La crónica cósmica. ¡Viva el caos!

Debido a mi descontrolada memoria de sexagenario creo que en uno de los “ensayos” sobre la ridiculez olvidé contaros lo que sucedió una tarde en que estaba tomando el té de la tarde en una terraza de Vang Vieng, y que dejé de contemplar los espectaculares paisajes rocosos al oír el asimismo espectacular ruido de varias motocicletas de gran cilindrada; a continuación, frente a mí y por la calle sin tráfico, pasaron dos motocicletas “BMW” y una “Harley Davidson” cuyos conductores vestían los obligados monos de piel y se cubrían con cascos. Tras éstos apareció un ciclomotor de color rosado y diseño Disney sobre el que iba un jovencito occidental, de piel enrojecida, que vestía una camiseta verde y un bañador amarillo, y no llevaba casco.

Sí, en aquel momento pensé en la ridiculez, como lo hice en el autocar con el que descendí desde Katmandú al ver a una mujer china que, a pesar del frío, vestía una minifalda con la cual atraía las miradas generales. Debido a que era una prenda muy ceñida y a que ella reclinó el asiento (la tenía junto a mí al otro lado del corredor), mientras estuvimos viajando la parte de atrás de la minifalda fue ascendiendo hasta quedar aproximadamente al nivel de la cintura. Llegado el momento de detenernos para desayunar casi sentí pena por ella (era ruidosa y engreída y me caía gorda) al verla desfilar mostrando el trasero que con tanto orgullo movía. Pobrecita, superó todos los récords de la ridiculez (bueno, en realidad podría haber sido peor de no haber tenido las bragas en buenas condiciones).

Cuando resides en la India o el Nepal, el Sudeste Asiático es el lugar ideal para irte de vacaciones y descansar un poco del caos y la locura (no obstante termino siempre echando en falta el encanto y la magia que éstos auspician), pues te maravillas como si fuesen hechos insólitos ante la limpieza y el orden asiático, la eficacia de la burocracia, el servicio eléctrico sin cortes, el depósito de agua que se llena automáticamente y no te deja nunca colgado, la rapidez de Internet, o simplemente con los grifos, los desagües, los calentadores y las lámparas que funcionan a la perfección.

Al comparar estos países que se encuentran tan cercanos los unos de los otros (Umm, caso parecido al de los ibéricos y los tudescos), llegas a la conclusión de que las cosas mal hechas siempre salen caras. En el mes de octubre la familia con la que vivo en Sauraha terminó adquiriendo unas placas de energía solar después de haber estado hablando de ello durante más de un año; pero, ay Dios, los operarios que se encargaron de la instalación no tenían la menor idea de lo que se traían entre manos y, aparte de perder agua por todos lados, las placas no han llegado a funcionar nunca. Los nepaleses me toman por mentiroso cuando les cuento que una “zumera” o una lavadora alemana siguen trabajando a la perfección después de veinticinco años; ¿cómo no iba a ser así en un país donde no se molestan en reemplazar las bombillas fundidas o la batería de un reloj que lleva seis meses parado? ¿Más ejemplos de dejadez? Las conexiones eléctricas tocan los árboles y, lógicamente, el curro de electricista es extremadamente peligroso. Hay agujeros en las aceras, y a veces incluso en las carreteras, que dan directamente a las cloacas, y provocan un montón de accidentes. En Delhi edificaron 600 apartamentos de lujo (el señor Lobo vive allí en las ocasiones que baja a la capital) a los que sus propietarios tuvieron que instalar 1.200 depósitos (uno en los bajos y otro en la azotea) para recoger el agua que reciben con cuentagotas; añádanse a ello las 1.200 bombas de agua que se pondrán en marcha todas al unísono cuando se reanuda el servicio eléctrico: ¡Peor, imposible!

El paraguas que compré para los monzones empezó a gotear y deshilacharse desde el primer día (además se podía desmontar en el peor momento dejándote bajo un diluvio). Edifican tejados usando cemento al que dan la apariencia de unas tejas y crea unas humedades horrorosas en unas viviendas que son supuestamente de clase alta. Muchas cerillas se rompen al tratar de encenderlas, mientras que otras no tiene tan siquiera fósforo, o te estallan en los dedos, o se apagan, o, peor todavía, que no se apagan, y que siempre terminan soltando la ascua enrojecida sobre la ropa que vistes. Las tiritas no se pegan, y las cremalleras se rompen a la primera de cambio. Hay monedas de diferentes valores que son idénticas. Levantan muros inmensos y costosos encerrando el tronco de un árbol vivo y sano que terminará por agrietarlos. Cubrieron “Chill Street” con cemento sin dejarle junturas a pesar de saber que con ello todavía acortarían más su vida; esta calle tiene la anchura para un solo vehículo consiguiendo que se armen unos atascos monumentales. Para terminar, está la campesina que llena diariamente un montón de botellas de leche sin que se le haya ocurrido nunca que lo haría mejor con un embudo, y el soldador que perdió un ojo porque trabajaba sin protección. Lo dicho: ¡Viva el caos!

Se calcula que masacraron a cuarenta perros, y ahora la única calle de Sauraha parece deshabitada. Tal crimen ha ocasionado que vayan apareciendo tímidamente en escena los que, precisamente por ser los perdedores, en esta ocasión han salido favorecidos, ya que los otros no les darían tan siquiera opción a acercarse al “festín” que aquellos hombres tan “amables” (¡Hijos de la gran puta!) les estaban sirviendo. En la playa había una docena de perros que se pasaban el día tomando el sol y no molestaban a nadie; de éstos no ha quedado ni uno. La mortandad perruna también ha dejado a su paso docenas de cachorros huérfanos de los que muchos terminarán asimismo por formar parte de las víctimas.

Faunópolis

  • Un aldeano se metió en la jungla para recolectar leña y murió del pisotón que le pegó un elefante.
  • Son muchas las veces en que intuyo que voy a cruzarme con algún animal y ando con los ojos más abiertos; sin embargo la otra tarde no fue así, y me quedé patitieso al descubrir de pronto que tenía a un elefante a menos de cinco metros y justo por donde yo acababa de pasar (sus patas son parecidas a los troncos de los árboles). Afortunadamente en vez de ser un macho salvaje y enfurecido se trataba de una hembra doméstica de las que denomino como “las pensionistas”, señora que regresaba muy, muy lentamente hacia su corral después de pasar el día en la jungla. Al poco, y tras salir del bosque, me crucé con nueve elefantes que atravesaban el río con sus jinetes sobre el cogote; cargaban grandes troncos (con la ayuda en unos casos de los colmillos y en otros solamente con la boca y la trompa) y montones de hierba sobre la espalda.
  • En alguna ocasión os comparé la trompa de los elefantes con una mano, y el otro día fui testigo de un ejemplo perfecto de ello cuando a un jinete se le cayeron las sandalias y el elefante las recogió y se las entregó de una en una.
  • Siguiendo con el tema de los elefantes, en el lugar donde habían levantado una verja electrificada para uno que antes estaba permanentemente esposado, recientemente han hecho lo mismo con los demás; y debido a que entre éstos se encuentra el bebé juguetón que acudía a mi llamada (que ya tendrá cinco meses), ahora puede pasear con su mamá y con una hermana mayor. No sé si se habrán planteado lo que sucederá cuando una de las hembras tenga el celo y aparezca en escena algún macho salvaje. También creo que podrían tener problemas para esposar de nuevo a los elefantes que se acostumbren a andar libremente.
  • Al fin mataron al leopardo que ya había asesinado a quince personas, y no se encargó de ello nadie del gobierno o el parque, sino los mismos aldeanos; quienes le montaron una encerrona en un corral, y tras esperar a que se metiese dentro le pegaron un tiro a través de un agujero. A pesar de que en muchas ocasiones parecidas, y debido a la precipitación, se cargan a un inocente, esta vez no fue así porque el gatito tenía una mancha blanca en el pecho y pudieron identificarle perfectamente.
  • Al cruzarme cada tarde con Beru (el bebé de rinoceronte) y su cuidador, pienso que no puede haber un empleo que sea más insólito que el de pastor de rinoceronte.

Entre las rutinas que son al mismo tiempo diarias y esenciales está la del que podría denominar como el yoga de la hoguera, cuando las brasas enrojecidas son la única fuente de luz y permanezco con la mirada perdida en ellas mientras a mi alrededor se representa una comedia nepalesa, con papá preparando la pipa y mamá cocinando la cena, con los críos bromeando y los dos cachorros de la perra (parecidos a ositos de peluche) echados sobre mis pies, y con el tatarabuelo comentando desde la cabaña de al lado que ha oído el ruido que hace el bambú al romperse y que solamente puede tratarse de un elefante salvaje.

La romántica teoría nepalesa acerca de que al empezar el mes de “magh” ya había pasado los peor del invierno, se ha demostrado como otro de sus muchos embustes, porque, muy al contrario, está cayendo una nueva ola glaciar, y en el caso de Chitwán comporta que no veamos el Sol hasta pasado el mediodía. En el resto del país y en el norte de la India la gente sigue muriendo de frío.

Érase una vez un tipo muy patoso que murió al atragantarse con la pastilla de la vida eterna.

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
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Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

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