LAS TROGLODITAS. Siempre he creído que nuestros antepasados fueron mucho más duros que nosotros por el simple hecho de que su vida era durísima. Sería como comparar el granito con la arenisca. Pienso que ese distanciamiento ha ido aumentando de una generación a otra. Somos más longevos, pero también más frágiles, y para sobrevivir necesitamos docenas de aditivos que nos debilitan. Y mientras, va aumentando de forma espectacular la colección de alergias y demás alteraciones físicas que obligan al personal a moverse llevando un auténtico botiquín en la mochila. Pensé en todo esto cuando la novia del amigo occitano me mostró una granja digna de la edad de piedra en la que vivieron dos hermanas hasta hace diez años, cuando falleció una de ellas la otra fue recluida en una residencia de ancianos. Umm, ya me estoy adelantando a los hechos y será mejor que os empiece a contar esta historia desde el principio.
Érase una vez un día soleado, ventoso y frío en el que la novia del amigo occitano y yo ascendimos desde Le Teil (la France!) hasta el extenso Valle del Ardéche. De camino pasamos por un pueblo en el que se halla una delegación de la Universidad de Grenoble (en la que hace unos años mi guía había estudiado biodiversidad) que tiene el nombre de Olivier de Serra (1539-1619); un estudioso adelantado a su tiempo que ayudó a entender la naturaleza y la agricultura. Nuestro destino era un histórico pueblo que llamado Mirabel debido a las impresionantes vistas que tiene del valle. Como prueba de que no estoy exagerando acerca de lo uno ni de lo otro os diré que allí, en un peñón de roca que queda por encima del pueblo, ya había un observatorio del ejército romano en el siglo II antes de Cristo; en el mismo sitio todavía se encuentra actualmente un torreón del Siglo XIII que Richelieu mandó desmantelar en el año 1629 y fue restaurado en 1970. Desde aquellas alturas, aparte de dejar volar la vista hasta el infinito, tienes por debajo la veintena de casas de mampostería de Mirabel con sus cuidados tejados de teja. En el aparcamiento que había a las afueras del pueblo vi una camioneta en cuyos flancos estaba pintado con grandes letras: “Reportero nómada – Ven y cuéntame tu vida”.
Cruzamos un prado dejando atrás el torreón. Luego descendimos hasta un sendero cubierto por el ramaje de castaños y robles, que marchaba encerrado entre un muro de roca negruzca de más de diez metros por un lado y, por el otro, un murete también de roca que habrían levantado los antiguos habitantes del lugar. Algunas de esas formaciones rocosas son denominadas “rocas de órgano” por el parecido que tiene con los tubos de los órganos de las iglesias. A pesar de saber lo que iba a ver, me quedé pasmado al llegar allí. La granja que mencionaba al principio, edificada de rústica mampostería, tenía un porche alargado que se abría bajo el muro de roca. No faltaba nada: la vivienda, los corrales, el pajar, que todavía estaba lleno de paja, tres carros, una desgranadora y demás herramientas. Valga añadir que tampoco faltaba un buen servicio de agua, pues junto a la casa bajaba desde las alturas una espectacular cascada. ¿Os imagináis a aquellas dos hermanas viviendo solas allí, en el fin del mundo? Lo dicho: la gente de antes fue muy dura porque así era su vida. En los últimos tiempos, cuando las hermanas se hicieron famosas y los excursionistas se acostumbraron a pasar por allí como si fuesen al zoo, las dos mujeres, que eran por supuesto unas guerreras, se hartaron de recibir visitas indeseadas y alejaban a la gente a pedradas: ¡ja! Lo sé todo acerca de ellas porque el amigo occitano conoce a un sobrino suyo.
El camino de regreso lo hicimos por una carreterita de un solo carril, que corría entre unos prados en los que pastaban felizmente caballos, burros, vacas y unos cerdos que eran diminutos y negros. Levantando la mirada hacia el cielo pude ver ahora un buitre que planeaba perezosamente, más tarde un águila, y también varios halcones. Mi habilidosa guía me explicó que nos hallábamos en un punto en el que, por el sur, terminaban las denominadas Montañas Secas que empezaban más allá de los Pirineos, por el este se levantaban los Alpes y por el norte se hallaba la zona volcánica del Auvergne. Pasamos por varios pueblos, como Le Coiron, una virguería creada por los movimientos tectónicos, por Sceautres y por Saint Jean le Centenarie. Al cruzar por un paso elevado de montaña que se halla a más de setecientos metros de altitud, comprobamos que la temperatura era de nueve grados, mientras que, de vuelta a casa, en Le Teil, era de catorce grados.
NEPAL. Más del cuarenta por ciento de las mujeres de la provincia de Bagamati paren a sus hijos en casa sin asistencia médica.
Una expedición de rescate ha encontrado bajo dos metros de nieve los cadáveres de tres jóvenes excursionistas franceses. Thomas Arfi, Gabriel Miloche y Louis Pachoud desaparecieron el pasado 31 de octubre durante una tormenta cuando pretendían escalar las montañas Khangtega y Cholatse de 6.783 y 6.423 metros de altura respectivamente.
INDIA. Debido a esta misma tormenta de nieve se ha adelantado el cierre de la autopista (en realidad es una carretera normal y corriente) que va de Manali, en Himachal Pradesh, a Leh, en Ladakh, y no la reabrirán hasta el mes de mayo de 2022. La policía de la región ha advertido que es muy peligroso circular por aquella carretera del Himalaya, que en algunas partes alcanza los 5.800 metros de altitud (una vez pasé por allí en un “local bus”), y multará a quienes traten de hacerlo.
TAILANDIA. Debido a las anómalas condiciones atmosféricas que provocaron grandes nevadas en el Himalaya y que en el Sudeste Asiático tuvieron la forma de lluvias torrenciales, los vecindarios de Bangkok que se hallan junto a la orilla del río Chao Phraya sufrieron inundaciones cuando la pleamar alcanzó su máximo periódico de 1’33 metros. Otros distritos afectados por los que también pasa el mismo río fueron Bang Phlad, Samphanthawong, Yannawa, Thon Buri y Phra Khanong.
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Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.