Kanchanaburi me libraba del alboroto producido por el aparato de aire acondicionado de otra habitación).

Creo que se me pasó por alto comentaros que cuando el señor Chacal se dirigía hacia Assam (después de visitar Sauraha) había tenido un accidente de tráfico, y que continuó el viaje con una costilla y un dedo rotos. A pesar de las diferencias culturales que siempre dificultan la relación con los amigos extranjeros, entre el señor Chacal y un servidor se da una transparente naturalidad en la que, cosa rara con otros indostanos “de buena familia”, no tienen cabida la pedantería y la arrogancia porque no nos atemoriza aceptar que no llevamos un duro en el bolsillo o que no entendemos de la misa la mitad.

Las muertes causadas por los desastres naturales durante el último año en el Nepal fueron 420; de éstas, 129 se debieron a los relámpagos (en la última tormenta cayó uno que hirió a 20 personas y se cargó a otras 5 además de acabar con el ganado y las planas que había a cien metros a la redonda).

Escucho una y otra vez la misma opinión por parte de las mujeres nepalesas: “Los hombres de este país tienen el cuerpo fuerte y la mente débil”. ¿Una muestra? Cuando el futuro suegro del señor Tolstoi coge la obligada borrachera diaria lleva a cabo bromas tan “graciosas” como darle de beber cerveza a su nieto de poco meses o ponerle el móvil en la oreja a un perro con el volumen a toda potencia para que “se deleite” escuchando música.

Un reportero ecologista se ha paseado por diferentes restaurantes de Katmandú en los que le han ofrecido guisos de diferentes animales protegidos.

Supongo que os siguen llegando las noticias “talibánicas” de la India, por ejemplo la de una niña de cinco años que fue raptada y violada durante varios días.

Si os gustan las orquídeas, deberíais visitar el jardín botánico de Sikkim en el que se exponen más de ochocientas variedades.

Nunca dejan de sorprenderme las plantas retráctiles, y especialmente una que “corre” por aquí que realiza un plegado total y prácticamente desaparece de la vista.

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
La crónica cósmica, de Nando Baba
700 467 Nando Baba

Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

Artículos por : Nando Baba

Dejar una Respuesta

Start Typing

Preferencias de privacidad

Cuando visitas nuestro sitio web, éste puede almacenar información a través de tu navegador de servicios específicos, generalmente en forma de cookies. Aquí puedes cambiar tus preferencias de privacidad. Vale la pena señalar que el bloqueo de algunos tipos de cookies puede afectar tu experiencia en nuestro sitio web y los servicios que podemos ofrecer.

Por razones de rendimiento y seguridad usamos Cloudflare.
required





Utilizamos cookies propias y de terceros para mejorar nuestros servicios y mostrarte publicidad relacionada con tus preferencias mediante el análisis de tus hábitos de navegación. Si continuas navegando, consideramos que aceptas su uso. Puedes cambiar la configuración u obtener más información aquí