¿PLANES? ¿QUÉ PLANES?. Cuando partí del Nepal a finales de junio lo hice con la intención de venir al sitio en el que estoy actualmente, pero, como ya sabéis, se interpusieron de por medio Kanchanaburi, el río Kwai, Luang Namtha, y también el amigo valenciano, quien, aparte de ser masoquista como todos los lectores de estas crónicas, ahora se ha demostrado como un sádico al publicarlas en su web “conmochila.com”.
Al hacer planes nunca sabes lo que te vas a encontrar en el camino y, por lo menos para un viajero, sería absurdo seguirlos al pie de la letra. ¿O es que acaso desde tu casita colorada adivinarás que pasarás horas mirando las nubes, o a los niños y a los perros que van en la motocicleta de mamá con una excitada cara de velocidad, que te aficionarás a contemplar a los atareados turistas (deprisa, deprisa) comparando el ritmo que llevan con el de “los residentes” que se pasan el día sentados en el porche de su cabaña leyendo o escribiendo, que conocerás a varios trotamundos en una imaginaria “Taberna Galáctica”, o, en fin, que realizarás varias veces un viaje porque te parecerá increíble el desnivel del diez por ciento de sus peligrosas carreteras que acaban con los frenos de los vehículos?
Los grandes camiones se pegan unas hostias espectaculares y te los puedes encontrar de panza para arriba o empotrados uno contra otro. Los conductores de los autobuses empiezan los descensos a cámara lenta. El peor sitio de este tipo que haya visto se halla en el Perú, con diecisiete kilómetros de desnivel infernal descendiendo de Arequipa hasta el Océano Pacífico (en los que mueren muchos camioneros).
EN RUTA. Al rellenar de nuevo el papeleo para el visado laosiano (ahora son treinta y cinco dólares por un mes) me reí al ver que debía especificar mi raza (“Marcianito, oiga”). Regresé a Luang Namtha por un par de días para ir de compras “marianas”, o sea para enfrentarme a las “terribles” mujeres tribales. Otra gilipollada típica de Laos: Las estaciones de autobuses pueden llegar a encontrarse a quince kilómetros del centro urbano. En el caso de Luang Namtha son unos diez kilómetros (o eso afirman los malditos taxistas) que tienen la forma de una avenida con farolas dobles cada cinco metros junto a la que no vive prácticamente nadie.
Me presenté en la estación con un par de horas de adelanto para conseguir un buen asiento: Los turistas compran el tique (con un sobrecargo) en las agencias de viajes y, debido a que éstas los recogen y traen sólo en el último momento, acaban sentados al fondo y pegando saltos en plan catapulta. Subí a un autocar con literas para darme el gusto de medirlas y comprobar que tenían la talla de un enano.
Tal como sucede habitualmente con los autobuses laosianos, el mío partió con cinco minutos de adelanto. Aunque estos monzones están resultando bastante miserables, el día en que hice este viaje no dejó de llover. Si la Península Ibérica es montañosa, Laos es un país “colinoso” (sí, de colina…), y, en cuanto dejamos atrás el valle de Luang Namtha, nos metimos entre cañones encerrados por unas colinas cubiertas de bosques que, para haceros la imagen correcta, deberéis imaginar como si se hallasen bajo un chal de seda verde en el que a veces, y sólo a veces, se distingue la forma de algún árbol. Otra versión de lo mismo está en los árboles que parecen llevar abrigo y bufanda. Son las plantas trepadoras que lo cubren todo y le dan el toque amazónico.
En ese tipo de paisajes hay una excepción que se debe a las costumbres tradicionales de las tribus laosianas, que cortan y cultivan parcelas de la jungla durante unos pocos años y después las abandonan provocando que el perenne color verde tenga diferentes tonos dependiendo de cuánto ha crecido la vegetación (como si hablásemos de distintos cortes de pelo). Al sumarse este tipo de ruta con los monzones, nos encontramos con árboles caídos, carreteras agrietadas debido al movimiento de tierras, y avalanchas que estaban abriendo con excavadoras.
El asfalto se cubrió de barro, y también lo hicieron los vehículos o quienes descendían de ellos (al subir en los autobuses nuevos te dan bolsas de plástico para que metas tus zapatos). Tras haber estado diez semanas viendo pasar la marabunta turística que seguía un camino determinado (Bangkok, Kanchanaburi, Chiang Mai, Pai, a continuación Chiang Khong para descender hasta Luang Prabang en barca, de allí a Vang Vieng y al fin a Vientiane), suspiré aliviado al saltar del autobús en un pueblo llamado Pak Mou y apartarme al fin de esta masa.
Tal hecho, claro, comportó que me quedase sin el servicio de transporte de las grandes ciudades y, a menos que quisiese tomar un taxi demasiado caro para mis bolsillos, (25 km.) tuviese que esperar un par de horas antes no partió el minibús que, mientras oscurecía, me trajo hasta la pequeña Nong Khiaw en la que estuve hace diez años y no ha cambiado prácticamente nada. En aquella ocasión vine con el amigo marsellés, y a pesar de que ambos habíamos visitado docenas de países, opinamos que los paisajes que encerraban a esta población eran de los más bonitos e impresionantes que hubiésemos visto. Y hoy sigo pensando igual, pero ya “hablaremos” de ellos la próxima semana.
FAUNÓPOLIS. Esta sección se ha estado cubriendo de polvo desde que me fui del Nepal porque mis últimos domicilios no se hallaban en medio de la naturaleza o en lugares que las noticias acerca de ésta fuesen constantes como sucedía en las Colinas Kumaon o Chitwán; y ha tenido que ser nuestro corresponsal en Sauraha quien me informase que todo sigue igual, que un elefante mató a una mujer cuando iba a por agua, y al día siguiente a otra en su propio jardín (el de la mujer…), que el gobierno nepalés ha aumentado la indemnización para los familiares de esas víctimas a quinientas mil rupias (cerca de cinco mil euros), que murieron varios elefantes al tocar los cables eléctricos con que aíslan algunas aldeas durante la noche, que un cocodrilo se comió a un pescador en el río Rapti, que han encontrado las carcasas de varios tigres a los que les habían colocado un collar de seguimiento, y que se ha puesto en marcha un proyecto de cinco años para la conservación de los buitres. A través de este amigo nepalés también me he enterado al fin de cuál era el extraño y hermoso animal, con careto de gato y cuerpo de zorro, que viese hace unos meses: lo llaman “nirviraw”. Por mi parte, y como amante de los perros, quiero mencionar al de la genial película “El Artista”, que era un gran actor y falleció recientemente: “¡Guau! ¡Guau!”.
JUNTANDO LETRAS
MIRA LO QUE PIENSO
Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.