Deseo aclararos que estás crónicas fueron escritas inicialmente para cuatro amigos íntimos, y que sólo posteriormente conocí al bueno de Toni y decidimos publicarlas en “conmochila.com”; de ahí que a veces mis opiniones puedan parecer un poco… desvergonzadas.
Empezaré ésta volviendo al día en que regresé a Tailandia, porque así podréis comprender mejor unos hechos que muestran las dos caras de la moneda, una con la eficacia y la otra con la imbecilidad. Cuando te plantas ante el policía de las aduanas tailandesas y le entregas tu pasaporte, él tarda cuarenta segundos en teclear tu nombre en el ordenador y tomarte una foto (con una cámara que ni tan siquiera ves) que irá incluida en el visado instantáneo y gratuito. “Bienvenido a Tailandia”.
Hasta la aquí la muestra de la eficacia, ahora vayamos a la de la imbecilidad “burrocrática”. Al llegar al día siguiente a Bangkok, cogí el Metro para ir hasta la embajada india que se halla en el moderno barrio de Sukhumbit; pero antes tuve que pasarme más de una hora en un Cyber rellenando un increíble cuestionario que incluía datos tan “importantes e imprescindibles” como los nombres, los apellidos, las nacionalidades y los lugares de nacimiento de mi padre, mi madre y mi esposa, la dirección y el teléfono que tendría en la India y las ciudades que visitaría, mi anterior y mi presente ocupación, si había pertenecido en algún momento a las fuerzas armadas o a la policía y en qué cuerpo y destinos, si había visitado la India con anterioridad y dónde había estado, etcétera (las respuestas son obligadas, o no te permiten seguir adelante). Como podréis suponer, un tipo asilvestrado como un servidor salió del Cyber soltando chispas.
Poco después, al aterrizar en el quinceavo piso de un rascacielos de cristal y ver a un montón de jóvenes que hacían turno para pedir el visado, mi mosqueo empezó a crecer como el bambú durante los monzones. Además con aquel primer paso solamente lograría que enviasen mis datos a la embajada de Madrid (¡¿para qué?!) y tendría que volver a los cinco días. Empeorando las cosas, al recoger mi número me enteré de que no me concederían más de tres meses. Entonces, cuando estaba pensado, “Esto va a acabar mal”, el funcionario echó una mirada a mis papeles, y me dijo, “Estas fotos no son del tamaño requerido; salga a la calle, busque un fotógrafo y…”. Solamente era una pequeña gotita, pero acababa de desbordar el vaso; y yo, dándome el gusto de hacer algo que había estado deseando desde hacia mucho tiempo, grité: “¡Podéis iros al puto pedo, porque yo me largo a cualquier otro país en el que no traten a los turistas como si fuesen criminales!”. Mi vozarrón cazallero debió oírse desde Camboya.
Añadiré a esta información que hay un montón de puestos fronterizos entre el Nepal y la India que se pueden cruzar sin mostrar el pasaporte ni bajarse del ricchó, y que tanta monserga era para nada, ya que conociendo el sistema indostano estaba seguro que nadie iba a comprobar mis datos. A continuación regresé a la calle encantado, me metí en una agencia de viajes, y diez minutos después adquiría un tique de las líneas aéreas nepalesas para el próximo lunes. Sí, mis sufridos lectores, vuelvo a mi último hogar de adopción, Sauraha, donde ya me están montando la fiesta de bienvenida.
Kanchipuram se parece a Pattaya en que por sus calles ves a muchas parejas mixtas. La diferencia está en que las de aquí acostumbran a ser permanentes y no solamente de una noche. Dicho de otra manera, Pattaya es un burdel y Kanchanaburi una ciudad en la que residen bastantes europeos. Añadiré a ello que, según me han contado diferentes amigos que habían convivido con mujeres tailandesas, a ellas les gustan mucho los occidentales, y si desean enrollarse no se andan por las ramas (al estilo de Brasil).
Unos datos más acerca de los personajes variopintos. Debido a que el padre de Pedro (el portugués del que os “hablaba” en la última crónica) viajaba continuamente, él nació en Heidelberg, su hermana en Jerusalén, y su hermano en Porto. A los dieciséis años, cuando ya se ganaba la vida vendiendo sus joyas en diferentes mercadillos de Europa, decidió irse a Australia, y debido a que los vuelos más baratos pasaban por Bangkok, se quedó una temporada en Tailandia. Entonces un día apareció ante su tenderete una preciosa princesa local de su misma edad que lo dejó hechizado con su sonrisa y, tras enamorarse, se casaron cuando cumplían los diecisiete años. Después de viajar ambos por España, Portugal, Italia y Grecia, su hija nació en Goa, el primer hijo en Chiang Mai, y el pequeño en Luang Prabang. Casi nada. Ellos hablan castellano, y cuando al atardecer tomamos unas cervezas con Johnny “Juanito” usamos esta lengua. Por cierto, que el inglés-vasco lleva el cuerpo tatuado de arriba abajo al estilo de la mafia japonesa.
Telegráficamente
Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.