La crónica cósmica

La crónica cósmica. La nación más poblada del mundo

Y TÚ, ¿QUÉ ERES? – Kumaon, Uttarakhand, India. Mis amigos indios me sorprenden frecuentemente contándome hechos o versiones de la mitología hindú que yo desconocía. El Señor Chacal lo hizo ayer hablándome de un tal Manu, que fue el primer hombre y el padre de toda la humanidad.

Bueno, además de ser el primero, también era el último, pues fue el único superviviente de una civilización anterior; la que destruyó un diluvio: el diluvio universal. ¿Os suena de algo?

En cuanto a los sucesos históricos también he escuchado distintas versiones. Una de ellas afirma que el sistema de castas, en un principio, no fue hereditario, sino que lo impusieron posteriormente los nómadas arios, cuando invadieron la India.

Hasta entonces cada individuo pertenecía a una casta determinada según su oficio: un maestro era brahmán, un guerrero sería thakur, y un comerciante, vaisia. O sea que coincidía con mi opinión de que somos lo que hacemos (y vivimos lo que sentimos).

Mi amigo el Señor Lobo y su mujer pertenecen a la casta brahmán, pero, gracias a su cultura y mundología, pasan mucho del sistema de castas y no les importa que los sirvientes que tienen en casa sean de casta baja.

Sin embargo, su tolerante costumbre trae consigo un efecto colateral, pues es habitual que algunas de las visitas de casta alta que reciben, se nieguen tan siquiera a tomar un vaso de agua, y por supuesto no van a comer nada, al saber que quien se halla en la cocina pertenece a una casta inferior.

Valga recordar que los cocineros y los empleados de los buenos restaurantes tradicionales son siempre brahmanes.

Aquí va una muestra de la adicción que tienen los indios al sistema de castas: los cristianos de Kerala se consideran por encima de las demás comunidades cristianas de la India porque fueron los primeros en convertirse al cristianismo, allá por el año 52, cuando el apóstol Tomás se dejó caer por aquí.

Cerraré este espacio repitiendo, por enésima vez, que el sistema de castas me parece tan inhumano y primitivo como las corridas de toros.

UNAS CIFRAS – En 2022 se estimaba que la India tenía una población que superaba los 1.425 millones de habitantes y era la nación más poblada del mundo. Ya que acabo de referirme al cristianismo, os diré que en este país de mis amores hay 18’5 millones de cristianos. Los obesos ya suman 80 millones. (Un gordo me dijo que los gordos le caían gordos).

Durante 2024, los desastres naturales provocaron la muerte de 3.080 indios; a 329 de ellos se los cargaron los rayos; ayer mismo murieron de esa forma ocho personas en la ciudad de Jaunpur, en el estado de Uttar Pradesh.

En 2011 había en la India 400 millones de analfabetos. En ese mismo año, 60 millones de campesinos emigraron a las ciudades, donde actualmente se concentra el 50% de la población.

Aquí, en el estado de Uttarakhand, 38 alumnos, para asistir al instituto de Bageshwar, tienen que recorrer diariamente 14 kilómetros por una densa jungla donde habitan distintas razas de panteras.

MIGRACIONES – Una familia de diez elefantes recorrió más de cien kilómetros, desde las Colinas Kumaon hasta el Parque Nacional de Kalesar, en el estado de Haryana.

Pero esa distancia se queda en nada si la comparamos con los veinte mil kilómetros que recorren los pequeños halcones Amur (Falco Amurentis) cuando, en abril, migran desde Botswana, en África, hasta la región rusa de Amur, haciendo una parada en el estado indio de Manipur. Estas marchosas aves tienen el tamaño de las palomas y se alimentan con termitas.

Durante el febrero pasado, más de seiscientas mil tortugas Olive Ridley desovaron en las playas de Gahirmatha, en el estado indio de Orissa; su número se había duplicado desde el año anterior gracias al cuidado de los ecologistas y a la ayuda del gobierno local.

En la playa de Ganjaman, también en Orissa, desovaron setecientas mil tortugas de la misma raza. Una tortuga Olive Ridley bautizada con el número 03233 desovó en Orissa, en 2021, y en 2025 lo hizo en Maharashtra, en la costa occidental de la India, después de circunvalar Sri Lanka.

PASO A PASO – Pisco, Perú, otoño de 1988. Continúa de la crónica anterior. Por la mañana, seguí al británico Simon hasta el puerto de Pisco. Embarcamos en una lancha que partió mar adentro sin que, por el momento, yo supiese adónde íbamos. Mientras nos alejábamos de la costa, la niebla matutina se tragó las colinas y las primeras “Líneas” del desierto de Nazca que veíamos.

La corriente de “El Niño” traía con ella un aire helado. Tras media hora de navegación empezamos a distinguir, por encima de la neblina, unas cumbres rocosas que, debido a su blancura, parecían estar recubiertas de nieve. “Son las Islas Ballestas”, me comunicó Simon; “y su color se debe al guano que las cubre, o sea a la mierda de millones de pájaros marinos. Ahora limítate a oler y escuchar”.

Como una bofetada, de pronto llegó hasta nosotros un hedor fétido, al que acompañaba el increíble barullo provocado por una multitud desconocida. Entonces la neblina desapareció y vimos las costas de las Islas Ballestas abarrotadas por una inconmensurable cantidad de focas.

“Son lobos marinos”, me explicó Simon; “a mí me parece más acertada la denominación inglesa de leones marinos, ya que, como puedes ver, los machos, debido a sus melenas, dientes y tamaño, parecen realmente leones; y te aseguro que, a pesar de parecer patosos, si van tras de ti se pueden desplazar muy ágilmente”.

Se veían por todos lados, sobre cada roca y en cada cueva, persiguiéndose, jugando, y peleándose. Todos parecían gritar y gruñir al mismo tiempo. “No les gusta el contacto físico˝, comentó Simon, ˝y, claro, al haberlos a miles, están todo el rato quejándose cada vez que algún primo les roza o pasa por encima”.

Al poderlos observar perfectamente gracias a la cercanía, comenté: “Parecen ser dos animales absolutamente distintos si se encuentran en tierra o dentro del mar; ya que, en cuanto se sumergen, se convierten en ágiles acróbatas capaces de jugar con las olas más fuertes”.

“Este es su reino”, me explicó Simon. “Afortunadamente las Islas Ballestas han sido declaradas parque nacional. Los turistas venimos a tocarles un poco las narices con nuestra presencia, con las cámaras y los motores de las barcas, pero a nadie le está permitido poner pie en tierra”.

El espectáculo no se limitaba al mar y la costa, ya que el espacio se hallaba cubierto por miles de aves marinas de muchas razas, formas y colores distintos; aves que graznaban, armaban barullo y planeaban jugando con el aire. Entre ellas había cormoranes, patos, gaviotas, águilas y, sobre todo, pelícanos de majestuoso vuelo que, marchando en fila, volaban pegados a las crestas de las olas.

“Toda esta maravilla natural se la debemos, única y exclusivamente, a la corriente de «El Niño»”, siguió contándome Simon, “que con sus heladas aguas antárticas, cargadas del mejor plancton, atrae a los bancos de peces pequeños, tras los que van los medianos, y persiguiendo a éstos, vienen los grandes, además de los lobos y los osos marinos y, por supuesto, todas estas aves. Al final de la cadena llegan las grandes artistas, en cuanto a pescar focas se refiere, las orcas”. Continuará.

MIRA LO QUE PREGUNTO

  • ¿Por qué se consideran de mala educación unos placeres tan satisfactorios como bostezar, estornudar, desperezarse o pedorrear?
  • ¿Por qué los automóviles no disponen de un martillo como los de los autocares y los trenes para romper los cristales de las ventanillas automáticas en caso de accidente o avería?
  • ¿No es así que los jóvenes se hallan en el prólogo de la vida y los viejos en el epílogo?
  • ¿A qué se deberá que los humanos seamos tan aficionados a culpar y castigar, y que si algo nos sale mal, busquemos a quien acusar, por ejemplo a nuestra pareja, y que nos quedemos callados cuando descubrimos que éramos nosotros los responsables del desaguisado de turno?
  • ¿Es la soledad sinónimo de libertad, sobre todo para hacer locuras y jilipolladas? Miguel Hernández escribió: “Yo nada más soy yo cuando estoy solo”.

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba