Señoras y señores, empieza el mayor espectáculo del mundo. Como si se tratara de una cita con el dentista, el meteorólogo indostano que hace las veces de Mariano Medina anunció con varias semanas de antelación que los monzones alcanzarían las costas de Kerala, al sudoeste del subcontinente y por el mar de Arabia, el primer día de junio. Desde ese momento, y mientras seguía muriendo gente debido al calor, dieciséis en Uttar Pradesh durante los últimos tres días, las conversaciones empezaron a centrarse en ellos, en los monzones. “¿Dónde están?”. “¿Tienen una intensidad normal?”. “¿Has quitado las hojas secas de los desagüe?”. En fin, que hablan del tiempo, pero lo hacen con razón porque les va en ello la supervivencia.
Los monzones llegaron a la India con cinco días de retraso, y con nueve al Valle del Ganges, y hora está lloviendo en todos lados. Se inundan Bombay, Bangladesh y Assam como es habitual. Supongo que lo mismo debe estar sucediendo en Chitwan porque están cayendo toneladas de agua en el Nepal. Hay varios trenes que permanecen detenidos con tres mil pasajeros aislados debido a las avalanchas de tierra. Sin embargo los monzones también se montan a veces algunos números extraños y, sin que esté muy clara la razón, pueden crear una isla rodeada de nubes, tormentas y vientos huracanados en la que luce el Sol y sigue haciendo calor; y exactamente esto es lo que está sucediendo en estos momentos en las Colinas Kumaon, o sea aquí, donde, tras llover un día y medio consiguiendo refrescar agradablemente el ambiente, ahora volvemos a sufrir los bochornos habituales. Empeorando las cosas, prácticamente no han hecho acto de presencia las típicas tormentas primaverales que sirven de termostato a los calores, mientras que, por otro lado, los incendios forestales batían todos los récords.
Faunópolis
Cuando alguien tiene que realizar un viaje en este santo país, no calcula los kilómetros que deberá recorrer, sino las horas que tardará. Hará más de veinte años que yo vengo a esta jungla, y el otro día me detuve sorprendido ante un nuevo cartel de tráfico en el que constaba: Delhi 300 kilómetros. No tenía ni la más puñetera idea a pesar de haber hecho tal recorrido docenas de veces, pero sé que tardas unas siete horas en tren o autobús.
Rectificando: El señor Lobo me aclaró que la encefalitis no tiene nada que ver con la malaria cerebral, aparte de que ambas enfermedades sean transmitidas igualmente por los mosquitos, y que la primera es la “versión” japonesa y solamente afecta a los bebés y a los niños. En el empobrecido estado de Bihar han muerto veintitrés críos desde mayo.
Las creencias de los creyentes son siempre sorprendentes. La otra tarde, mientras llovía torrencialmente, el señor Oso llegó completamente empapado a mi habitación, y al escuchar el concierto de truenos, comentó, “tendremos setas”. Efectivamente, según él, eran los estampidos de los truenos los que provocaban que brotasen las setas, y me observó como si yo desvariase cuando le pregunté si no se debería a la lluvia.
El señor Chacal fue (o trató de ir) a correos, y actuó cómo lo habría hecho un gomero (de La Gomera) en uno de los chistes que tanto les gusta contar a los chicharreros (de Tenerife). “¿Cuál es la ventanilla para los certificados?”, le preguntó a uno de los empleados (que debía ser chicharrero). Éste, tras observarle unos momentos, le mandó a la ventanilla número ocho (donde estaría un primo suyo), y desde allá le dirigieron a la ventanilla número cinco antes de que alguien le aclarara que aquella era una oficina bancaria y no la de correos.
En el pasado el señor Chacal fue fotógrafo y aventurero, y en cierta ocasión diseñó y construyó una balsa con la que, igual que el señor Libro, pero a solas, intentó descender por el caudaloso Río Brahmaputra hasta que fue asaltado por unos piratas de los que logró huir. El incidente comportó que la embarcación quedase dañada, y él, tras abandonar el proyecto, se limitó a escribir un reportaje que fue publicado en la revista de ciertas líneas aéreas. Un mes más tarde leyó ese artículo un viajero norteamericano que volaba hacia Delhi, quien, después de buscar y localizar al señor Chacal, le hizo una oferta que no pudo rechazar. “¿Qué te parecería organizar de nuevo la misma expedición con dinero de sobra?”, le preguntó aquel trotamundos norteamericano que viajaba con un equipaje diminuto y llevaba cosidos un par de diamantes en el interior de sus pantalones.
Más cultura local: Al descubrir sorprendido el señor Chacal que ambos usábamos la misma navaja francesa “Opinel” y que la mía era su preferida, la del número siete porque se puede guardar mejor en el bolsillo, me propuso un intercambio que llevamos a cabo dejando la navaja en el suelo para que el otro la recogiese sin que se diese ningún contacto entre nosotros: ¿Ritual o superstición?
Durante los meses que pasé en Gambia me acostumbré de tal manera al físico de aquellas gentes como para que me pareciesen feísimos los pocos occidentales que veía. Aquí y ahora me sucede lo mismo y, al haberme habituado al color de la piel generalmente cobriza de los “pajari”, cuando me encuentro muy de tarde en tarde ante un espejo me pregunto quién es ese tío con cara de conejo y piel de cerdo. No obstante, al mismo tiempo parece que también se debe haber desarrollado en mi interior el “gusto estético indostano”, y entre un grupo de mujeres me resultará especialmente atractiva la que tenga la piel más clara (que no rosada…).
Hay una pareja cuya vivienda mide dos metros de ancho por cuatro de largo. La puerta de entrada da simplemente al vacío, y ellos, al verse obligados a saltar hacia un lado, arriesgan el físico cada vez que salen. La mujer está embarazada, y carga grandes cubos de agua hasta su domicilio corriendo el peligro de caer por el agujero.
Mira lo que pienso
Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.