Crónicas del lejano Oriente

Cosplays militares y souvenirs vintage: el discreto encanto del comunismo al estilo chino

Todo el mundo sabe que la Plaza de Tiananmen es uno de los puntos más famosos e icónicos de Pekín, la capital de la República Popular China. ¿A quién no le suena la estampa? Los muros rojos, la bandera china, los guardias impecablemente uniformados, el retrato gigante de Mao… Pero lo que no todos imaginan es que, a día de hoy, es prácticamente imposible visitarla.

Botellín de Coca Cola comprado en Pekín, con su logo en chino y todo

Desde 2021, el acceso a la archifamosa plaza está restringido. Todas las calles adyacentes están acordonadas, con controles policiales en cada esquina. Un laberíntico entramado de vallas limita el movimiento de los transeúntes, para que tengan que pasar por alguno de estos puntos de control sí o sí.

Si quieres pisar el suelo de Tiananmen, la plaza de la Puerta de la Paz Celestial, que delimita el flanco Sur del complejo palaciego de la Ciudad Prohibida, en pleno centro de Pekín, te hace falta una reserva previa

Y hacer esa reserva no es tarea fácil. Sobre todo para alguien que viaje por libre, no sea chino, y no domine la lengua de Confucio.

Pantallazo del programa de registro para reservar entradas a Tianamnen… Un interfaz muy intuitivo, ¿verdad?

El proceso requiere usar una web china a la que solo se accede vía WeChat (la contrapartida china de Whatsapp), cumplimentar una serie de formularios (todos en chino, claro), y registrarse con un número de teléfono chino

Total, que si eres un turista extranjero, lo tienes crudo. Y, seguramente, cualquier abuelete chino que no domine el uso del smartphone tampoco lo tendrá fácil.

Este draconiano sistema de registro contrasta con lo extremadamente sencillo que resulta reservar billetes para visitar la Ciudad Prohibida (de la cual la plaza-puerta de Tiananmen forma parte, por cierto), el Palacio de Verano, o cualquier otro de los monumentos y museos de la capital pekinesa.

Pero, ¡ojo! No nos confundamos. La entrada a Tiananmen no está prohibida. En absoluto. Lo único que han hecho las autoridades es, simplemente, imponer una serie de trámites burocráticos para acceder al lugar. Trámites que, mire usted por dónde, son virtualmente imposibles de cumplir para el común de los mortales que visitamos China.

Una solución muy práctica. Y muy china.

Y es que Tiananmen es mucho más que un monumento. Es un símbolo. Un lugar muy especial en la historia de China. Y muy delicado. 

Esa Puerta de la Paz Celestial ha visto pasar muchas cosas ante sus muros. Sin ir más lejos, fue en ese mismo lugar donde, el 1 de octubre de 1949, el propio Mao en persona, el Gran Timonel, proclamó el nacimiento de la República Popular China. 

Imagen típica e icónica de la plaza de Tiananmen

Pero, además de eso, Tiananmen ha sido protagonista de muchos otros hitos históricos del gigante asiático. Revueltas, manifestaciones, desfiles de la victoria, funerales de estado…

Se diría que, para evitar problemas, las autoridades han preferido curarse en salud. La mejor manera de que a nadie se le ocurra liarla en mitad de la plaza de Tiananmen es, precisamente, cortar por lo sano y cerrar los accesos. 

Aledaños de la plaza de Tiananmen, en el centro de Pekin
Aledaños de la plaza de Tiananmen, en el centro de Pekin

El que probablemente sea el lugar con la vista más famosa (y fotogénica) de toda China es, a día de hoy, un punto virtualmente fuera del alcance de cualquiera que no sea chino.

Así que, sintiéndolo mucho, mejor que te vayas olvidando de esa selfie con el retrato de Mao de fondo.

Calles sin banderas rojas ni retratos de Mao

Curiosamente, más allá de Tiananmen, cuesta encontrar retratos de Mao por las calles de Pekín. O, ya puestos, banderas rojas o simbología comunista de cualquier tipo.

Obras dedicadas a la figura de Mao Zedong en el estante de una librería pekinesa

Bueno, tampoco exageremos. Banderas rojas haberlas, haylas. Pero, en contra de lo que podríamos pensar, no abundan demasiado. Apenas las verás ondear en los edificios oficiales, y a veces ni eso. Suelen preferir un sobrio escudo en lo alto de la fachada.

La típica bandera roja, con las cinco estrellitas amarillas en la esquina superior izquierda, es un espectáculo visual más bien raro en el Pekín de 2025. Solo se dejan ver cuando es fiesta nacional. Entonces sí, ahí te las encuentras por todas las esquinas. Pero desaparecen tan pronto como cambia la hoja del calendario.

El color rojo abunda en las calles de Pekin… pero en forma de adornos y farolillos típicos

Y es que, en la capital china, parece que prefieren mantener los símbolos del socialismo en un discreto segundo plano. 

Al llegar a China, uno se espera otra cosa, ciertamente. Grandes despliegues propagandísticos, banderas rojas en los balcones, estatuas de Mao en cada plaza… Pero no. Nada de eso. Al menos, en Pekín. 

En las zonas de campo, la cosa es algo distinta. Ahí sí se pueden ver más símbolos e imaginería comunista. Cartelones con la hoz y el martillo, algún que otro póster propagandístico, cosas así. Pero tampoco destacan demasiado. 

Botellín de baiju;  licor chino con sabor y envase bastante añejos

Parecen más bien vestigios del pasado. Una especie de reliquia vintage de otros tiempos, que la gente de provincias ve con cierta añoranza. En cambio, en la capital, en la China desarrollada, esa nostalgia no parece tener tanta presencia.

O, tal vez, los propios chinos no ven la necesidad de alardear demasiado. Prefieren ser discretos.

Gato negro, gato  blanco

No nos engañemos; la gran mayoría de la población de la República Popular se siente muy satisfecha con su país, sus políticos y su sistema de gobierno. Y, ojo, esta afirmación no es simple propaganda: la ratifican incluso estudios realizados por universidades americanas.

Curiosos ejemplos de imaginería comunista por las calles de Luoyang
Curiosos ejemplos de imaginería comunista por las calles de Luoyang
Curiosos ejemplos de imaginería comunista por las calles de Luoyang
Curiosos ejemplos de imaginería comunista por las calles de Luoyang

En su estupendo libro Observar el arroz crecer, lectura obligada para los que quieran conocer un poco más a fondo la realidad china, Julio Ceballos nos da algunas claves interesantes a este respecto.

Habla de banderas que se izan en los patios de las escuelas todas las mañanas, y de cientos de niños que la saludan cantando la Marcha de los Voluntarios, el himno nacional de China.

También de los cerca de 100 millones de miembros que tiene el Partido Comunista Chino. Cien millones, se dice pronto. Casi la misma población de España e Italia juntas.

Pero, viajando por China, la sensación con la que uno se queda no es exactamente de fervor ideológico. En las calles del gigante asiático lo que se percibe es, más bien, un sentimiento patriótico. Muy parecido, de hecho, al que existe en otros países vecinos.

China bizarra: este cervatillo comunista es una especie de mascota de la estación de tren de Luoyang

Con todo, tampoco es exactamente lo mismo. Hasta en eso China es diferente.

Cualquiera que haya visitado Tailandia se habrá encontrado la bandera tricolor por todas partes. Y, para rematar el combo, retratos de la familia real tailandesa cada dos pasos.

Qué decir de Vietnam, que está alicatado de enseñas con la hoz y el martillo hasta en la aldea más recóndita. Por no hablar de los EE.UU., que te meten su bandera de las barras y estrellas hasta en la sopa.

Pero en la China actual, no. Más allá de los edificios oficiales, o si no son fechas de fiesta nacional, cuesta encontrar una bandera roja a pie de calle.

Así es el «Comunismo con características chinas», como les gusta llamarlo a los sinólogos y expertos en geopolítica más sesudos.

Edificio gubernamental coronado por un escudo del Partido

Como decía Deng Xiaoping , el padre de la China moderna, que subió el poder en 1978 (tras la muerte de Mao): “qué más da si el gato es blanco o negro; lo importante es que cace ratones”.

De nuevo, una actitud muy práctica. Y muy china también.

Los chinos, antes que nada, se sienten chinos y están orgullosos de ello. El color de la bandera, hoy por hoy, parece algo secundario.

La excepción a esta regla es la Plaza de Tiananmen, claro. Si consigues entrar, ahí vas a encontrar imaginería comunista y maoísta para aburrir. Ese parece ser el único reducto de exhibicionismo rojo de la capital china. Tal vez por eso lo guarden tan celosamente.

Comunismo vintage y nostalgia ochentera

Aunque, bien pensado, también hay otro sitio donde, en la China de 2025, se pueden encontrar retratos de Mao, banderas rojas, y toda la quincallería que quieras. Son las tiendas de souvenirs.

Tenderete con parafernalia comunista en la calle comercial de Luoyang

Porque la simbología comunista parece haberse convertido en una especie de artículo vintage. Hoy, la estrella roja es un reclamo comercial, un recuerdo resultón para turistas, tanto locales como extranjeros.

Y no solo la estrella roja. En los lugares turísticos de toda China, las tiendas de recuerdos te venden mil y un artículos estampados con cualquier tipo de motivo comunista que puedas imaginar: hoces y martillos, lemas patrióticos… incluso el careto de Mao, por supuesto.

A nosotros, extranjeros de paso por el País del Centro, esta parafernalia nos parece algo tremendamente icónico, que asociamos con China de inmediato. ¿Qué puede haber más chino que una estrella roja, o una casaca color caqui con cuello Mao?

Para los propios chinos, en cambio, el atractivo de esta especie de merchandising rojo reside en otro aspecto muy distinto: la nostalgia.

Tebeos antiguos y nostalgia al estilo chino

Toda esa imaginería, esos retratos de Mao de perfil sonriendo con gesto bonachón, les recuerdan al pasado reciente. A las décadas de los 70 y los 80, cuando a China aún le faltaba mucho para llegar a la situación de poderío económico y tecnológico de la que goza ahora.

Un tiempo en el que la vida era más dura, sí, pero también más sencilla. Más bucólica. Y, vista con esa perspectiva que solo dan los años, tal vez incluso más feliz.

No pensemos que la nostalgia ochentera es un fenómeno exclusivamente occidental. A los chinos también les gusta rememorar los 80.

Solo que los años 80 en China eran… Exactamente, diferentes.

Si en Occidente el rollo nostálgico se traduce en camisetas con el logo de Atari, y series de TV como Stranger Things, para los chinos la cosa va más bien de uniformes con su gorrita y su estrella, ejemplares de segunda mano del Libro Rojo de Mao, y medallitas con la hoz y el martillo.

Tienda con artilugios y quincallería de época, de los años 70 y 80
Tienda con artilugios y quincallería de época, de los años 70 y 80
Tienda con artilugios y quincallería de época, de los años 70 y 80

Las tiendas con este tipo de parafernalia inundan las calles comerciales de todo el país, especialmente en los puntos más turísticos. Tienen de todo: desde posters anunciando planes quinquenales hasta cintas de casete con canciones patrióticas, pasando por estampitas con la cara de Mao, Lenin, Marx, y otros padres de la patria socialista.

Algunos de estos artículos son auténticas reliquias, antigüedades que han sobrevivido a guerras, purgas y revoluciones, para llegar más o menos de una pieza hasta nuestros días. Otros, la mayoría, son simples reproducciones modernas. Pero a los chinos les da lo mismo. Les encantan de todos modos.

Y a los turistas, para qué negarlo, también. 

Insignias, medallones y estampitas comunistas, a la venta como souvenir
Ejemplares vintage del Libro Rojo de Mao

Cosplays comunistas y fotos con historia

Hay hasta estudios fotográficos que te alquilan un cosplay de guardia rojo, con su metralleta y todo, para que saques fotos con él. Como si estuvieras patéandote media China en plena Larga Marcha, codo con codo con el camarada Mao.

El año pasado me topé con uno de estos locales en una concurrida calle comercial de Luoyang. Hay que decir que una de las actividades turísticas que más gusta a los chinos (y sobre todo a las chinas) es alquilar un traje de época y sacarse fotos delante de algún monumento antiguo. Les vuelve locos. 

Es su manera de viajar en el tiempo, supongo.

Chica vistiendo un cosplay de época y en moto, en un callejón de Luoyang

En un lugar como Luoyang, con más de 4000 años de historia, lo normal es ver gente vestida como si acabara de salir de una película de artes marciales, de esas que rueda Zhang Yimou. Concubinas de la dinastía Tang, danzarinas de la época de las Primaveras y los Otoños… cosas así. Milenarias, o centenarias cuanto menos.

Lo que no me esperaba ver por sus calles eran mozas equipadas con atuendos militares vintage. Más concretamente, uniformes de la época de Mao. En Luoyang, una de las ciudades más antiguas de China (y, por ende, del mundo), resulta chocante encontrarse con reclamos históricos tan «recientes».

¿De dónde habrían salido aquellas escuadrillas de pizpiretas guardias rojas, que patrullaban el mercadillo nocturno con una metralleta de plástico en una mano y una manzana caramelizada en la otra?

La respuesta estaba allí, en ese estudio fotográfico en cuya fachada descollaba una inmensa máquina de tren a vapor con una estrella roja en el frontal. Más vintage, y más chino, imposible.

Entrada del estudio – museo

No pude resistirme. Jugué mi carta de turista despistado y entré a ver qué se cocía en su interior.

Y lo que me esperaba era, tal y como imaginaba, un espectáculo tan bizarro como inolvidable. Una delicia de esas que solo puedes encontrarte en China. Bendito país.

Las paredes estaban cubiertas de carteles y posters con motivos comunistas, como los que se usaban en los años 50 y 60. También había desperdigados por el suelo multitud de televisores, teléfonos, aparatos de radio… que debían de tener más años que mi abuelo. Hasta una bicicleta desvencijada que bien podría haber montado el propio Mao cuando aún era maestro de escuela.

Aquello era una especie de pequeño museo retro, para meterte en situación. El estudio fotográfico propiamente dicho estaba en el segundo piso, y allí tenían unos cuantos decorados, que simulaban aldeas y campos de batalla, junto a un buen surtido de trajes y elementos de atrezo para disfrazarte como es debido.

Decorados y atrezo de época

Allí pillé a un pobre chaval en plena faena, con los pantalones a medio abrochar, mientras se terminaba de ajustar el uniforme frente a la cámara. 

Tenía pinta de estudiante y gafas de empollón. De haber nacido en tiempos de la Revolución Cultural, los tipos que vestían ese mismo uniforme que él trataba de calzarse ahora lo habrían enviado sin pestañear a un campo de reeducación en las montañas de Mongolia Interior.

Tiene suerte de que lo único que queda de todo eso ahora son los uniformes caquis y las estrellas rojas, pensé. China ha cambiado mucho en estos 50 años. Y para bien.

El chaval debió de pensar lo mismo. Nada más verme aparecer, con mis pintas de turista extranjero, ambos nos empezamos a reír. Qué otra cosa podíamos hacer.

Poster propagandístico vintage

Me dio pena fastidiarle la sesión de fotos, que sus buenos yuanes le habría costado. Así que salí del local y dejé al pequeño guardia rojo que siguiera con lo suyo. Estuve tentado de despedirme con un saludo militar, taconazo incluido, pero preferí no llevar el esperpento más allá.

Para eso ha quedado el maoísmo en la China del S. XXI. Para hacerse fotos con una figura troquelada del Gran Timonel y sacar las banderas a la calle cuando es fiesta nacional y no queda más remedio.

Prácticamente las únicas banderas chinas que se pueden ver en la Gran Muralla son los banderines que venden en los tenderetes de recuerdos.

Y, por supuesto, para venderles estampitas, pines de la estrella roja y quincallería variada a los turistas. Porque, comunista o no, China siempre ha sabido hacer negocio y sacar partido de cualquier contexto y circunstancia.

En fin, si quieres ver de primera mano comunismo chino del bueno, del auténtico, siempre te quedará Tiananmen, con sus banderas rojas. Si es que puedes reservar entrada, claro.

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