HASTA PRONTO KONARAK. Toca cambiar de decorado, lo pide la naturaleza con la llegada de la primavera, y lo exige el sistema porque termina mi visado de seis meses. Preparo el equipaje pensando en todas las cosas que no tengo ni necesito: Dos maletas con ruedas, dos trajes, un esmoquin por si debo asistir a alguna recepción de la embajada española, cinco camisas, seis corbatas, el pijama, doce pares de calcetines, el botiquín, los medicamentos, el protector solar, las pastillas para dormir, el purificador de agua, las botas de montaña, las zapatillas deportivas, unos zapatos que me abran las puertas de los clubs más distinguidos, las playeras para ir a la piscina del hotel, la guía de viajes, y el certificado de las siete vacunas. ¡Ja!
A pesar de cuanto me gusta partir (sea de dónde sea), en esta ocasión lo haré sabiendo que echaré en falta el inmenso jardín de cashews por el que he estado paseando diariamente durante estos tres meses, pues difícilmente daré con una jungla tan limpia, confortable, solitaria, y libre del mínimo peligro o tan siquiera de zarzales (los perros deben opinar igual, ya que no hallarás ni una sola piedra en un montón de kilómetros a la redonda), con miles de mariquitas manteniendo limpias y hacendosas las hojas de los cashews (por lo general sólo hay una en cada hoja) mientras van creciendo los frutos (igual que los mangos, de los que cae una lluvia de frutitos bebé tirados por el viento). Aunque yo siga llamándolos “cashews”, y a sus frutos “cashew-nuts”, como hace todo el mundo en la india, me refiero al árbol “cajú” que los portugueses trajeron a Asia en 1568 desde Brasil, y cuyos frutos secos conocéis por el nombre de anacardo (debido a mi creciente senilidad, en una crónica anterior confundí este fruto seco con el arándano mejicano).
Sigamos. Esta mañana he madrugado un poco más, y como premio (a quien madruga…) me he cruzado con tres búhos inmensos que me han deleitado con sus vuelos. La información acerca de este jardincito no estaría completa si me olvidase de explicar que mi ropa ha terminado completamente manchada y para el arrastre debido a las resinas y demás jugos naturales que cosecho al moverme entre la espesura, manchas que no se van ni por Dios, como las que me llevé del Amazonas: ¡My tailor is rich.
Tal como hago tradicionalmente al irme de un sitio, me despediré de Konarak con un collage que os ayudará a grabar en vuestra memoria lo que no habéis visto personalmente.
De mañanita, y en el descampado que sirve como estación de autobuses (casi todos de compañías privadas), hay unos tipos que se dedican a limpiar los vehículos usando cubos de agua que rellenan en una fuente cercana; al mismo tiempo que éstos cuidan del aspecto exterior, un brahmán hace los propio purificando el interior celebrando la obligada “puja”, quemando incienso, y colgando una “mala” (guirnalda) de flores. Supongo que con tal servicio no necesitarán tener el autobús asegurado.
Uno de los gremios más numerosos es el de los obreros (casi siempre obreras…) que se dedican exclusivamente a transportar piedras o ladrillos sobre la cabeza; también llevan rocas en unas toscas parihuelas. ¿Podéis tratar de visualizarlo? En cuanto al salario que cobran, os diré como orientación que Shankar, el hombre de treinta y dos años y padre de familia que limpia mi habitación, cobra cuarenta y cinco euros mensuales y tiene un día semanal de fiesta.
Al imaginar las dos únicas calles de Konarak (cada una con cuatro carriles), no os olvidéis de incluir algo tan exótico y espectacular como lo son las luchas que se dan de vez en cuando entre los toros (sagrados, por supuesto), que empiezan como un juego entre dos y terminan reuniendo a todos los cornudos de los alrededores. Los comerciantes se libran de las vacas con un palo (rara vez lo usan, pues ellas entienden el mensaje y salen por piernas), y a los toros, que son unos pesados, les arrojan agua, ya que lo del palo les pone marchosos: “¿Vamos a jugar?”. Debido a alguna deformación genética, muchos nacen con una joroba extra, e incluso una quinta pierna.
Esos toros, con sus vacas y becerros, y también las cabras, se encargan de limpiar los restos de fruta y verdura del suelo, y comparten el espació con numerosas piaras de cerdos grandes, negros y peludos de los que no tengo claro si pertenecen a alguien. Igualmente imprescindibles en el collage de Konarak son los comercios callejeros de sandías, papayas y uvas, o los negocios dedicados a reparar bicicletas (unos chiringuitos de madera que miden cuatro metros cuadrados), que no paran de trabajar en todo el día porque la mayoría de gente sigue usando ese tipo de transporte.
Para terminar con el aspecto del bazar no podíamos olvidar las tiendas de sombreros, a cuál más ridículo, de los que algunos son parecidos a horrorosas pamelas, y otros los habrían llevado Julie Andrews en “Mary Poppins”, Frank Sinatra en “El Hombre del Brazo de Oro” (pero de color rojo) o John Wayne en “La Diligencia”
Absurdidades indostanas
UNAS CIFRAS
ESTO ES EL INDOSTAN. ¿Sabíais que la India es el primer importador mundial de armas, que los jóvenes indostanos son cada vez más parecidos a los occidentales en cuanto a la altura, la obesidad y la blandenguería, que las fronteras con Nepal y Bangladesh son auténticas autopistas abiertas por las que pasan continuamente manadas de vacas de contrabando, que en el ejército indio mueren más militares debido a fallos cardíacos o a la malaria que no a los frecuentes atentados de las guerrillas maoístas, que la polución del aire de Delhi ya supera a la de Pekín, y que en la India no se prohíbe hacer una cosa sino hacerla ante la persona que lo prohíbe, quien dará por sentado que el otro lo hará de todas maneras, como mentir, beber, fumar, jugar u holgazanear, o como los currantes de esta pensión controlando de lejos al jefe mientras fumamos maría?
Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.