La crónica cósmica. Esperar la muerte con gran interés

En esta crónica me podré dar el gusto de comunicaros una noticia que es realmente de última hora, pues ha sucedido hace poco en una aldea cercana en la que un hombre ha sido gravemente herido por un leopardo mientras se calentaba ante una hoguera acompañado de su hija. Le ha atacado por la espalda, y solamente se ha salvado gracias a la llegada de unos vecinos armados de palos que han logrado alejar al gatito. No obstante, cuando me han contado la película el leopardo todavía seguía por los alrededores sin dejar de gruñir amenazadoramente.

Con la historia anterior, y por el mismo precio (programa doble) han tratado de colarme una de esas “leyendas” locales que ni tan siquiera se las cree un crédulo como yo. También va de leopardos, y más exactamente de uno que, tras herir a tres pescadores que se hallaban junto al río, atacó a una chica europea (nacionalidad desconocida) que no lo vio venir porque estaba plenamente dedicada a observar pájaros con los binoculares. Hasta aquí todo normal, pero ahora viene lo bueno porque, según ellos, cuando el leopardo le pegó un mordisco en el brazo, la chica se revolvió como una tigresa, se le echó encima, y lo inmovilizó hasta que llegaron los guardas forestales y lo mataron. ¡Ja! En un cuerpo a cuerpo con un leopardo, el más rápido de los seres humanos parecerá una tortuga, y a la primera de cambio le habrá arrancado el corazón de un zarpazo (como gato panza arriba); y si lo dudáis os recomiendo que tratéis de agarrar a un gato acorralado (y eso sin hablar de la fuerza muscular).

Nos encontramos en la época en que el paisaje cambia continua y rápidamente de aspecto y color. Al cosechar la mostaza, la tierra se quedó desnudita y parda. A continuación se pusieron en marcha las potentes bombas de agua que se encargan de inundar los campos antes de dar paso a los tractores que los labran con el agua embarrada hasta media rueda. Terminada esta parte entran en escena los grupos de mujeres (forman equipos vecinales o familiares), que pasan las duras jornadas bajo el sol, plantando de uno en uno los tiernos brotes de arroz, encorvadas, con la espalda recta y horizontal, y las piernas hundidas en el barro hasta las rodillas. Los hombres solamente participan en ese tipo de trabajo como ayudantes y sin sudar en absoluto.

Tal espectáculo se está dando diariamente en todos lados, con el par de tractores (que se alquilan por horas) labrando ahora unos campos y mañana otros, y las plantadoras siguiéndoles de cerca para saltear el paisaje con el más hermoso y destellante de los colores verdes. Pero el trabajo no termina con la puesta del Sol, pues si desean evitar desastres que manden al traste tanto esfuerzo han de dormir con un ojo abierto y montando guardia en los chamizos de bambú que para ello construyen en medio de los arrozales. Añadiré a esta información que, posiblemente para no “aburrirse”, las parejas acostumbran llevar cabo tales guardias juntos y muy a gusto al librarse de las populosas familias con las que normalmente han de compartir habitación y cama.

Os mencioné que la compañía cinematográfica “China Film Co. Ltd.” está rodando estos días en Sauraha, y ya hemos sido testigos de varias tomas, una de ellas junto a la ventana de mi cabaña. En unos casos los jóvenes actores llevan mochila y hacen turismo por el Nepal, y en otros atraviesan a toda velocidad las polvorientas calles de Sauraha en un aparatoso automóvil rojo, norteamericano, y descapotable (supongo que es de los años setenta). En una de las escenas aparecía una multitudinaria manifestación maoísta en la que participaron como extras la mayoría de jóvenes “sauraheños” cobrando la barbaridad de mil rupias diarias (nueve euros). Entre éstos se encontraban los albañiles que edifican la nueva casa de Shankar y Narmada (quienes han conseguido que les aumenten el crédito y ya tienen el permiso para abrir un restaurante y una pensión), y les han dejado en la estacada hasta que termine el rodaje.

Faunópolis

  • Igual que había sucedido en otras ocasiones, por estos alrededores está corriendo una enfermedad que mata a los cachorros de perro en un santiamén (con el amigo riojano habíamos enterrado a más de uno). El día en que enfermaron el perrito de Shankar y la perrita del señor Tolstoi (vomitan, dejan de comer, y se consumen a ojos vista), le comenté a éste que los colonialistas británicos lograban curar muchas enfermedades con una cucharadita en ayunas de su mejor medicina natural: el whisky. Él no se lo pensó dos veces, y ambos perritos sobrevivieron después de pasar tres días completamente borrachos (al ser un buen patriota, usó vodka en vez de escocés).
  • Un elefante aplastó y mató a un hombre cuando salía medio dormido de madrugada para echar una meada.
  • Debido a la pobreza de los últimos monzones y a la persistente falta de lluvias invernales, la India se prepara para sufrir una terrible sequía primaveral, o sea cuando se alcanzan las mayores temperaturas).
  • Una imagen digna de México lindo y querido: El jinete hacía la siesta echado sobre su elefante mientras éste pastaba tranquilamente.
  • Hay unos corrales de elefantes en los que solamente residen machos, y la otra tarde cada uno de ellos decidió airear desvergonzadamente y al mismo tiempo su metro y medio de polla dejando a los humanos acomplejados y a las humanas admiradas.
  • El occitano tuvo la oportunidad de experimentar lo que se siente al darte de bruces con un elefante dentro del bosque. Yo le había hablado ya de los “pensionistas”, y tras controlar el esfínter me preguntó esperanzado si era uno de ellos. Sí, lo era.

Telegráficamente hablando

  • Aparte de decidir yo mismo el alquiler que pago por mi cabaña, Ranjana acabó de demostrarme su aprecio al preguntarme si me parecía bien el precio y el descuento que le hacía al amigo occitano.
  • Antes de comer o beber, los hindúes siempre derraman una pizca sobre la hoguera dándole las gracias a Dios, y ni tan siquiera los borrachines se olvidarán de echar unas gotitas de licor.
  • Fotógrafos compulsivos: Érase una vez dos chinos de pelo blanco y redondas barrigas que cargaban con las obligadas cámaras fotográficas de metro y medio y enloquecieron al verme llegar a través de la pradera: “Tac-tac-tac-tac”. Foto va y foto viene. Yo pasé desternillándome ante ellos e intenté camuflarme en el bosque; pero no hubo manera de librarme, y siguieron ametrallándome como si estuviese levitando o (quizás sea esto) tuviese cara de cangrejo (la fiesta no es para feos).
  • La pequeña Alisa se hizo un pequeño corte en el pie y vino a mostrarnos el desaguisado pidiendo que la llevasen al hospital. A pesar de ser una herida de nada que ya había dejado de sangrar, unos y otros me observaron incrédulamente cuando les aconsejé que se limitasen a lavarla con agua: “¿Agua, jabón? ¡Esto jamás!”. Efectivamente, terminaron por ir hasta el dispensario.
  • Tuvimos otra tormenta, y ésta con granizo de buen tamaño. Llovió toda la tarde, y los rayos se cargaron a ocho personas mientras herían a veinte más.

Mira lo que pienso

  • Cosas del ego. Al hallarme ante unas personas amables, mi ego pretende hacerme creer que lo son sólo para mí. Cuando los “sauraheños” ven el espectacular tatuaje de Shiva que el occitano lleva en la espalda y él les explica que se lo hizo una sobrina mía, mi ego me convence de merecer personalmente parte de los halagos. Si mi equipo deportivo predilecto gana, mi ego me obliga a exclamar, “HEMOS ganado”. ¡Ja!
  • Esta aventura llamada vida me entusiasma tanto como para que espere la muerte con gran interés, sin que esto signifique que la desee o ansíe. Ya os había contado en otras ocasiones que me gustaría morir con las botas puestas, o sea de forma totalmente distinta a quien ha pasado una docena de años fuera de la circulación y muere cuando los demás daban por sentado que llevaba una eternidad criando malvas: “¡Ah, ¿pero es que todavía seguía vivo?!”. A ser posible también me apetecería morir lejos de los hospitales y libre de compañías, pues creo que ha de ser una experiencia muy íntima y personal, ya sea para hundirme en la oscuridad absoluta o encontrarme en un cinemascope astral. Querría ver venir a la muerte, y saludarla (por una vez…) con la cabeza sobria; claro que para ello sería necesario que llegase sola y sin acompañarse de dolores. Hay quien cree que la muerte es sinónimo de derrota y rendición, y también hay quien ha vivido derrotado porque se rindió antes de empezar la batalla de la vida.
  • El temor del ganado y la tristeza del esclavo.
  • ¿De virgen a putón sin dilación?
  • No me temas, pues no te temo ni deseo nada de ti.

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
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Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

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