6 AÑOS 6. Hoy se cumplen seis años desde que regresé por última vez de Europa; tiempo que, a excepción del viaje que hice a Kenia con los amigos valencianos, he pasado en Asia entre Tailandia, Laos, Vietnam, Malasia, Indonesia, India y, por supuesto, Nepal. Cuando en aquella ocasión estuve en mi pueblo me sentí un poco fuera de sitio y, aunque no lo planeé expresamente, intuí que había llegado el gran momento del “cambio y corto”, de permanecer continuamente en “mi” ecosistema, con un entorno natural en el que prime el color verde, la comida con especias y chili, y los animales moviéndose libremente. El título de la película podría ser: “Alargó sus viajes hasta que descubrió que el mundo se había convertido en su hogar y dejó de regresar a casa”.
Debido al sutil confinamiento de la pandemia aquí en Chitwán, tengo la sensación de hallarme en “stand by” a la espera de la pertinente conexión cósmica antes de pulsar “play”; pues, como nómada, sé con toda seguridad que éste no es precisamente el mejor momento para cambiar el campamento de sitio. De todos modos, y según me ha asegurado el tío de Ranjana esta mañana, el gobierno del Nepal ha levantado el confinamiento (¡cuando hay más contagios que nunca!) y en los próximos días haré un viaje relámpago a Pokhara, compartiendo taxi con mi paisano y el Señor Tolstoi, y extenderé mi visado, si es posible, hasta medianos de diciembre. Un grupo de turistas occidentales posó para el periódico “Kathmandu Post” mostrando unas pancartas en las que constaba: “¡Queremos permanecer en el Nepal!”.
MÁS ANÉCDOTAS PANDÉMICAS –
El 50% de los contagios de coronavirus en Chitwán han ocurrido en los hospitales. Hay mucha diferencia entre pasar la cuarentena a solas, en una cabaña de Sauraha, y hacerlo en un piso de Katmandú de cuarenta metros cuadrados, junto a seis personas, sin recibir comida ni atención médica, ¿verdad?
Al cesar el turismo e imponerse el confinamiento, un amigo mío tuvo que cerrar las puertas de su pensión; pero, cuando creía que iba camino de la ruina económica al no poder pagar unos créditos bancarios, el maldito virus le solucionó la papeleta al provocar dos defunciones familiares que le aportaron sendas herencias: “Te acompaño en el sentimiento”, le dije haciendo gala de mi típico humor negro.
Escribí a mi amiga austriaca Sita, viajera incansable que recorre el mundo en bicicleta, preguntándole si seguía vivita y coleando y en qué lugar le había pillado la pandemia. Me alegró saber que estaba en la preciosa ciudad vietnamita de Hoi An, donde ha residido los últimos doce meses.
Los joyeros nepaleses se desesperaron cuando se levantó el confinamiento precisamente en los días que se celebraba una festividad hindú llamada “Shradh”, en la que no es auspicioso comprar oro o joyas durante un par de semanas. ¡Estos nepaleses están locos!, que diría Obelix.
En los últimos seis meses solamente he salido de Sauraha en una ocasión, cuando fui hasta Tari Bazar. Pude saltarme el confinamiento gracias a ir en el tuktuk eléctrico del amigo Shankar.
A pesar de que él tiene permiso para circular gracias a currar para la telefónica, hicimos el recorrido de seis kilómetros por carreteritas secundarias, teniendo que volver atrás algunas veces para evitar los controles policiales y militares, ya que habrían querido saber qué hacía un viejo occidental paseando por Chitwán. Entre la gente de Tari Bazar, y con patrullas policiales en cada esquina, sentí por primera vez la tensión de la pandemia que, por el momento, no hemos padecido en Sauraha.
Aunque esa excursión fue una pérdida de tiempo porque, al contrario de lo que me había dicho Shankar, solamente estaban abiertos los comercios de productos esenciales y no pude hacer ninguna compra, me gustó, como siempre, recorrer las llanuras que hay alrededor de Sauraha, con el perenne color verde de la jungla, el arroz y el bambú.
Por cierto, ¿sabíais que existen más de 1.450 tipos de bambú y que, cuando esta caña está seca, no transporta la electricidad? ¡La de veces que pensé, “este loco se va a electrocutar”, al ver como algún “sauraheño” se conectaba ilegalmente a la línea de electricidad pública colgando un cable desnudo con la ayuda de una caña de bambú! Me lo aclaró Shankar, que es un “manitas” y arregló un enchufe del Señor Tolstoi introduciéndole un palito de bambú que cortó y pulió con una hoz. (Por favor, haced una parada e imaginad lo que os acabo de contar).
Cuanto más dura esta locura pandémica, y cuanta más información contradictoria se publica al respecto, menos ganas tengo de opinar y, por supuesto, no le dedico un pensamiento a los temas conspiratorios; pero doy por sentado que, en un futuro inmediato, cuando solicite un visado me exigirán que esté vacunado. Tampoco me preocupa saber si el puto virus ha salido de aquí o de allá, y supongo que seguiría sin preocuparme si me contagiase y la palmase. Lo que sí ha resultado realmente preocupante estos meses ha sido la escasez de papel de liar, que nos ha obligado a fumar el costo con un chílom, la pipa tradicional que coloca más. ¡Ja!
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Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.