Songkran, el último aliento de un elefante rescatado

Fue un día de Febrero cuando ella decidió marcharse para siempre. Amaneció como cualquier otro día en el santuario, los voluntarios se preparaban para otra jornada dedicada única y exclusivamente a hacer de aquel lugar un auténtico paraíso para los elefantes. Los turistas, ajenos a lo que estaba a punto de pasar, desayunaban en sus hostales esperando que la furgoneta les recogiese para ir al centro, y los mahouts, como cada mañana, bajaban a buscar a los animales al río para darles de comer.

Debió ser entonces cuando alguno de los cuidadores vio que algo no iba bien. Songkran, una de las elefantas más mayores, se hallaba tendida en el suelo incapaz de levantarse. Quizás porque ya tenía 76 años, o quizás porque había podido disfrutar los últimos 6 de la manera que cualquier elefante con una vida tan dura como la que ella tuvo se merece, en paz y libre de cadenas. La anciana de enormes pestañas se despedía de todos aquellos que se iban reuniendo a su alrededor esperando el temido desenlace. Y poco a poco se fue quedando sin fuerzas, se fue apagando. Yo no estaba, pero imagino la escena perfectamente. Cuentan que el último aliento lo dio con la trompa sobre las piernas de una de los voluntarias y no puedo evocar una escena más tierna.

Fue en 2009 cuando el propietario de Songkran decidió donarla. Tras una dura vida explotada, trabajando en campos de trekking y paseando a turistas en Phuket, su dueño decidió que ya había sufrido bastante, nada más y nada menos que a los 70 años de edad. Cuando llegó al santuario las marcas de su piel delataban su pasado y su mirada su sufrimiento. Esquelética y extremadamente débil la elefanta gritaba en silencio que necesitaba parar ya.

No le quedaban dientes cuando llegó al centro, por eso la alimentaban con pelotas de arroz mezcladas con trozos de fruta hervida. Cuántas horas pasé haciendo esas bolas durante mi primera estancia allí… Justo en esa época Mai cuidaba de ella y aún recuerdo al mahout birmano llamándola “¡¡Songkran maní!!” y ella, que se hacía la loca, gruñía y hacía lo que quería, como todos allí. Fue ella quien me enseñó ese sonido gutural que hacen los elefantes. No veía nada por el ojo derecho, una enorme catarata era la culpable, pero eso no le hacía perder detalle de lo que pasaba a su alrededor y siempre era la primera en darse cuenta de que ya estábamos cocinando. Durante los 6 años que vivió en el santuario se recuperó, disfruto de su jubilación y se dejó querer.

La muerte de Songkran me pilló en Ko Lanta. Un correo con las últimas noticias de lo que sucedía contaba que al funeral que habían celebrado fueron 4 monjes a bendecir su cuerpo, y que Kamoon, fiel hasta el último momento a su inseparable amiga, acudió a despedirse. El personal, los mahouts y los voluntarios pusieron flores en su tumba y dijeron adiós para siempre a mi elefanta favorita. Songkran fue un animal muy querido.

Songkran ©Elephants World
Songkran ©Elephants World

Las lágrimas inundaban mis ojos cuando apagué el ordenador, ella se había marchado para siempre. Pero al menos había tenido un poco de suerte, se habían apiadado de ella los últimos años de su vida y no había tenido que estar paseando a turistas hasta el día de su muerte. De repente me sentí alegre al pensar que había podido disfrutar de una vida sin cadenas, aunque solo fuese una pequeña parte de su vida, mientras que centenares de elefantes siguen siendo capturados, entrenados salvajemente y explotados de forma cruel para diversión de turistas en Tailandia y otros países de Asia. Y entonces el recuerdo de Songkran me hizo hacerme una promesa, que nunca cesaría en mi empeño y seguiría con la lucha. Ningún elefante merece la vida que les da la industria turística.

Por Songkran y por un turismo responsable: No a las turistadas con animales.

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