La crónica cósmica. Welcome to Rishikesh

10h. Voy a la embajada india y me conceden seis meses de visado (36€). 11h. Consigo una reserva de autocar y una de tren (8 y 12€). 16h. Recojo el pasaporte. 19h. Arranca el autocar. 20h. Logramos salir del valle de Katmandú. 5h 30m. Salto del autocar y trepo en un microbús. 6h. Llegamos al puesto fronterizo de Sonauli y pongo de nuevo los pies en la India. 7h. Tomo un autobús pura chatarra. 9h. Entro en la estación ferroviaria de Gorakpur. 10h. Me tumbo en una cama del dormitorio (0´90€). 21h. Se pone en marcha el “Dehradun Express”. 12h. Desciendo en la estación de Haredwar. 12h. 5m. Tomo el autobús de Rishikesh. 13h. Un triciclo taxi me deja en Moni Ke Reti y ante el puente de Ram Jhula. 14h. Me instalo en una habitación con baño del “Geeta Ashram” (2€) dando por terminado el maratón de 50 horas.

El trayecto en autocar se alargó un par de horas debido al atasco obligado. Sabiendo que nunca logro dormir, evité todo intento, y pasé la noche bailando al ritmo de la horrorosa música folclórica que sonaba por los altavoces. En un bazar un hombre intentó venderme una alfombre inmensa a través de la ventanilla. El puesto fronterizo de Sonauli se halla en medio de un ajetreado bazar, y si no estás atento corres el peligro de cruzarlo sin que te sellen el pasaporte. El maravilloso servicio ferroviario indio incluye unos inmensos dormitorios y habitaciones privadas para los pasajeros que deben esperar unas horas. Gorakpur es famosa por sus mosquitos y por las enfermedades que éstos transmiten, y tuve razones para soltar algunos tacos cuando, al entrar en el vagón de a/c (que es más aire corriente que acondicionado) encontré la puerta graciosamente abierta. Las confortables literas (con dos sábanas (los hoteles dan solamente una), una manta y una almohada), junto con el suave balanceo del tren (muy distinto al de los occidentales de alta velocidad), conspiraron para que durmiese como una angelito hasta que, tras amanecer, empezó la procesión de camareros que ofrecían café, té, empanadillas, zumos y bocatas de tortilla. Igual que en cada ocasión, el trayecto ferroviario a través del Valle del Ganges no tuvo desperdicio: llanuras infinitas, campos de trigo, de lentejas, de caña de azúcar, de mostaza, jardines de mangos, arroyos y lagunas, y una aldea tras otra.

Rishikesh, tierra de los “rishis” (ascetas), es vegetariana y abstemia, y en todo el valle de Dehradún están prohibidas las bolsas de plástico. Durante las últimas décadas Rishikesh se ha convertido en el centro mundial del yoga, “yog”, y en ella se celebran continuamente convenciones y cursos de Hata, Trika, Ashtanga Vinaya, meditación, Shivananda, Parnayama y no sé cuantos tipos más de yoga. Los visitantes que llegan desde todos los rincones también pueden convertirse rápidamente en maestros de Reiki, de danza clásica, y de medicina, dietética y cosmética ayurvédica. En el lote de actividades se incluyen por supuesto infinidad de masajes, ya sea de arroz, de aceite que mana lentamente sobre partes determinadas del cuerpo y sobretodo en la frente, de piedras calientes, con los pies, etcétera.

Por las callejuelas peatonales de “Swargashram” (el barrio de los áshrams que lleva el nombre del mayor de ellos) corren actualmente tantos santones y peregrinos indios como extranjeros ya sean orientales u occidentales. Tales cambios están comportando la paulatina disminución del número de “sharsi”, los fumadores de costo, que habían dominado el cotarro desde los años sesenta. En cuanto al yoga, señalaré que tal ciencia parece (es sólo un parecer…) estar sufriendo también la enfermedad de los récords porque, de una parte, las “asanas” que se practican serían dignas del Guinness, y, de otra, son muchos los gurús que tras practicar sus números circenses durante varios años han de tomar analgésicos para mitigar los dolores de espalda que terminan por sufrir.

Al continuar construyendo unos vecindarios que se hallan aislados entre callejones que no admiten vehículos de cuatro ruedas, un culí tiene el futuro asegurado gracias a una nueva tarea para la que resulta totalmente imprescindible: repartir bombonas de butano.

Añadiré que durante los últimos treinta años he sido testigo de la llegada a la India de modernidades como el plástico, la televisión, los automóviles (antes sólo veías muy de vez en cuando un “Ambassador” que destellaría entre un mar de bicicletas), el gas que ha sustituido al apestoso keroseno, y, en fin, la sociedad de consumo. El padre de Sonia Gandhi creó la primera empresa de agua embotellada, “Bisleri”, y fue el responsable de que todas las compañías del ramo incluyan actualmente en sus etiquetados la palabra italiana “aqua” aunque nadie sepa qué significa tan extraño nombre.

En las junglas que había alrededor de Delhi hace cien años todavía se encontraban leones (los asiáticos, de los que los últimos se hallan restringidos en Gujarat), leopardos, lobos y también hienas.

En la India solamente se registran el 75% de los nacimientos, y se calcula que el año anterior murieron 6´6 millones de personas (montones de niños) que no constaron en ningún censo. En el descontrolado estado de Bihar está registrado únicamente el 25% de la población.

Imágenes indostanas. Dos currantes descargaban un inmenso camión de ladrillos cogiéndolos de uno a uno y, como si juntasen un inmenso rompecabezas, los colocaban en el suelo formando un muro. Horas más tarde, y terminada ya tan lenta y pesada tarea, los ladrillos fueron cargados, también de uno en uno, en las alforjas de unas mulas que se encargaban de transportarlos hasta el sitio, de otra forma inaccesible, en que algún loco deseaba a edificar una casa. Por cierto, que poseer una recua de mulas de alquiler sigue siendo unos de los mejores negocios de este santo país en el que ellas cobran mucho más salario que el mismo mulero.

“Érase una vez”, me contó el amigo Lal, “en que los demonios dominaban de tal forma como para que ni tan siquiera los dioses pudiesen enfrentarse a ellos. Sabiendo que la unión hace la fuerza, Shiva, Vishnu y Brahma organizaron una asamblea a la que asistió la friolera de treinta y tres millones y medio de dioses y diosas. Todos al unísono proyectaron su energía en la forma de una luz intensísima que logró iluminar el firmamento nocturno. Entonces esa luz fue concentrándose hasta dar forma a la diosa Durga. Las divinidades le entregaron un tradicional sari para vestir, armas para luchar, y un tigre como corcel; y ella sola terminó con todos los demonios”. “Cuando yo tengo líos, también mandó a mi esposa a luchar contra los demonios vecinales”, le comenté a Lal consiguiendo que se desternillase.

Tras cambiar constantemente de domicilio durante años, al dar una mirada retrospectiva comprobé que el mejor rollo y energías se habían dado siempre en las viviendas faltadas de electricidad. Algo parecido sucede con los espejos, cuya ausencia, como me sucede ahora, me provoca un sutil relajamiento mental parecido al que tendríamos si lográsemos pasar olímpicamente de la opinión ajena. Además está claro que cada minuto malgastado frente al espejo nos aleja de la sabiduría para acercarnos a la idiotez; lo único que debéis hacer si dudáis de ello es observar las diferencias que se dan entre quienes practican tal “ciencia” y los que hacen meditación. Sin embargo debo confesar que yo necesito un espejo, porque es la única manera que tengo de recordar que soy reviejo.

Al contrario de lo que sucede entre otras culturas y religiones, el hinduismo se muestra tolerante hacia el comportamiento de sus seguidores porque da por sentado que cada cual anda liado cumpliendo de la mejor manera con su karma. Es el libre albedrío llevado realmente a la práctica, pues creen que las repercusiones de tus actos solamente te atañen a ti sin que el profesional de turno tenga nada que decir al respecto. O sea todo lo contrario de los obtusos que siguen punto por punto las reglas de un libro que, como todos, ya empezó a quedarse anticuado tras ser escrito.

El cambio de decorado ha impuesto nuevas fórmulas de supervivencia. Ahora me muevo constantemente entre los terribles monos macacos, y ayer, cuando un macho de largos colmillos corrió hacia mí perseguido por varios parientes, levanté la mirada hacia el cielo haciendo abstracción de que uno y otros cruzaban junto a mis piernas sin prestarme la menor atención.

Los occidentales desconocemos la presión sicológica de quienes luchan diariamente para conseguir un plato de arroz. Los indostanos no pueden tan siquiera imaginar un solo pensamiento, palabra u obra que no incluya el interés económico.

Los indostanos jamás han usado un pañuelo, y te observan asombrados, y con un poco de asco, cuando te limpias la nariz con uno de ellos.

Sucesos: desaparecieron 27 contenedores con 550 kilos de opio de las dependencias policiales de Varanasi. Llegó el “Holi”, el carnaval indostano, y el país se cubrió de colores. Un occidental que, evidentemente, no había estado en el Nepal, se quejaba de los cortes eléctricos que se dan en Rishikesh.

Fiesta indostana: se juntaron cuatro tíos y, después de beber dos tragos de whisky casero que les dejó automáticamente desquiciados, empezaron a bailar en plan sexi justo antes de que yo desapareciese asqueado entre bastidores.

Escuché tres historias parecidas que incluían a tres occidentales que dejaron tres perros al cuidado de tres nepaleses. El epílogo fue en cada ocasión el mismo: defunción canina.

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
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Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

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