LAS MUSAS. La pasada madrugada soñé que, al salir de una casa que se hallaba en un lugar desconocido, me encontraba aparcado frente a un autocar de Azerbaiyán en el que un grupo de silenciosos adolescentes hacían un viaje de estudios, y pensé que escribiría acerca de ellos en la próxima crónica cósmica. Entonces, siempre dentro del sueño, recordé que era el día en que todas las semanas escribía la crónica. Me desperté sorprendido exclamando, ¡cómo pasa el tiempo! Pues tal como mencionaba la semana anterior, en este aislado y plácido reducto en que vivo con los amigos valencianos, es fácil olvidar la fecha en que nos hallamos: “¡Vaya, hombre, pero si ya estamos a sábado!”.
Por lo general, y aunque no piense conscientemente en lo que voy a escribir al día siguiente, ya sea una crónica, ya el próximo capítulo de la novela de turno, el simple hecho de recordarlo parece alertar a las musas; señoras que se encargan de alimentar mi imaginación provocando que pueda empezar a teclear sin necesidad de tener claro el tema que trataré. Al no haber sucedido así en esta ocasión y tener la mente en blanco, mientras trataba de dormir un rato más antes de oír que el amigo valenciano preparaba el habitual zumo de naranja con el que nos desea los buenos días a su novia y a mí, recordé que hacía días que no escribía acerca de nuestra vida doméstica y de los hechos cotidianos que se dan bajo el impactante monte Montgó.
ESCENAS DOMÉSTICAS. Una: Songkran, el gato malayo, cuidando, limpiando y haciendo compañía al diminuto gato Sambal cuando estuvo un poco pocho después de ser vacunado. Dos: ambos gatos, andando uno al lado del otro con el orgulloso posado de dos guepardos, dirigiéndose al plato de Bambú y comiéndose su rancho mientras el perro les observaba bobaliconamente. Tres: Bambú regresando de dar un paseo de varios kilómetros y dándose un remojón en la piscina a pesar de la temperatura cercana a cero grados. Cuatro: un halcón volando con un estornino entre las garras. Cinco: un conejo huyendo apurado de un milano. Seis: un cazador dominguero aguardando entre los olivos con una escopeta en las manos y las peores intenciones en la mente: ¡Cabrón! Siete: el salón de esta casa oliendo agradablemente a incienso de sándalo, a bidi y a maría hasta que se mezcló con ellos el hedor de un cigarrillo. Ocho: la amiga valenciana regresando de la clínica veterinaria y enchufando el coche híbrido a la red eléctrica. Nueve: el amigo valenciano sazonando con cúrcuma y azafrán la paella que cocinaba. Diez: Yo escribiendo estos párrafos sentado en la cama con las piernas cruzadas como un yogui.
LA VIRULENCIA. A pesar de que estaréis hasta el moño de escuchar noticias de la pandemia, quiero contaros algunas cosas acerca de ella por la peculiaridad que está teniendo donde vivo actualmente. La tercera ola de la Covid19, que bate récords en todo el “País Valencià”, desde este domicilio (en que recibimos contadas visitas) parece algo lejano que afortunadamente no afecta nuestras vidas. Sólo recuerdo su existencia en las contadas ocasiones que voy a Xàbia y tengo que ponerme la mascarilla, puesto que el resto del tiempo, y con las pocas personas que me cruzo durante mis paseos matinales, nos saludamos de lejos.
Es una situación similar a la de Sauraha, en el Nepal, donde parecía que en todo el mundo, pero no allí, se hubiese desatado una guerra en la que se usasen virus en vez de bombas. Acerca del Nepal, el número de infectados de Covid19 ha superado los 267.000, y ahora, mientras esperan la llegada de las vacunas, se están planteando dos problemas de difícil solución. De una parte, no disponen de frigoríficos para conservarlas porque los entregados por UNICEF se han cubierto de polvo y no funcionan. De otra, que un alto porcentaje de la población vive en zonas aisladas en las que solamente se puede llegar a pie.
Aprovecharé para contaros que en el Nepal hay otras enfermedades crónicas que son más letales que el Covid19, como el dengue y la chikunguña. Igual está sucediendo en Malasia, como nos informó María Marcos en su sección “La Ruta Natural” de este mismo blog.
EL TIEMPO. La borrasca Filomena (¡vaya nombre!) cubrió de nieve gran parte de la Península Ibérica, pero aquí, en el municipio de Xàbia y sus alrededores, se limitó a llover imparablemente durante varios días como si quisiese emular a los monzones asiáticos, y dejó los caminos y las calles convertidos en ríos. Fue la primera vez desde mi llegada a principios de diciembre en que el cielo no luciese un destellante color azul que pocas veces se dejaba ver en Asia (ya fuese debido al calor o a las nubes monzónicas). Un azul que contrasta con el marino del mar al juntarse en el horizonte, que puedo contemplar desde una loma de este vecindario o al bajar al pueblo.
Aunque tras los desaguisados de Doña Filomena las temperaturas nocturnas han continuado descendiendo hasta bajar de cero grados, durante el día alcanzan los veinte grados gracias a la cercanía del bendito mar Mediterráneo: se parecen mucho a las de Katmandú en esta época, donde llegan a los veinticinco de día y caen en picado en cuanto se pone el Sol.
TRADICIONES VALENCIANAS. Al convivir con los amigos valencianos estoy aprendiendo muchas cosas acerca de la cultura, la lengua y las costumbres locales, que son sorprendentemente distintas a las catalanas a pesar de su cercano parentesco. Una curiosa y graciosa peculiaridad de su idioma está en que hablan casi siempre usando diminutivos: “caloreta” (calorcito), “arrocet” (arrocito), “salseta” (salsita), “pastisset” (pastelito), “tauleta” (mesita), “gosset” (perrito, aunque sea un mastín).
También me ha sorprendido que el valenciano tenga un sinfín de nombres distintos a los del catalán: al maíz lo llaman “dacsa”; a las patatas, “creïlles”; a la zanahoria, “carlota”, al atún, “besugo”; al pájaro común (que en catalán sería simplemente gorrión), “pardal”; malo, “roín”; reñir, “renegar”; labios, “morro”; pelo, “moño”, y el tiempo, “l’oratge”. Al ser yo un adicto a la tolerancia, me gusta que en las entrevistas de la televisión local el locutor pueda estar preguntando en valenciano mientras la otra persona le responde en castellano.
Entre las tradiciones valencianas también existen algunos deportes locales, como “el trinquet”, que tiene cierta similitud con la pelota vasca e incluye distintas modalidades, como “escala i corda” o “raspall i llargues”.
Un dicho valenciano surgido tras el largo gobierno del Partido Popular (actualmente tienen un gobierno de izquierdas): “La corrupción del Partido Popular es como la paella, que en ningún sitio se da tan bien como en Valencia”.
ASÍ HABLÓ MI AMIGO EL SEÑOR TOLSTOI
MIRA LO QUE PIENSO
Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.