ELLA LO TIENE TODO. Me refiero a Malaca (también llamada Melaka), la histórica ciudad malaya que se halla en la costa del Mar de Andamán y en el Estrecho de Malaca. Planeé pasar unos días en ella al ver una foto de la parte antigua del barrio River Side, donde el Río Melaka serpentea entre casas de una o dos plantas que parecen haber estado aquí desde hace una eternidad. Sin embargo, cuando el taxi me dejó en China Town no me quedó la menor duda de que me encontraba en un sitio muy especial y decidí quedarme hasta el día que me vaya de Malasia.
Además, Malaca está a menos de dos horas del aeropuerto de Kuala Lumpur, al que podré ir directamente.
Los amables propietarios de la Park Lodge de Kuala Tahan, en que me hospedé las últimas semanas, influyeron en todo ello al cerrar temporalmente la pensión para asistir a una reunión familiar, pues no sólo me trajeron en su coche una buena parte del camino, sino que, al saber que ese día empezaban unas vacaciones escolares y que todos los autocares estarían llenos, me compraron con antelación el tique que después se negaron a cobrarme. ¡Rediós, qué encanto de personas!
Podría comparar el placer que siento al llegar a cualquier lugar del que no tengo la mínima información, con el de leer un buen libro del que no sepa más que el título (¡Jamás echo una mirada a la sinopsis, pues me arruinaría la fiesta!). O por lo menos es así si tal sitio vale la pena, y no una mierda como me ha sucedido más de una vez. Umm, en el caso de Malaca no iba tan a ciegas, pues también sabía que la Unesco la había declarado Patrimonio de la Humanidad. Pero esto, claro, comporta un problema distinto: el de “la turisma”, especie de animal que siente especial atracción por los destinos excepcionales.
Afortunadamente, a quien madruga Dios lo ayuda, y yo, tras comprobar que en Malaca hace un calor que te cagas (mucho más que en Taman Negara), recorro sus solitarias callejuelas de madrugada mientras los turistas siguen roncando en la cama.
Con lo del calor, no exagero. Sirva como prueba que, saltándome mis normas habituales, decidí hospedarme en una habitación con a/c al advertir que seguía sudando a pesar de poner el ventilador del techo a toda hostia. La pensión, que es centenaria y tiene las vigas y el suelo de madera, se llama Voyage Home, y se halla a corta distancia del Río Melaka, así que no me veo obligado a patearme grandes distancias ni tomar autobuses.
En realidad, en esta parte antigua de la ciudad, lo tienes todo a mano. La calle, estrecha y con poco tráfico, es la Jalan Tukang Besi, o Calle del Herrero (hay uno reviejo frente a esta pensión), aunque es más conocida como la Calle de la Armonía. Casi todas las casitas son antiguas y, para un amante de la arquitectura como yo, cada una exige unos momentos de atención. Entre ellas se encuentra el templo budista chino de Cheng Hoon Teng, que fue edificado en el año 1600, y la asimismo antigua mezquita de Kampung Kling. También está el “mandir” hindú Sri Poyyatha Vinayagar Moorthi, del año 1781, al que, como primer paso en mis paseos de mañanita, entro a saludar al Dios Shiva. ¡Bhole Nath!
Después regreso por donde he venido y, tras cruzar el río, trepo la Colina de San Pablo, donde los portugueses edificaron en el año 1553 la iglesia de “Nossa Senhora do Monte” (actualmente en ruinas). Desde la cumbre, bajo unos árboles centenarios, se ve toda la parte antigua de la ciudad y el mar, donde hay algunos barcos anclados a corta distancia de la costa. El camino de vuelta lo hago por la ladera contraria de la colina, entre las tumbas del cementerio holandés. Termino mi paseíto tomando un “kopi” (café) en un restaurante indio que abre a tan temprana hora.
Umm, quizás valga la pena recordar que los portugueses gobernaron Malaca entre los años 1511 y 1641; entonces los echaron y les sucedieron en el mando los holandeses, que cortaron el bacalao hasta el 1824, en que aparecieron en escena los británicos, quienes, a excepción del tiempo en que los japoneses estuvieron aquí durante la Segunda Guerra Mundial (1942-1945), se quedaron hasta el 1957, año en que Malasia se independizó. Entre la amplia colección de edificios históricos por los que paso durante mi paseo, se encuentra el “Stadthuys” holandés del año 1650, que antes sería una especie de ayuntamiento y ahora es un museo al que fui ayer; están también la “Christ Church, de 1753, y la “Saint Francis Xavier´s Church” de 1856, puesto que ese trotamundos llamado San Francisco Javier cruzó por aquí antes de ir a la China.
Tal como es habitual, pero en Malaca con más razón, yo permanezco el resto del día en mi habitación, ya sea tecleando, leyendo o viendo alguna peli. A menos que el cielo se cubra de nubes, no vuelvo a salir a la calle hasta que se pone el Sol. Entonces, después de dar una vuelta por el malecón que bordea las dos orillas del Río Melaka (de unos diez metros de ancho), me tomo las obligadas cervezas “Tiger” en el establecimiento de una campechana mujer tamil, que se halla junto al cauce. Mientras contemplo los reflejos de las farolas en las turbias aguas del río escuchando de fondo la algarabía de los cientos de pájaros que se disputan las mejores ramas para dormir (sobre todo cuervos y myna), observo la gente que pasa. Los hay de todas las razas, pues, aparte de “la turisma”, es el sitio preferido de la población multirracial de la ciudad para pasear; una actividad cuyos saludables frutos te recuerdan con letreros en los que consta: “Walking Improves Insomnia”. “Walking Wards Off Diabetes”.
Pondré punto final a esta larga parrafada acerca de Malaca mencionando dos de sus peculiaridades. La primera es la calle llamada “Jonker Walk”, paralela a la Calle de la Armonía, en la que hay tal cantidad de comercios dedicados a la venta de antigüedades como para que, según dicen, sea considerada el mayor centro mundial de los anticuarios. La otra peculiaridad es una aberración estética que alcanza el nivel de cómica: me refiero a unos ciclotaxis o ricchós que están decorados con feísimos amasijos de flores y muñecos de plástico de colores chillones a los que iluminan con docenas de bombillas. Para evitar la menor posibilidad de que no te fijes en ellos, llevan unos ruidosos equipos estéreo en los que, por supuesto, suenan unas músicas para mí impresentables.
ESTO ES ASIA
MIRA LO QUE PIENSO
Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.