La crónica cósmica. Las chicas son guerreras

Laos es un país maravilloso en muchos aspectos. Las densas junglas que cubren su escarpada topografía de arriba abajo son una prueba de que su naturaleza sigue viva y sana, y la delicadeza de su arquitectura lo es de la sensibilidad artística de sus gentes. Además, si no te asusta el calor, las temperaturas son perfectas todo el año. La comida es sabrosa y variada; es sin duda alguna el reino de la pasta, de la que tienen de muchos tipos, y no me refiero a la forma, sino a los ingredientes. Sin embargo, lo mejor de Laos son sus amables, suaves y tranquilos habitantes, que ni tan siquiera han perdido estas virtudes al enfrentarse a la invasión turística y a la llegada del capitalismo.

Al dibujaros un poco el entorno de Vang Vieng olvidé (a propósito…) un sitio que es esencial para lograr mi perfecto ecosistema. Me dirijo hacia allí a media tarde cuando el bochorno alcanza sus máximas cotas. Cruzo el puente más largo que lleva a la otra orilla del río sin pasar por la isla; lo levantaron en un tris tras hace un par de semanas después de que la corriente se llevase el anterior durante una noche de tormenta monzónica. A continuación, siguiendo un sendero que me pasea entre campos de cultivo y huertos totalmente llanos, me dirijo hacia poniente y hacia los muros de roca. El sol es abrasador y sigue haciendo un calor que te cagas, pero deja instantáneamente de ser así en cuanto cruzo la línea en que empieza la sombra de las colinas, pues creerías haber entrado en un local con aire acondicionado. Ahora mis pasos se ralentizan y mis cantos son más sonoros. Entonces llega el gran momento, cuando me meto en la jungla que hay bajo las moles rocosas, y la recorro extasiado saludando a los árboles, pasando bajo túneles de bambú, midiendo las hojas de un arbusto a las que no logro abarcar con ambos brazos, y, sobre todo, babeando ante las esculturas creadas por la naturaleza. Algunas parecen pináculos catedralicios, otras recuerdan a las piramidales de los templos aztecas, y las que más son imposibles de describir para un palurdo como yo. La energía del bosque me provoca un auténtico orgasmo mental al que me he convertido en adicto y me obliga a seleccionar mis domicilios dependiendo de tal tipo de entorno. Un detalle curioso: en las junglas de Vang Vieng no he visto un solo animal, pero me han advertido que en su interior viven unos bandidos muy peligrosos. Umm.

La otra tarde, cuando regresaba hacia el pueblo bajo el cielo enrojecido del ocaso, me detuve en medio de la llanura para esperar la llegada de la nube de pájaros de la que os hablaba en la crónica anterior. En esta ocasión tenía una perspectiva distinta, y pude seguir su vuelo durante más rato. Entonces, en el mismo momento en que me planteaba la posibilidad de que fuesen murciélagos, pues son los únicos que forman unas bandadas tan multitudinarias, y esperaba que descendiesen hacia la jungla, ellos aclararon mis dudas dejándome maravillado al empezar a ganar altura y más altura hasta que desaparecieron en el espacio, donde supuse que dormirían planeando como hacen los vencejos, pájaros que pasan los dos primeros años de su vida sin dejar de volar.

Vang Vieng telegráfico

  • Cuando una pareja está echando un polvo, la casa de madera vibra dejando claro cuál es el ritmo que llevan.
  • Al venir de países como la India y el Nepal (sitios en los que, cuando alquilo una habitación, empiezo por comprarme una escoba) me sorprende la limpieza laosiana, pues se barre, se quita el polvo y se friega diariamente, y las sábanas y las toallas están inmaculadamente blancas.
  • Igual que en Sauraha, cada tienda vende exactamente los mismos productos.
  • Los restaurantes están a pie de calle y abiertos a ésta sin muros ni puertas; y no es raro ver entrar alguna motocicleta o a un grupo de perros que siguen a una perrita sin que nadie se ponga histérico ni les de de pedradas. Las mesas son bajas (se hallan sobre unas tarimas de madera), y te sientas con las piernas cruzadas. Todavía se permite fumar, y que yo sepa es el único país en que se vende tabaco a granel en los mercados.
  • Laos también es el país del té verde, y en muchos lugares encuentras un termo del que servirte gratuitamente como se hace en Brasil con el café.
  • El trato que recibo habitualmente de los indostanos y los asiáticos contrasta totalmente con el de los jóvenes occidentales que corren por aquí; los primeros dirigiéndose a mí con una amabilidad y un respeto extremados aunque no me conozcan de nada, y los otros repartiendo la dureza del hormigón.
  • La chica más escultural del pueblo es un chico, y mueve el trasero por el restaurante donde trabaja para gozar atrayendo las miradas. Muchos de los camareros lucen unos plumeros espectaculares.
  • Según la tradición laosiana es de muy mala educación mostrar la planta de los pies, algo que hacen casi todos los occidentales porque no saben sentarse correctamente. Hacerlo con las piernas cruzadas y la espalda recta comporta un estado físico y anímico totalmente distinto.
  • La población de hormigas es monumental y debes cuidar de tus pasos para evitar masacrar a los pelotones con los que te cruzas continuamente. Las hay en todos lados y de todos los tamaños, y una simple servilleta de papel con la que te hayas limpiado el bigote después de comer terminará cubierta de hormigas minúsculas en un santiamén; así que es imposible tener algo comestible en la habitación. Las chicas son guerreras: mientras descendía por la peligrosa escalera de bambú que lleva al puente de aquí abajo, puse la mano sobre una hormiga roja que trotaba por la barandilla, y empezó a morderme ensañadamente hasta que me vi obligado a arrancarla con dos dedos porque no se soltaba ni por Dios; pero no habíamos terminado, y cuando llegué al puente, o sea a bastante distancia, las noticias acerca de mi crueldad se me habían adelantado, y sobre la barandilla me esperaban una veintena de hermanas de la otra que, levantándose sobre las patas traseras, me amenazaban con las delanteras insultándome, “¡Mamón, acércate si te atreves!”.
  • A pesar de ir sobrados de agua, los laosianos y los tailandeses recogen y usan la de la lluvia. ¡A ver si aprendéis, ibéricos!
  • Igual que los indostanos, a los asiáticos les gustan los nombres castellanos, y los usan para diferentes productos comerciales: Familia, Río, Fino, Joven.
  • Al ver que algunas empresas de transporte laosianas han adquirido los autocares chinos que llevan literas en vez de asientos, imagino el martirio que deben sufrir los pasajeros al circular continuamente por carreteras de montaña llenas de curvas.
  • En uno de los templos hay dos barcas de veinte metros de largo cinceladas delicadamente con los troncos de dos árboles, y son tan estrechas como para que no quepa un culo gordo.
  • Le pregunté al camarero que me pasa la maría cuál era su salario, y respondió que cobraba una comisión por las ventas; de ahí que ande como loco pescando clientes en la calle.
  • En el programa de la tele tailandesa dedicado a la liga española, que patrocina la marca de cerveza “Chang” y se emite en directo a las ocho de la tarde, el otro día uno de los locutores vestía la camiseta del Barça y el otro la del Madrid. Por cierto, supongo que los del Real Madrid estarían a favor de que Cataluña se independizase y que el Barça hiciese la gilipollada de jugar la liga francesa, ¿no?
  • En la “entretenida” televisión laosiana retransmitían el otro día un partido de petanca en el que la selección nacional jugaba contra la de Malasia.
  • Ayer, mientras cruzaba uno de los puentes siguiendo el ritmo que marcaba una familia numerosa laosiana, de pronto se detuvieron mirando hacia el río y empezaron a desternillarse. Al saber que el humor es siempre la parte más peculiar de cada cultura, yo me volví para comprobar cuál era el detonante de sus risas, y vi a una occidental que salía desnuda del agua.

Mira lo que pienso

  • Quien quema un libro o ataca a la cultura, es un bárbaro.
  • Algunos hindúes creen que el cristianismo sufre los ataques de los musulmanes debido a su mal karma.
  • Los zapateros remendones y los taxistas asiáticos forman parte de la casta mundial de estafadores.
  • La belleza es un cóctel, que a veces resulta sabroso debido a su armonía y otras por el caos que hay entre los rasgos, y en el que pesa imperceptiblemente la curva de la nariz, la longitud del cuello, la inclinación y altura de la frente, el tamaño y el color de los ojos, la anchura de la cara, la forma y longitud de las cejas, la pronunciación de los pómulos y la mandíbula, y la posición de la boca cuando está relajada (y no bailando claqué con su elástica movilidad), en el que, al final, y de forma parecida a cómo sucede con el que nos sirven en una copa, resulta imposible saber exactamente porqué nos seduce.
  • Me gusta hacer payasadas para que la gente, que de todas maneras se reiría de mí, lo haga cuando yo elijo.
  • En nuestra adicta sociedad tratamos a los adictos como si perteneciesen a una casta inferior.
  • El buen ciudadano miente por cobardía, por educación, por respeto, por caridad y por amor; y lo hace asegurando que no miente.
  • Es muy distinto ser libre que liberarse con dinero, poder y seguridad.
  • No me gusta que a los toros vayas con la minifalda.

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
La crónica cósmica, de Nando Baba
700 466 Nando Baba

Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

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