La crónica cósmica. Pestañas de metro y medio

Justo antes de abandonar Tailandia conocí a un francés canoso y peludo como un oso que me recomendó visitar una aldea de pescadores que se hallaba en la isla de Penang, en Malasia. Cuando le aclaré que este país era demasiado caro para mis bolsillos, él me convenció diciendo que, para empezar, el gobierno de Kuala Lumpur daba tres meses de visado gratuito a los ciudadanos de la Unión Europea, y que en tal aldea residía una señora china muy amable que regentaba una pensión tan barata (2 Eu. con derecho a cocina) como encantadora. Supe inmediatamente que, de no haber tenido ya el tique de avión y la cuenta corriente en mala situación, hubiese cambiado de dirección porque, precisamente aquel día, acababa de enterarme a través del “Bangkok Post” que China sufría una ola glaciar y no dudaba que ésta llegaría también al Nepal.

Al ser así, en cuanto aterricé en Katmandú tuve que desembalar el equipaje de emergencia que reservo para el frío (camiseta y calzoncillos de Cachemira, kurta invernal, calcetines, y el saco de dormir). Aunque supuse que en Sauraha no lo necesitaría, por este lado me equivocaba, pues las llanuras de Chitwán estaban y están igual de heladas a pesar de que normalmente gocen de unos inviernos tan suaves como cortos.

Tal hecho está ocasionando que pase los días buscando los rayos del Sol (ahora mismo, de mañanita, escribiendo sobre mi cama, luego en el porche, y más tarde en la jungla), o que esté sentado junto a una hoguera. Sin embargo debo confesar que no me quejo porque año tras año me he ido convirtiendo en un adicto a las energías que desprende el Himalaya, y de la misma forma que siento morriña al hallarme lejos, cuando regreso me domina una euforia que evapora cualquier inconveniente (además esa emoción se multiplica gracias a sus maravillosos habitantes y a sus sabrosas verduras).

Tal como me sucede casi siempre, tras cambiar de domicilio mi memoria se está dedicando a asentar los recuerdos de cuanto he vivido durante estos cuarenta días asiáticos, y saltea mis reflexiones con docenas de imágenes laosianas y tailandesas que trataré de compartir con vosotros si sois capaces de usar un poco la imaginación.

Empecemos:

  • Docenas de ciclomotores conducidos por mujeres jóvenes que no llevan casco pero sí un paraguas para protegerse del Sol (o sea que conducen con una mano). Debido a que en muchos de estos ciclomotores viajan tres adultos frente a los que va sentado un crío encantador (los niños asiáticos son invariablemente preciosos), una de las distracciones en los sitios como Kanchanaburi o Vang Vieng es la de tomar una cerveza viendo pasar el tráfico. En ese espectáculo también están incluidas unas motocicletas que tienen un sidecar cuadrado y metálico (y muchas veces con parasol), en el que pueden viajar hasta cuatro o cinco personas, o que se usan para el transporte y reparto de hielo, bombonas de gas, mercadillo ambulante de todo lo imaginable, o venta de fritangas y momos.
  • Los vecinos más ruidosos que uno pueda sufrir no son los hispanos o los australianos, que se quedan en nada ante un grupo de chinos borrachos.
  • Hay junglas parecidas a las del Amazonas que tienen la increíble peculiaridad de haber crecido en murallas verticales de roca y te permiten contemplarlas sentado tranquilamente en una terraza. Caso parecido al del sitio llamado “Las 4.000 Islas” (que forma el Mekong junto a la frontera camboyana) donde puedes gozar de la jungla más profunda viajando confortablemente sentado en una canoa.
  • De manera parecida a como en las Colinas Kumaon te pasas el rato con la vista levantada admirando los pájaros, en Laos no dejas de hacerlo debido a las impresionantes nubes, gordas, solitarias y de delicadas formas, que cruzan lentamente el espacio.
  • Debido a las temperaturas tropicales de esos países, muchas viviendas tienen simplemente la forma de un chamizo de bambú (sin muros y levantado del suelo) en los que un mosquitero y una colchoneta ya sirven como el mejor hogar.
  • Al hablaros de que los perros de Vang Vieng iban de un lado a otro a su aire, me olvidé de mencionar a la perrita de la mujer que hacía la limpieza en la pensión en que yo vivía, con la cuál me cruzaba diariamente en diferentes partes del pueblo (en el mercado, en un restaurante o el templo), porque ella seguía a su ama fuese adonde fuese en su ciclomotor.
  • Estas semanas asiáticas llevan, por un lado, el perfume de las flores (mi predilecta: la de “champa”), y por otro el de las turistas occidentales que, cuando cruzan a tu lado, parecen un muestrario de perfumería sintética.
  • En Occidente se supone que la vida de una carretera será casi eterna (sobre todo las alemanas), mientras que en Oriente, por la razón que sea, te encuentras frecuentemente con calles o caminos de tierra que fueron asfaltados pocos años antes.
  • Una sección de gran importancia de los periódicos tailandeses es la que se refiere a la polución del aire de la capital; el color azul de la pureza no aparece prácticamente nunca, y los demás, el amarillo, el anaranjado y el rojo, sirven para advertirte de los riesgos que corres al respirar: ¡Respirar puede matar!
  • La costumbre de descalzarse antes de entrar en una casa (y ya no digamos en un templo) está incluso más extendida que en la India, y en todos lados se lo advierten a los turistas con los letreros pertinentes.
  • Las imágenes asiáticas más auténticas se dan de madrugada, cuando los monjes budistas recorren las calles recibiendo por caridad el único alimento que comerán.
  • Al pasear por la jungla no dejas de asombrarte constantemente ante insectos insólitos que podrían haber salido de la Taberna Galáctica (en medio de la espesura me encontré con un cangrejo inmenso).
  • Una tarde en que estaba sentado en una cafetería tomando un té, me quedé boquiabierto al ver aparecer en el televisor una competición de salto de esquí que se celebraba en la Selva Negra alemana, y más exactamente a unos cortos diez kilómetros del sitio donde yo vivía.
  • Después de “hablaros” de las tolerantes costumbres sexuales tailandesas, comprenderéis que difícilmente puede haber una mayor frontera cultural de la que se da entre Tailandia y la musulmana Malasia.
  • La única mujer que no vestía minifalda o pantalones cortos en Kanchanaburi era una de la policía.
  • Acabo de enterarme que los trenes de Laos son absolutamente nuevos y están siendo construidos por los chinos para comunicar su país con el Sudeste Asiático.
  • Un trazo más acerca de la afición futbolística de esos países asiáticos: el diseño actual de las latas de la cerveza “Chang” incluye una imagen de varios jugadores del Barça (Iniesta, Messi, y Busquets).
  • De manera parecida a como los turcos acompañan sus comidas con montones de perejil tierno, en un plato tailandés o laosiano nunca falta un limón.
  • Debido a las paranoias del gobierno indio en cuanto a los visados, actualmente le han cogido manía a los israelitas (se comprende, pues vienen en grandes y agresivos grupos recién licenciados del ejército y arman broncas vayan donde vayan), y ahora cualquiera con apellidos judíos puede tener problemas para conseguirlo aunque su pasaporte sea ruso o escandinavo.
  • El pájaro charlatán del que os hablé en la crónica anterior repitió “¡Maldita sea!” en cuanto se lo solté una sola vez.
  • Tras acostumbrarte a leer los periódicos indios y nepaleses (seis páginas y media), al tener entre las manos el “Bangkok Post” creerías que se tratada de uno europeo.
  • En la estación ferroviaria de Bangkok puedes tomar una ducha; igual que en el aeropuerto, donde además dispones en todas sus secciones de ordenadores gratuitos conectados a Internet, de espaciosas y aireadas salas para fumadores, y, por supuesto, de salones de masaje para relajarte mientras esperas tu vuelo.
  • Siempre he considerado a la comida que te sirven en los aviones como una tapita de nada, caso parecido al de la bebida que en realidad no pasa de ser un chupito.
  • Pifiándola de nuevo, en el vuelo hacia Katmandú de atardecida pedí una ventanilla de la derecha creyendo que gozaría de una larguísima puesta de Sol como la que tuve volando desde Bangkok a Delhi, y estuve apunto de quedarme con las ganas porque el espectáculo natural se daba en el lado izquierdo (no hay ningún arte tan maravilloso como el de la naturaleza). Afortunadamente en esta ocasión el avión iba prácticamente vacío y pude pasearme de un lado a otro sin perderme detalle.
  • Os comenté que en el vuelo de ida con la líneas nepalesas tuve una azafata que parecía la abuela del gremio; no obstante, logrando superarse, en el de vuelta conocí a la madre de la anterior, quien pretendía inútilmente esconder su ancianidad tras una horrorosa máscara de maquillaje blancuzco que le daba el aspecto de una geisha momificada.
  • Durante estas vacaciones asiáticas saboreé un montón de delicias que en el Indostán y en el Nepal son insólitas: calamares, gambas, vino blanco (el tinto lo bebí en el avión), sangría, espárragos verdes, y sopa de gallina portuguesa (la sopa….). También me harté de ver fútbol (cosa que no había hecho en toda mi vida).
  • La última moda tailandesa es llevar unas pestañas de metro y medio.
  • Otro producto tailandés: las bicicletas hechas de bambú.

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
La crónica cósmica, de Nando Baba
700 451 Nando Baba

Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

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