La ceremonia “mística” que llevo a cabo de mañanita incluye dedicar un recuerdo a los que denomino como “mis amados difuntos”, y hoy, cuando estuve a punto de pisar un escorpión mientras barría la cabaña, pensé en el amigo que había residido en México durante sus últimos años, quien en cierta ocasión me comentó que antes de acostarse comprobaba que no hubiese ningún alacrán en la habitación.
Tal como predije, cuando las mujeres “con licencia para cortar” le mangonearon al rey de la jungla el ciervo que se disponía a comer (las chicas son guerreras), al día siguiente él les mostró con quién se las veían cazando una apetitosa vaca lechera, pues a las panteras les encantan las ubres rebosantes de leche. (“¡¿Y a quién no?!”).
La dirección de los parques nacionales nepaleses, aparte de tener que lidiar con los aldeanos que llevan el ganado a pastar dentro de las zonas protegidas, se encuentran con un problema que, por ser religioso, es asimismo irresoluble; porque se trata del sacrificio ritual de un ciervo que dedican al dios de la jungla, animal que cazarán dentro del parque como han hecho durante siglos sin que les importe un rábano si se halla en peligro de extinción.
Cuando me invitan a comer pido inútilmente que la comida sea vegetariana, pues ya pierdo la paz mental con tan sólo pensar en los huesitos de pollo con los que correré el riesgo de morir atragantado, en la carne invariablemente dura de los cabritos, o en las docenas de espinas que acompañarán a cada bocado de pescado, tarea a la que generalmente me enfrento con poca o nula iluminación. Pero ya sabemos que nunca te acostarás sin aprender algo más, y ahora acabo de descubrir dos auténticas delicias que son totalmente de mi gusto. Por un lado están los jugosos hígados de pollo asentados sobre un auténtico puré de patatas ruso que saboreo lenta y gustosamente porque no tienen desperdicio. No obstante, la mayor de las sorpresas la recibí exactamente ayer por la noche mientras tomaba unas copas de “roxi” con Shankar, y creí alucinar cuando su esposa puso frente a mí una tapa que, por decirlo de alguna manera, estaba fuera de sitio; era absurdo, no podía ser, y no me lo creí hasta que introduje en mi boca la primera de aquellas sabrosas gambas de río que ella acababa de pescar. ¿¡Desde cuándo existen gambas de agua dulce!? ¿O acaso se trata solamente de otra prueba de mi incultura?
La mentalidad de los “sauraheños” es invariablemente pueblerina (sea cuál sea su nivel de inteligencia o cultura); o por lo menos así me lo parece cuando hacen oídos sordos a unos consejos a los que son incapaces de “enfrentarse” debido al simple hecho de que alterarían las fórmulas que han estado siguiendo desde hace siglos sin plantearse otras distintas. Ya os había dado el ejemplo de las cabras, a las que jamás se les ha ocurrido ordeñar. “¿Leche y queso de cabra? ¿Y esto qué es?”. Sin embargo, lo de las gallinas es todavía más insólito, pues no creen que los huevos de las suyas sean comestibles, y comprarán en el mercado los que provengan de una granja industrial. Debido a esta costumbre las casas están siempre llenas de pollitos que ahora, en primavera, enferman y mueren sin haber llegado a desarrollarse debido a diferentes parásitos y enfermedades; por cierto, que algunos de éstos (al contrario de las pulgas, y gracias a que las gallinas cluecas se meten incluso en los armarios) también corren por nuestros cuerpos. “Rasca, rasca, mamón”.
Personajes variopintos. Joe (seudónimo que, como ya sabréis, doy sistemáticamente a todos los hombres) es alemán, y más exactamente berlinés, tiene veintiséis años, jamás se ha “sometido” a un empleo fijo, y se alegra cuando le tomo por australiano, ya que, según me cuenta, acaba de pasar los últimos dos años allí: “Entras en el país con un visado de estudiante o de turista, y a continuación te apartas del mundo moderno, buscas una granja aislada, y consigues fácilmente trabajo sin que nadie te pida los papeles. Me sacaba un buen sueldo cosechando mangos (casi mil euros semanales) que me permitió ahorrar suficientes dólares para estar viajando varios meses por Vietnam, Laos y Camboya”. En su ciudad natal ha hecho varias veces otro tipo de curro con el que, presentando en plan feria de muestras diversos electrodomésticos, se gana las algarrobas de una manera tan dura como rápida: “Trabajo hasta veinte horas diarias durante ocho semanas, y duermo a ratitos allí mismo. En ese tiempo me meto en el bolsillo diez mil euros que, tal como estoy aprendiendo ahora mismo gracias a tus consejos, de gastarlos debidamente en el sitio adecuado, pongamos por caso en el Nepal, pueden durarme varios años”. También me crucé con una pareja de trotamundos catalanes con los que nos pusimos a gusto paliqueando (tras estas largas temporadas hablando continuamente en inglés, al principio siempre me resulta difícil vocalizar en mi lengua materna), e hicimos unos trueques culturales muy provechosos cuando ellos me descargaron un montón de música y yo les devolví la pelota con mi e-biblioteca.
Talibania (“¡Sweet home, Talibania!”)
Escenas domésticas
Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.