UN VALENCIANO, UNA CÁMARA, Y EL FANTASMA QUE CAMINA. Los encuentros con el amigo valenciano se dan siempre en distintos puntos del mapamundi; hace exactamente un año fue en Chiang Mai al norte de Tailandia, el pasado verano en la isla malaya de Kapas, en otoño estuvimos en el centro de la India, y ahora ha sido aquí en Hanoi (Hà Nôi), adonde ha venido desde Inglaterra trayendo una cámara “atómica” con el pecaminoso propósito de filmar un reportaje de Vietnam (Viêt Nam) en el que yo correré con el papel de actor y comentarista, alguien que, como es en realidad, recorre por primera vez este país: “Toma 12. Càmara. ¡Acción!”.
Al contrario que en otros lugares de esta parte del mundo, los vietnamitas no visten de blanco (la religión prácticamente no existe, y para el luto usan el negro: los ataúdes son rojos), y si mi presencia ya atraía la atención debido al color de mi ropa (y a mi gran atractivo físico…), ahora, al ver como el amigo valenciano me filma, me toman por una estrella de cine.
Me lo estoy pasando de coña porque, además, él me lleva de la mano a los sitios más emblemáticos de esta interesante ciudad que se conoce al dedillo porque la visitó varias veces con anterioridad (igual que el país, que recorrió en motocicleta); nos hemos pateado el Barrio Francés, los jardines que hay alrededor del lago Hoan Kiem, y los diferentes bazares especializados, aquí el de los plateros, allí el de los sastres, allá las zapaterías, y, cerquita de nuestro tranquilo hotel en la parte antigua, el de quienes trabajan el cuero, donde he podido reparar mi sufrida bolsa de viaje.
Mi guía también se preocupa de hacerme probar la comida más auténtica en los mejores restaurantes; ayer le tocó el turno al delicioso “bún chà”, y hoy me he relamido con el “cha ca”.
Igual que en la India, él se encarga de hacer las reservas de hoteles y transportes sin que yo tenga que preocuparme por nada. Rematando sus amables cuidados, trajo en su equipaje una botella de un ron guatemalteco de veintitrés años de la marca “Zacapa” que está divino.
Yo regresé desde Mai Châu en un autobús de lo más auténtico en el que el chófer aprovechó el recorrido para transportar y repartir paquetes, cajas de fruta, e incluso dinero; así que hicimos paradas en los sitios más inesperados donde ya éramos esperados (valga la…); también llevamos a dos pobres cabras a las que colocaron en una especie de soporte que había debajo del vehículo y no dejaron de lloriquear en todo el camino (130 km.: 3 horas).
Los paisajes fueron en todo momento una maravilla, y en las poblaciones había banderas rojas con la hoz y el martillo o la estrella dorada porque era el 30 de abril, o sea el “Día de la Victoria” en que los chicos de Ho Chi Minh expulsaron del país al ejército más poderoso de la Tierra en el año 1975: ¡A veces me cruzo con alguna de las víctimas deformes o faltadas de ojos que dejaron las malditas bombas químicas! ¡Qué vergüenza!
TRAZOS
ASIA. Aquí van unas cuantas cifras orientales:
YO. Debido a que a veces alguno de vosotros me recrimina que en estas crónicas no “hable” casi nunca acerca de mí mismo, hoy he decidido enmendarme, y os daré un poco la bronca. Empezaré confesando que, cuando faltan sólo unas pocas semanas para que cumpla la vertiginosa edad de sesenta y siete años, continúo “sufriendo” una alegría constante que me resulta insoportable porque no dejo de bromear y reír interiormente acerca de todo y en todo momento.
¿De salud? Sin dolores ni molestias. Supongo (y es sólo un suponer) que la marcha de las piernas no estará en armonía con los pulmones y el hígado, a los que he castigado sin compasión. Casi cada año, y siempre en otoño, me cruzo con alguien que me contagia un resfriado del que tardo en recuperarme completamente varios meses porque sigo sin acercarme a un médico o tomar fármacos; esto, por supuesto, me sucede en las ciudades o en algún abarrotado tren, y jamás en sitios como las Colinas Kumaon, Sauraha u Omkar: ¿Sabíais que en el Metro de Barcelona hay diez mil bacterias por metro cúbico?
También continúo deseando morir con las botas puestas (o, mejor dicho, las sandalias: ¡Ja!) mientras siga realmente vivo, y no quiero en manera alguna limitarme a sobrevivir un solo día como si fuese un vegetal (plantado en un sofá).
He ascendido de rango, y ahora los desconocidos ya no me llaman tío, sino abuelo.
Vivo intensamente el presente sin pensar en el futuro, y tampoco en el pasado porque correría el riesgo de perder mi paz mental.
La alegría que siento al despertar todos los días se halla directamente relacionada con lo que estoy escribiendo ya sean estas crónicas o las novelas a las que dedico el resto de la semana.
Retomando lo de vivir en el presente, añadiré que el placer de escribir para mí mismo es primordial (pues lo hago porque me gusta, y punto), y se jodería si le cediese este primer puesto al secundario pensando en los demás, o al tercero de la lista, como lo sería que me preocupase de si les iba a gustar, o al cuarto deseando editarlo, o al quinto soñando que recibiese una buena crítica, y luego, claro, vendría irremediablemente el sexto esperando que se vendiese: ¡A la mierda! ¡Ja!
Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.