La crónica cósmica. La humanidad y su imbecilidad

La humanidad y su imbecilidad. Al rememorar las típicas imágenes en que el jefe de una tribu entregaba oro a cambio de cuatro abalorios, a mí me parece que nosotros hemos estado representando este papel como unos papanatas, y que nos hemos vendido a cambio de cuatro bolas que ni tan siquiera son de cristal, sino de plástico. Consiguiendo ya el doctorado de la imbecilidad, por el camino hemos entregado el poder a los comerciantes sin detenernos a pensar que ellos se guían por los beneficios en vez de la dignidad, y ahora nos asombramos de que se hayan enriquecido mientras vaciaban los bolsillos de la economía mundial.

Cuando un gobierno (de comerciantes) monta un parque nacional (me refiero solamente a los países en “vías de desarrollo” (¡Ja!)), lo hace pensando en los beneficios políticos y económicos, y, a pesar de disponer de un ejército perfectamente armado, encarga la protección de los animales a cuatro guardas desarrapados que no tienen la mínima posibilidad de enfrentarse a los cazadores furtivos. El director del parque, o sea un funcionario, se guiará invariablemente por dos prioridades: enriquecerse mientras dure su mandato y aumentar en lo posible los censos para que conste como un éxito en su cartilla. Aunque actualmente hay muchos más tigres en cautiverio que no en libertad, los que se encuentran en esta última y aparentemente privilegiada posición pasan diariamente por la experiencia de verse rodeados por veinte jeep (también pueden ser veinte, o cincuenta, elefantes) abarrotados de ruidosos turistas (los guías se avisan mutuamente por teléfono, “corre, corre, está allí…”).

En Chitwan sucedía lo mismo con los rinocerontes, de ahí que yo intentase localizarlos para irme en la dirección contraria sabiendo que no me cruzaría con los grupos de turistas. Llegados aquí ya tenemos claros dos de los hechos: por un lado los animales no están suficientemente protegidos, y por otro les han acostumbrado a la presencia de los humanos; y al sumar ambos nos encontramos con el ecosistema perfecto para que los cazadores furtivos asesinen fácil e impunemente a todo bicho viviente que puedan vender en el mercado negro. Evidentemente, éste, el mercado, y de forma parecida al del costo, da unos beneficios increíbles gracias a la prohibición (“¡Qué suerte, han prohibido lo que yo vendía legalmente!”).

Según la señora Padel, el “Proyecto Tigre de las Naciones Unidas” entregó ochenta millones de dólares de los que, al fin, y después de mucho esperar, solamente dos de ellos llegaron a las manos adecuadas.

Actualmente todo el mundo tiene algunos conocimientos ecológicos y, por lo menos de palabra, defiende a la naturaleza sin que ello sea óbice para que coja el coche cada vez que necesita ir a comprar tabaco a la esquina, que use más electricidad de la necesaria (oh, darling, darling, stand by….), y que, en realidad, esté dispuesto a desertizar todo el planeta si con ello puede conservar su pecera personal con filtro de aire que de otra manera no se puede respirar y mata a más gente que las guerras y los accidentes, y de agua porque la han envenenado los mismos que ahora nos la venden embotellada, con los alimentos híbridos que nos empujan a desconectar más y más del camino natural mientras nos dejan estériles y alérgicos, y, sobretodo, con las recetas médicas que le aseguren el suministro de unos fármacos sin los que sería incapaz de sobrevivir a las enfermedades crónicas como la ansiedad, la depresión, la melancolía, el estrés, la neurastenia (¡Ten cuidado con la neurastenia!), el insomnio, y lo que denominamos simplemente como las manías: dime que fármaco tomas y te diré qué mierda eres.

Nos hemos estado comportando como unos imbéciles malcriados al herir sistemáticamente a Pachamama, y ahora, al seguir siendo unos imbéciles, acabaremos con ella al tratar de cuidarla. Si deseáis tener una mínima idea acerca de cómo está el patio, os recomiendo dar una mirada a dos libros a los que yo considero el abecedario de la naturaleza: “The Song of Dodo” lo escribió David Quammen, y “Tigers in the Red Weather” es de Ruth Padel (quien casualmente es la tataranieta del señor Darwin, del que aparecen unos datos muy sorprendentes en el otro libro).

He conocido a un nuevo personaje interesante (encuentro a casi todos éstos en la casa del señor Lobo) al que llamaré el señor Libro, pues tal es el nombre que hay junto a la entrada de su finca. Aparte de ser fotógrafo, escritor y editor, el señor Libro también realiza expediciones, y el otro día nos mostró un reportaje fotográfico de la que llevó a cabo acompañando a un grupo internacional, con dinero suizo, en la que recorrieron el río Brahmaputra con cuatro “zodiac” (en las partes navegables y permitidas) desde su nacimiento junto al monte Kailash tibetano (hay tres Kailash) hasta la desembocadura en las Sundarbans, en el Golfo de Bengala. La calidad y la belleza de las imágenes nos dejaron alelados desde que apareció en la pantalla la primera de ellas cuando sobrevolaban el Himalaya camino de Lhasa (si has visto esa infinita jungla de montañas inhabitadas e inexploradas no dudas de que pueda existir no un Yeti, sino cincuenta). Comentaré sólo de paso que, mientras mirábamos el reportaje del señor Libro (de noche y en la terraza del señor Lobo), nos acompañó por unos momentos el sonido parecido al de una sierra manual que hace el leopardo al andar; el gran gato debió pasar a menos de diez metros de la casa.

Las imágenes a vista de pájaro de los campos de cultivo incluyen ahora a los bueyes que siguen usando para labrarlos. Aquéllos han pasado del color pajizo del trigo seco al de la tierra, pero en la parte baja, y junto a las acequias, ya destalla el verde eléctrico del plantel de arroz que pronto plantaran por doquier.

Hay un personaje local al que llamamos Forest por lo de “¡Run, Forest, run!”. Todos los días, a las seis de la tarde, él desciende trotando amaneradamente por la carretera de Bhowali, gira por “Chill Street” pasando frente a la tienda de Govinda donde estamos tomando chai, y sigue hacia el bazar sin dejar de correr.

Cerca de aquí vive un santón de la escuela Agora. Estos locos empiezan sus estudios comiendo mierda, luego se alimentan durante un tiempo con cuervos que encuentren muertos, y al fin, tras recibir el doctorado, ya pueden comer carne humana de las piras funerarias. Los Agora usan una calavera como tazón.

Estaba paseando por el bosque y, en el momento en que me detuve para tomar nota de algo que deseaba recordar, apareció un hombre que se apresuró a pegar sus narices a mi bloc tratando de leer lo que yo escribía. La duración de un paseo dependerá del personal con que cruces tus pasos; “siento llegar tarde, pero es que me encontré por primera vez en mi vida con un águila que me observaba tranquilamente desde una rama”, o “era una familia de pájaros carpintero de espalda dorada”. En mi caso este problema se agrava porque soy un observador compulsivo de la naturaleza y puedo pasarme las horas ante cualquier animal.

Sucesos. En este santo país sigue vigente una Ley Seca del año 1949 que ha permitido a la policía derrumbar la puerta de una lujosa vivienda en que se celebraba una fiesta privada y, aparte de detener a todo el mundo, les han hecho análisis de sangre para penarles por cuantas drogas hayan tomado durante los últimos meses. O sea una nueva muestra del sistema nazi local que es parecida a las llamadas muertes en custodia que ocurren si los policías se pasan con los palos y se cargan a un detenido en los calabozos de comisaría. El colmo de tal caso, que es terroríficamente frecuente, se ha dado hace poco cuando la muerte en custodia no fue la de un supuesto bandido, sino la de una chica de catorce años a la que se llevaron de su casa al ir a arrestar a un tío suyo que no estaba. “¿Dónde está tu tío?” “No lo sé”. ¡Boom! Pero no todos son tan malos, pues la policía de Delhi liberó el otro día a ochenta niños esclavos (¿qué harán con ellos?).

Mira lo que pienso

  • Yo me creía original al haber inventado las palabras “beaching” y “jungling”, hasta que me he enterado que también existe “birding” y “tigering”.
  • No hay ninguna regla o ley con la que seamos todos más estrictos y fanáticos que la ortográfica, y evaluamos de forma distinta a una persona si hace faltas al escribir. Al ser evidente que no actuamos igual con otras leyes o reglas, de las que se da por sentado que mucha gente se las salta a la torera, con la ortográfica se diría que cargamos con un complejo ancestral de analfabetos, y que vamos por la vida con el estúpido rol de juez vocacional, o sea de nazi, olvidándonos de que hay una justicia distinta para los ricos y los pobres, y que si el señor que se pasa tales reglas por la entrepierna se llama Muñoz Molina o Rushdie, o es un miembro de la Real Academia, la cosa cambia. Por cierto, que al cumplir compulsivamente con las costumbres, reglas y leyes impuestas por otros, nosotros estamos mostrando una falta de imaginación que es parecida a la de quienes se oponen a ellas.
  • La suscripción mensual al “The Times of India” me cuesta un euro y veinte céntimos (90 rupias), pero, sin exagerar, el 80% de la publicación está dedicado a una publicidad que en ciertas ocasiones ya ocupa toda la página frontal.
  • La música trompetera de los gitanos de la Europa oriental es igualita, pero más refinada, que la interpretada en las bodas por las bandas indias.
  • Las serpientes venenosas, al contrario que las otras, no tienen prisa y se mueven despacio mostrando su seguridad.
  • Por los bazares de la India corren montones de billetes falsos de quinientas rupias de fabricación paquistaní.
  • Lo más divertido: un árbol lleno de macacos jóvenes jugando, saltando y persiguiéndose.
  • Dulce primavera: 45º en Delhi, 47º en Varanasi, y 49º en una ciudad de Andhra Pradesh. En estos bosques seguimos alrededor de 35º.

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
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Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

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