PINCELANDO. Mis neuronas aprovechan para meter baza en los momentos y lugares más insólitos (o no…, y además podría ser que a todos os sucediese igual), y hoy, mientras estaba agachado con un bidi entre los labios haciendo lo que uno hace habitualmente en tal posición, descubrí cómo explicar mejor lo de “Darle unos trazos más a la acuarela con que os intentaba pintar algo”. Primero he pensado en el proyector de diapositivas que usara en el pasado (el pobre se estará cubriendo de polvo en la Selva Negra), y en los instantes que tardaba en enfocar cada nueva imagen. Pero después lo he mejorado al recordar los juegos de cámara de algunas películas, en las que el fondo aparece borroso mientras enfocan un primer plano, y solamente te lo aclaran tras unos momentos de incertidumbre.
Bueno, bueno, bueno, no sé si se deberá al porrito mañanero que me acabo de fumar, pero, sea como sea, esta entrada en escena me parece de maravilla. Seguimos.
En las últimas crónicas no tuve ocasión de dar unos nuevos trazos para aclarar algunas de las imágenes anteriores porque me estaba moviendo continuamente y las dos cámaras que llevo en los ojos no dejaban de aportarme más y más información; y ahora, al haber puesto al fin el freno de mano, me daré el gusto de hacerlo. Además, un sitio como Konarak lo pide a gritos (¡OH NO!, va a empezar con otra de sus, “Mira que mono, mira que bonito”); o por lo menos así me lo ha parecido a mí con cada nuevo paseo por estos alrededores en los que se aclaraba el fondo que antes viera borroso. De todas maneras os tranquilizaré diciendo que lo haré (o trataré de hacerlo) telegráficamente.
El gran jardín de “cashews”, o sea el “Balukhnda Wildlife Sanctuary” con su inmaculada tranquilidad, y “El Templo del Sol”, con unos bajorrelieves eróticos que superan lo imaginable (venden fotos como si se tratase de pornografía, y no es para menos, pues en sus orgías escultóricas incluso participan caballos), solamente ocupan la mitad de la imagen acerca de Konarak, la que yo encontré hace veinticuatro años; mientras que la otra, la que ha nacido enfrente durante la última década (sin mezclarse y como si las separase una barrera invisible), incluye hoteles, pensiones y restaurantes recién estrenados, un ruidoso y feo bazar de chiringuitos, y multitudes de peregrinos y turistas que vienen desde todas las partes de la India (Jaipur, Bombay, Lucknow, Calcuta) en camiones y autocares. Si antes llegaban diariamente diez autocares, ahora son cien.
Al mismo tiempo que aumentaba la marabunta india, la “turisma” occidental ha disminuido hasta quedarse prácticamente en nada. Lo del medio de transporte merece un comentario aparte. La gente de pueblo (se adivina por el aspecto) va en camiones cubiertos en los que han construido toscas literas, así que hacen el viaje acostados y a oscuras sin ver mínimamente el paisaje. Pero éstos son solamente unos pocos, y hoy en día la mayoría viene en “Volvo”. Lo del “superdeluxe” ya ha pasado de moda, y todos llevan un inmenso logo anunciando, “Tipo Volvo” en el parabrisas y los laterales. El colmo de los colmos: “Air Bus” ¡Ja! A parte de los confortables y amplios asientos, encima de éstos disponen de literas dobles con ventanillas. En fin, que están a años luz de los abarrotados “local bus” que siguen cubriendo el transporte público de la comarca.
Alrededor del “Templo del Sol” (en un radio de cien o doscientos metros) se encuentran unas esculturas de otro tipo que a mí me tienen todavía más cautivado; me refiero a unos árboles “Banyan” que llegan a tener más de cien raíces colgantes, convertidas ya en duras columnas, dentro de los que me paseo extasiado. No obstante, para mi gusto son más armónicos y bonitos cuando no se los deja expandir libremente (en Calcuta hay un parque creado a partir de un solo árbol), y se juntan continuamente las nuevas raíces al tronco convirtiéndolo en una autentica y sólida obra de arte. Otro árbol al que visito diariamente es un precioso tamarindo que al tener los frutos a demasiada altura (los chavales intentan bajarlos a pedradas) obliga a la gente a pedir ayuda a los monos “langur”, caballeros muy amables que cumplen con tal deseo pegándose una carrera por la copa logrando que caiga maná del cielo. En realidad la única parte comestible del tamarindo es la famosa pulpa, con la que se prepara un delicioso “achar” y es el antojo tradicional de las mujeres embarazadas.
Ahí van unas escuetas palabras que crearán imágenes en las cabecitas de los que seáis imaginativos. Las telarañas horizontales son parecidas a medusas. Mi domicilio en un jardín de cocoteros y palmeras de betel. Los mercados de pescado, carne, verduras y frutas que, debido al calor, sólo funcionan al atardecer. Mosquitos y más mosquitos. Los extraños y exóticos cantos de pájaros e insectos que se escuchan de noche (hay uno que parece escribir a máquina). Los toros malcarados que holgazanean por el bazar exigiendo descaradamente regalos comestibles de los comerciantes, un chapati por aquí y una galleta por allá. Las docenas de felices perros callejeros que, lógicamente, son muy parecidos a los chacales. La cena para mil invitados que organizó un amigo mío al cumplirse los once de días de una defunción familiar (los brahmanes comieron primero, y todos los hombres de la familia se habían afeitado la cabeza). Los jóvenes amantes que vienen desde la capital para pasar unas horas en nuestra pensión (ellas llevan muchas veces el rostro cubierto para no ser reconocidas). Los vendedores ambulantes de cocos que transportan su aparatosa mercancía en bicicleta.
INTOLERANCIA. Dicen que el terrorismo islámico es un problema político y no religioso; pero yo opino que la política se fusiona con la religión al hablar de ella en los templos, y éstos se convierten en un bunker cuando en ellos se hace apología de la guerra. Todos hemos tenido vecinos que se ponían histéricos ante la menor molestia mientras nosotros tragábamos con muchas más sin abrir el pico. Hay otros que son incapaces de comprender que cada uno es libre de hacer lo que quiera en su casa mientras no moleste al vecino que mencionaba antes. Y también tenemos a los que destruyen cuanto encuentran a su paso, desde templos y esculturas preciosas de otras religiones (por ejemplo las budistas que se cargaron los primitivos talibanes), encarcelan a quienes celebran una simple ceremonia de una religión distinta a puerta cerrada (como les sucedió a unos cristianos en Arabia), y hacen todo esto mientras exigen respeto y libertad para ellos mismos. Estoy harto de esos barbudos imbéciles, violentos y obtusos (que no obtusos, violentos e imbéciles barbudos, pues yo soy barbudo (también soy Charlie, por supuesto) y quizás imbécil, pero no tengo un pelo de violento y menos de obtuso). La mayoría de las muertes violentas que se dan entre los musulmanes son provocadas por otros musulmanes; ¿os imagináis a “Los Testigos de Jehová” poniendo bombas en los templos de los “Los Evangelistas del Séptimo Día?. Es como una enfermedad que nació en Arabia y se va extendiendo paulatinamente por todos lados.
Unas cifras
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Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.