La crónica cósmica

La crónica cósmica. Cuando le dices a un idiota que es un lumbrera

De entre todas las debilidades de las masas humanas, la que quizás nos resulte más sorprende e incluso incomprensible a los marcianos es la del optimismo o el pesimismo con los que reaccionan en cuanto les pulsan las teclas adecuadas. Tal como he comprobado repetidas veces, cuando le dices a un idiota que es una lumbrera, siempre te cree a pies juntillas; y al ser la masa un ser faltado de cerebro, Goebbels no tuvo la menor dificultad para convencer a los idiotas de Alemania (observad que no he escrito “los idiotas alemanes”) que eran los reyes del mambo; caso parecido al del señor Aznar con el lavado de coco general que llevó magistralmente a cabo repitiendo continuamente el mantra, “España va bien”. Me parece, y es sólo un parecer, que actualmente la población de la Península Ibérica cojea exageradamente por el lado contrario, o sea el del pesimismo; oh, sí, claro que tiene sobradas razones para ello, pues la mediocridad de sus gobernantes solamente se ve superada por la desvergüenza de sus banqueros; pero esto no es óbice para que el pesimismo esté alcanzando un nivel enfermizo, y los celtíberos corran el riesgo de terminar desengañados y apáticos como los habitantes de algunos países africanos y sudamericanos en los que nada funciona debidamente.

En este preciso momento, y tras dar una mirada a la fecha que aparece en la pantalla, he descubierto que hace exactamente un mes me hallaba en el aeropuerto de Katmandú para tomar el avión que me traería hasta Occidente; al haber transcurrido este tiempo en un santiamén, doy por sentado que me lo habré pasado de maravilla. Aunque al principio continué con las reglas abstemias que me impuse mientras estuve en Godawari, poquito a poco fui cediendo gustosamente a las tentaciones alcohólicas, que si aquí una cerveza artesanal que si allí un buen ron caribeño, y ahora me estoy preparando mentalmente para la maratón que comportará mañana la llegada del amigo occitano, con quien, de seguir la tónica habitual, pasaremos los días conversando, jugando al backgammon, fumando porros, y bebiendo Ron Matusalén añejo.

Al ser un lector compulsivo, la caligrafía me parece una de las creaciones más hermosas y delicadas de la humanidad (sí, ya sé que hay tantos estilos como gustos…); pero además, a través de los años, exactamente cuarenta y nueve desde que aprendí mecanografía y empecé a teclear palabra tras palabra, incluso han llegado a parecerme atractivas las letras de la máquina de escribir; y claro, ahora he traspasado automáticamente al correo electrónico esta simpatía que nunca he sentido hacia el teléfono, y me parece encantador estar conectado con algunos amigos que se hallan en diferentes continentes.

A parte de la caligrafía, también me parecen hermosos y delicados los árboles cubiertos de fruta, la sonrisa infantil, la alegría que muestra tu perro cuando llegas a casa, las amapolas salteando un campo de trigo, la coreografía aérea de cien mariposas, unos cachorros jugando, y la aldea de los Hobbit y su arquitectura.
Asimismo os puedo “hablar” de algunas palabras que me parecen atractivas, como alegría y libertad (y la alegría de la libertad), tolerancia, independencia, naturalidad, placer, elección e ilusión (y la ilusión de la elección), espiritualidad, satisfacción, calma, paz, armonía, lealtad, creatividad, camaradería, afecto, liberación, hospitalidad, autosuficiencia, dignidad, generosidad y amistad; al ser un rácano también me encandilo ante la palabra gratis.

Aunque los asiáticos crean que yo visto de blanco debido a unas razones espirituales y los occidentales me tomen simplemente por un majara excéntrico, en realidad me limito a llevar tal color al ser incapaz de combinar debidamente los otros.

La gente evita hacerse ciertas preguntas de las que conocen sobradamente la respuesta: ¿Por qué acumulas bienes materiales? ¿Por qué malgastas tus energías desarrollando los pectorales en vez de hacerlo con tu creatividad? ¿Por qué das más importancia a la opinión general que a la tuya? ¿Por qué limitas tus experiencias a las que aporta la pantalla? ¿Por qué te dejas dominar continuamente por el temor? ¿Por qué le exiges a alguien la inteligencia, el coraje y las habilidades que no tiene? ¿Por qué te estás convirtiendo en un pez tropical que no sobreviviría fuera de su pecera acondicionada? ¿Por qué te empeñas en juzgarte y juzgar a los demás? ¿Por qué ladran más los perros y los hombres pequeños?

Tras estos meses asiáticos estoy “sufriendo” dos curiosos efectos secundarios. Uno tiene que ver con la alimentación y que me haya visto obligado a buscar guindillas (chilis) en el mercado de mi pueblo porque mi sistema digestivo los echaba realmente en falta. Mientras que el otro, debido quizás a las muchas horas pasadas a solas, está relacionado con las reuniones sociales, en las que ahora terminó terriblemente amuermado si suman más de tres personas y duran más de dos horas.

Cuando me toque la lotería (de la que nunca he comprado participaciones) edificaré un áshram en el que se desarrollará el canto improvisado y la imaginación.

Por lo general los genios que además tienen una mente sana, no son engreídos, porque saben perfectamente que sus dones les han caído del Cielo (Einstein opinaba así); caso contrario al de quienes destacan por su atractivo físico y su limitado cerebro.

A pesar de olvidarme siempre de los chistes que me gustaría recordar, recientemente leí uno en la prensa al que indulté. Pregunta: “¿Qué te gusta más de mí, mi atractivo rostro, mi cuerpo escultural o mi sobrada inteligencia?”. Respuesta: “Tu sentido del humor”.

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba