DESTINO INESPERADO. Al “hablaros” en una de las últimas crónicas acerca de los viajes que hice en los años ochenta por diferentes países musulmanes (“Islamésicos”, que diría mi difunto amigo Flying Baba), recordé lo chocante, pero también cómico, que resultaba pasar en un santiamén de su generosa hospitalidad a la fórmula indostana del “Todo para mí”.
Al improvisar habitualmente mi recorrido sobre la marcha, tal tipo de situación no era premeditada; un buen ejemplo de ello fue cuando quise cruzar África desde Alejandría a Ciudad del Cabo, y tras recorrer el Cuerno del Nilo en el Sudán (donde no me dejaban tan siquiera pagar en los comercios), no pasé de Jartum debido, por una parte, a la guerra civil que había en el sur del país, y por otra al exorbitante precio que me cobraban para volar hasta Uganda porque el gobierno te cargaba con un impuesto especial y además te obligaba a pagar el importe del billete con un dinero que en el banco te habrían cambiado por un rédito ridículo: ¡Me darían cuatro en vez de los ocho legales, y en el mercado negro sacaba dieciséis! Tras hacer mentalmente unos pocos números, me dije, “Me saldrá más barato si doy un rodeo y llego a Kenya vía Bombay y Mauritius”.
El resultado fue parecido a un larguísimo maratón: Tren de vuelta a Wadi Halfa (dos días de trayecto más dos días de espera), barco hasta Aswan cruzando el Lago Nasser (veintiocho horas), tren al Cairo (doce horas), autobús hasta Alejandría, barco a Creta (veinticuatro horas), barco al Pireo (una noche), el visado indio conseguido en un entrar y salir (eran otros tiempos), y avión hasta Bombay, donde, en vez de completar el periplo planeado y volar con Air Mauritius para regresar a África por un precio inferior al de hacerlo desde Jartum a Cámpala, tomé un tren hacia Varanasi cuando hacía ya nueve días desde que empezase aquella loca carrera (estábamos a diciembre del año 1990). Después de recuperar fuerzas junto al Río Ganges, continué me viaje hacia oriente, y terminé en Puri, ciudad sagrada y turística por igual de la que salí corriendo al enterarme que a tan sólo treinta y tres kilómetros de distancia se hallaba un sitio llamado Konarak al que no iba nadie.
AMIGOS DEL ALMA. Tal como hago frecuentemente, he llenado prácticamente toda esta página para acabar diciendo: “Y en Konarak conocí al primer y único indio hindú que, debido a su generosidad y desprendimiento, se hubiese podido creer que provenía de una aldea nubia del Sudán”. Con su permiso, lo apodaré como “el amigo thakur”, pues esta es su casta, la de los guerreros, también llamada “shatriya”, y os lo presentaré debidamente. Es cinco años más joven que yo, o cinco años menos viejo, edad que no le salva de verse obligado a pedirle permiso a su mujer para venir a visitarme: “Transijo en que fumes un par de chíloms, pero nada de beber”. “Sí, querida”, dice él pensando en la petaca de “Doctor Brandy” que me encargó.
Proviene de una aldea que se encuentra a unos tres kilómetros de aquí, está cachas, tiene la piel pardo-oscura, y se va quedando paulatinamente calvo. Cuando era todavía un niño empezó a ganarse la vida vendiendo cocos a los peregrinos, y es analfabeto porque nunca fue a la escuela. Aunque quizás os pueda sorprender, esa “discapacidad cultural” (toma ya) no fue óbice (I like this word…) para que llegase a ser el líder político local (ahora lo ha dejado y no quiere hablar de ello), ni tampoco para que posea una mente privilegiada para los negocios.
¿Unos ejemplos? Abrió uno de los primeros estudios fotográficos y tiene a una cuarentena de fotógrafos trabajando para él. Contrata todos los años una de las parcelas (de un montón de hectáreas) de cashews que el gobierno subasta y tiene a seis currantes recolectando arándanos. Edificó ilegalmente su casa en la nueva parte comercial de Konarak y sobornó a quienes mandaba el gobierno para derruirla. Ha montado en el terreno adyacente un floreciente negocio en el que los peregrinos pueden aparcar sus autocares, cocinar, lavarse, y también dormir bajo techo, pero en el suelo. Aparte de todo esto, ahora se dedica al negocio de la leña.
Cuando llegué hace un mes me ofreció cama gratis como la última vez que estuve aquí, pero, debido al barullo constante de peregrinos y autocares, a los dos días me trasladé a la “Labanya Lodge”. Anteayer, mientras el amigo thakur jugaba amorosamente con sus nietos (pura adicción), nos reímos al comentar viejas juergas que incluían toda clase de drogas (legales e ilegales), y él me recordó: “En aquellos tiempos tú eras vegetariano y abstemio” (y estaba comprobando durante veintidós meses las “virtudes” del celibato). Efectivamente, solamente me dejé tentar de nuevo por la carne (tras veinte años) al residir en La Selva Negra.
Aparte del amigo thakur, también hubo otro responsable de que entonces me quedase tres meses en Konarak, y a éste, para guardar asimismo su anonimato, lo llamaré “el amigo brahmán”. Se mire por dónde se mire, es completamente distinto al amigo thakur porque, aparte de cargar sobre los hombros con toda la cultura brahmánica y limitarse a sobrevivir como puede con las donaciones que recibe haciendo de “pujari” (cura, monaguillo y sacristán con servicio a domicilio), es esmirriado, va de barbudo, está chupado como un fideo, viste siempre y exclusivamente un “dhoti” (una especie de lungui más sofisticado), y su aspecto es tan auténtico como para que apareciese en la televisión alemana en un reportaje sobre Konarak (lo contrataron de extra y creí alucinar al verle cuando yo estaba en la Selva Negra). Cosas del hinduismo: A pesar de ser brahmán y haber dejado de fumar maría, no le hace ascos a un chupito de ron ni a un cabrito asado; sin embargo, debido a que es “shivaíta”, no come pollo.
En aquella ocasión nuestro grupo se completó con la aparición en escena de un austriaco que había venido desde Viena en motocicleta e iba cargado de ácidos. Recuerdo que, cuando llegó, yo estaba en mi “lujosa” cabaña del áshram de los leprosos, y salí corriendo al oír el ruido de su BMW porque era completamente distinto al de las motocicletas indias.
¿UNAS CIFRAS?
MIRA LO QUE PIENSO
Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.