La crónica cósmica. ¿Qué pasaría si…?

A pesar de lo que puedan opinar quienes sufren androfobia, durante los últimos cincuenta años se han dado unos pasos importantísimos para lograr la completa domesticación del macho humano, ser que ha pasado de tirar la ceniza de los cigarrillos al suelo a ser incluso capaz de llevar a cabo tareas que le resultan tan antinaturales como freírse un huevo (o dos), lavar los platos, hacer la colada o barrer. Supongo que tal cambio se debe simplemente a la necesidad de adaptarse a los tiempos modernos, o sea a la supervivencia. Los tigres del Parque Nacional de Ranthambore se hallan en un proceso similar, y tras haber empezado un macho a proteger insólitamente a unos cachorros que no eran hijos suyos, ahora ya hay siete tigres adultos que cuidan de diferentes huérfanos: supervivencia.

De forma parecida a como una imagen vale más que un montón de palabras (sobretodo las mías), unos pocos datos os ayudarán a comprender por qué los indostanos danzan alegremente bajo los primeros chubascos de los monzones. Aparte de haber sufrido el mes de mayo (históricamente) más caluroso, en esta jungla donde las temperaturas son más frescas hemos pasado en un tris tras de los bochornosos treinta y siete grados a los agradables veintidós. Igual que si nos encontrásemos en el Kalahari, y como si hubiesen dado la salida de una competición natural, en un solo día el mundo se cubrió de verde, yo broto, tú brotas, todos brotan. No exagero ni un pelo. El bosquecillo que visito al atardecer, en cuyo suelo solamente había ayer el color pardo de las hojas secas, hoy ha sido invadido por el verdor de cientos de plantas que brotan por doquier. Docenas de tallos y tronquitos que parecían muertos se han cubierto de hojitas tiernas. Se podría creer que nos encontrásemos en un teatro del que, tras apagar las luces durante unos cortos instantes y conectarlas de nuevo, descubrimos que han cambiado el decorado y el desierto ha dejado paso a la jungla húmeda.

Según dicen, hasta el momento las inundaciones se han cargado a dos rinocerontes, cinco jabalíes y veintidós ciervos. El agua también ha provocado el desplazamiento de muchos animales, y un camión atropelló a dos elefantes de los que uno murió y el otro se encuentra en cuidados intensivos. Aparte de acabar con el calor, el polvo y la sequía, las lluvias también han comportado la desaparición de los turistas y, así, el retorno de la tranquilidad.

Cuando llegué aquí a finales de marzo y Uma me mostró la que sería mi habitación, yo me felicité porque, después de haber residido en un incontable número de sitios, adiviné que sería fresca durante la primavera y, espero, permanecería seca bajo las lluvias.

Completando tan logrado cóctel, en el momento en que el agua convierta los senderos en ríos y el bosque se llene de sanguijuelas (sí, aquí también las hay, pero estas no visten en Armani), podré seguir paseando tranquilamente por “Chill Street” y la carretera que desciende hacia los lagos. Siendo experto en el tema (no recuerdo cuántos monzones me habré tragado), preparé el equipo de supervivencia con antelación. Si estáis pensando en un machete, en cerillas que prendan bajo una tormenta, antivenenos y repelentes, os estáis equivocando, pues me refiero solamente al imprescindible paraguas de campesino y a unas sandalias de plástico.

Esta metamorfosis instantánea del ecosistema también comporta algunos cambios drásticos en la vida doméstica. Bajo el bochorno sudas mucho y meas poco, y resulta difícil de comprender que de pronto estés meando continuamente como si tu vejiga tratase de acomodarse a la humedad externa. Durante estos tres meses he tenido la ventana y la puerta abiertas en todo momento (ambas con mosquitera); pero en cuanto rompen los monzones (expresión local) es esencial mantenerlas cerradas para evitar la entrada de la humedad que, paulatinamente, y tras varias semanas, alcanzaría tal nivel como para que se pegasen las fotos y las páginas de los libros. Otra pringada monzónica: al hacer y colgar la colada, a veces la ropa llega a estar todavía más húmeda al día siguiente.

Faunópolis

  • El mejor despertador es el canto de docenas de pájaros distintos que me provocan una inmediata sonrisa, coro que suena de maravilla gracias a la absoluta ausencia de otros ruidos. Igual que lo hacéis vosotros con vuestros vecinos, de mañanita le deseo los buenos días a la familia de búhos. Una de las diferentes ventajas de mear agachado como los indostanos está en que te permite observar de cerca la parte más espectacular de la naturaleza: los diminutos insectos de colores y forma increíbles. La mejor cantante (en plan mirlo) de estos alrededores es la pequeña urraca Robin; al ser una engreída narcisista, aquí en casa hay una que se pasa el día observándose ante el espejo retrovisor y las ventanillas del jeep de Sonni. ¡Ja, lo que sucede en realidad es que se trata de un macho que va loco buscando contrincantes!
  • ¿Qué menú prefieres? Después de haberos contado que al leopardo le gustan los perritos calientes, añadiré que las martas van como locas tras los gatos con unas intenciones parecidas. – La estupidez estética alcanza su máxima cota cuando escogemos a un animal de compañía por su aspecto, por ejemplo al comprar un perro pastor que está naturalmente preparado para correr un montón de kilómetros diarios y lo encerramos en un palomar humano.
  • Siguiendo con el tema perruno: el gobierno del Punjab ha decidido solucionar definitivamente el problema de los perros callejeros apresándolos y enviándoselos a los chinos como alimento. Para quienes amamos a la naturaleza, los chinos son parecidos a la marabunta. Para los habitantes de la naturaleza, o sea las tribus y los animales, nosotros somos poco distintos a los chinos.

Después de haber insistido repetidamente que somos lo que hacemos, hoy os confesaré que yo, para bien o para mal, soy actualmente el resultado de un experimento que empezó hace veintiocho años; pues fue entonces cuando me negué a continuar con el mismo plan de vida anterior, y decidí que se había terminado arruinar mi presente planeando el futuro, malgastar el tiempo y la energía corriendo tras las faldas (Umm, las escocesas de Sean Connery), y, sobretodo, seguir el ritmo que marcaba la sociedad porque, debido a mi inseguridad innata, tendía a escuchar demasiado la opinión de los demás. También decidí que me rodearía de soledad y de lenguas incomprensibles evitando que la tele, la prensa, la publicidad, el gobierno, y Joe del Vaticano me comiesen el coco. De esa manera, tras descubrir el confort del extranjero (que lo era también en casa), y poder actuar como testigo pasivo de mis propias locuras, fui por primera vez yo mismo, auspicié las circunstancias, y traté de hacer realidad los deseos más desquiciados para dar luego una mirada a los resultados. Después de librarme de pamplinas como el patriotismo y transformar el mismo sentimiento en humanismo, me inscribí en la escuela de la vida para dedicarme a conseguir el conocimiento comprendido del viaje hasta no ser capaz de saber dónde estaba, de las moscas, del polvo, de los peligros que te permiten conocer cuáles son tus reacciones en tales momentos, del hambre y la sed, del agotamiento y el temor. También conseguí el conocimiento comprendido de los hombres, pero el no de las mujeres. Ha sido un camino muy largo en el que no se podía dar simplemente media vuelta (convirtiéndome por ejemplo en un buen marido alemán), en el que me pregunté docenas de veces, “¿Qué pasaría si…?”. Ha sido el camino que me ha traído hasta aquí.

Sucesos

  • Las guerrillas maoístas y “naxalitas” no dejan de pegarle continuamente el palo al poderoso ejército indio, y acostumbran a terminar sus encuentros con resultados escandalosos en plan cuatro (o cuarenta) a cero. De ahí que sorprendiese a todo el mundo la noticia de que por una vez habían ganado los “buenos”, y que el ejército había matado a veinte guerrilleros sin sufrir baja alguna. Sin embargo dos días más tarde un reportero investigador ampliaba la noticia aclarando que entre los difuntos solamente había cuatro guerrilleros, y que el resto eran los habitantes de una tribu que se hallaban en el peor momento en el sitio equivocado; caso parecido al de un pobre elefante que también terminó criando malvas al recibir varios disparos.
  • ¿Animales racionales? Una jauría humana atacó y casi linchó a una pareja de famosos porque ella se había liado con él antes de divorciarse legalmente. Cerca de aquí hubo un robo (no sé de qué), y mis pacíficos vecinos de casta alta torturaron a un desgraciado al que consideraban sospechoso. “Le habían partido la cara y arrancado las uñas, y, asegurando que con tal aspecto (imagínatelo) solamente podía ser culpable, querían romperle las rodillas para hacerle confesar”, me contó un testigo.
  • Si no voy errado, el consumo de “charas”, el costo del Himalaya, fue legal hasta principios de los años ochenta (momento en que la Casa Blanca les embaucó vendiéndoles unos ordenadores a plazos); de todas maneras en aquel tiempo la puta policía corrupta también se las arreglaba para darte el sablazo, “¡Suelta la pasta, mamón!”, acusándote de consumir un producto que no había pagado los aranceles correspondientes.

Mira lo que pienso

  • ¿Cuál será la primera empresa en montar unos supermercados robóticos en los que todo funcionará automáticamente, en los que solamente se abrirá la puerta al introducir el cliente la tarjeta de crédito en que se cargarán las compras tal como las vaya retirando de las estanterías, y en los que los sistemas de seguridad bloquearán las entradas y darán la alarma de haber algún intento de robo o vandalismo?
  • ¿Sabíais que hay un montón de estrellas a las que nuestros ojos no pueden ver debido a su color?
  • A mí me caen mejor los simpáticos australianos que los engreídos ingleses; pero, de tener una discusión con ellos, el austral seguramente me pegaría un puñetazo mientras el otro se limitaría a observarme con la ceja arqueada.
  • Yo he tardado tres horas en escribir esta crónica que vosotros os habéis leído en cinco minutos. Es un tipo de creatividad de vida efímera como la del cocinero, ¿verdad?

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
La crónica cósmica, de Nando Baba
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Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

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