DE UN EXTREMO A OTRO. He pasado en un santiamén de la limpieza y el orden a la suciedad y el caos, de la riqueza a la pobreza, de unas calles y unas carreteras con un asfalto impecable a otras que están llenas de baches, de unas temperaturas que pocas veces descendían de los treinta grados a las que de mañanita no pasan de cinco, de ducharme con agua que siempre me resultaba demasiado cálida a hacerlo con una que está helada, de sudar continuamente a verme obligado a usar el equipo invernal de emergencia y dormir bajo un grueso edredón.
En fin, de la malaya Malaca he pasado a la nepalesa Katmandú. Bueno, en realidad ese supuesto santiamén fueron las cuatro horas que duró el vuelo de la compañía Malindo entre un país y otro; un vuelo que me costó ciento veinte euros e incluyó un sabroso biriyani de pollo. También fueron extraordinariamente preciosas las vistas, pues el recorrido empezó paseándome por encima de docenas de islas tropicales de distintos tamaños, todas vestidas de verde y la mayoría deshabitas, con idílicas playas y aguas de color turquesa, y terminó con la siempre impresionante cordillera del Himalaya asomando por encima de las nubes que cubrían el Nepal.
Ese largo día comenzó a las cinco de la madrugada cuando partí de Malaca para dirigirme al aeropuerto de Kuala Lumpur en un coche Grab (versión asiática de Uber: ¿los taxistas clásicos pasarán a ser historia rápidamente como tantos otros oficios?). Fueron dos horas de viaje que me costaron cuarenta euros, pero me ahorraron tener que pasar la noche en alguna de las costosas pensiones de la capital.
El chófer, que era el mismo que me había recogido en la estación de autobuses diez días antes, cuando llegué a Malaca, demostró pertenecer al gremio de la gente puntual (como yo) presentándose en mi pensión con quince minutos de antelación. En teoría yo no podría conectar con ese tipo de transporte porque sigo sin tener un teléfono, pero, como todo el mundo lo tiene, en las pocas ocasiones en que lo necesito, en los restaurantes o los hoteles me echan una mano encantados.
Es el mismo caso de los relojes, de los que nunca he llevado uno en la muñeca porque los hay en todos lados. Umm, esto último debería haberlo escrito en tiempo pasado, porque actualmente cada vez se ven menos relojes públicos. Acerca de los teléfonos, aunque era lógico que, al tener todo dios su móvil, desapareciesen las cabinas telefónicas, me parece vergonzoso que las riquísimas compañías telefónicas no se hayan molestado en retirarlas y las hayan dejado abandonadas en las calles, sucias e inservibles, como una muestra de un pasado que ya no existe, pero también como prueba de su falta de escrúpulos. Umm, me he ido por las ramas.
Volvamos al Nepal, país al que ya podría denominar mi hogar porque es donde he permanecido más tiempo durante la última década, y al que ahora regresaba tras haber estado ausente un año y medio.
El siempre caótico aeropuerto de Katmandú está considerado uno de los peores del mundo. Sin embargo, eso sí, dispone de una habitación para que las madres den de mamar a sus bebes: “Breast Feeding Room”. ¡Ja! A pesar de que ahora han instalado unos ordenadores para solucionar con mayor rapidez los trámites del visado (siguen teniendo el mismo precio: 100$ por tres meses), en mi caso, debido a ciertos problemas tecnológicos que tuvo el funcionario de turno, fue todo lo contrario, pues tardó media hora en resolverlo.
Al conocerme el percal, salí de la terminal haciendo oídos sordos a los taxistas que me ofrecían sus servicios por setecientas rupias, y en cuanto llegué a la calle conseguí uno que me llevase al centro de la ciudad por sólo cuatrocientas (euro: 128 rupias nepalesas).
Mientras me dirigía hacia Freak Street entre el caótico tráfico habitual, advertí que al fin, con tres años y medio de retraso, han empezado la reconstrucción de los monumentos y pagodas que se vinieron abajo con el terremoto. También han terminado de derruir los edificios dañados y están construyendo otros nuevos en su lugar. Con ello se podría decir que toda la parte antigua de la capital se halla en obras, puesto que, además, están desenterrando las cloacas que se rompieron y algunas de las calles tienen el aspecto de trincheras entre las que has de saltar.
Todo esto no es óbice para que me sienta a gusto y que haya decidido pasar unos días aquí antes de descender hacia mi sitio predilecto del Nepal: Chitwán.
MEMORIAS MALAYAS
¡Rediós, he ensuciado tres páginas sin darme cuenta, y todavía me queda un montón de cosas “importantes” en el tintero! ¡Ay, qué palique, ay, qué palique que tenía el tío!
MIRA LO QUE PIENSO
Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.