MONZONES, CHUBASCOS Y CHUBASQUEROS. Supongo que habréis leído la noticia acerca de la presa “Xe Plan-Xe Namnoy”, que se vino abajo en el sur de Laos, cerca de la frontera camboyana, llevándose por delante varias aldeas y acabando con muchas vidas. Según una información de última hora, se pudo evacuar a bastante gente y evitar que el daño fuese mayor gracias a que los responsables de la presa descubrieron el día antes que la cosa iba mal. El título de todos los noticiarios, ya sean laosianos, vietnamitas o tailandeses, es: “¡Lluvias torrenciales!”.
Aquí en Luang Prabang, en el norte del país, estuvo lloviendo imparablemente durante tres días en los que he visto como subía el nivel del río Mekong al mismo tiempo que aumentaba la velocidad de su cauce, espectáculo que incluye los grandes árboles y toda clase de deshechos que arrastra la corriente.
Al pensar en lo peligrosa que será la navegación en esas condiciones, recordé la excitante aventura que significó despegar del Amazonas en un hidroavión ganando velocidad entre docenas de troncos que venían en sentido contrario. Umm, quizás sea necesario explicaros que ese “riachuelo” va segando continuamente la costa de sus orillas provocando avalanchas que arrastran árboles con ellas.
Otro símil entre ambos ríos, el Amazonas y el Mekong, es la forma en que la llegada de una tormenta se traga los paisajes; y anteayer, mientras tomaba la obligada “Beerlao” del atardecer, la otra orilla del río desapareció tras el espeso manto del chubasco (me recordó las veces en que, en la Selva Negra, anduve por el bosque con nieve virgen hasta las rodillas, mientras nevaba tanto como para verlo todo blanco y resultar difícil orientarme). Esto sucedió muchas tardes mientras estuve navegando por el Amazonas, y acojonaba ver acercarse tras el barco aquella oscuridad que lo cubría todo.
En el pasado gocé diferentes facetas de los monzones. El verbo “gozar” es el apropiado, pues me gustan mucho, entre otras razones porque la reacción de la naturaleza es tan maravillosa como para calificarla de milagro. Yo broto, tú brotas, él brota. La tierra se cubre con miles de flores entre las que aparecen diariamente otras distintas, las rocas se visten con el color verde del moho y el tronco más pelado resplandece con las orquídeas.
Claro que, de hallarme en alguna montaña, a veces he pasado días y más días entre las nubes sin verme la punta de la nariz. Y no olvidemos la parte luminotécnica del espectáculo, con unos rayos tan continuados como para parecer los flashes de una discoteca.
Umm, sigamos con el presente: Hubo inundaciones en Chiang Mai y en Chiang Rai, en el norte de Tailandia, y también en mi amada Kanchanaburi, donde las autoridades han advertido a la población que la presa que hay en el Río Kwai, poco antes de este pueblo, se hallaba a rebosar; situación similar a la del Río Mae Klong, que también está a punto de desbordarse.
Cuando el amigo beréber se disponía a venir hacia Luang Prabang descendiendo desde la frontera tailandesa por el Río Mekong en una de las finas y muy largas embarcaciones locales parecidas a agujas que cortan el cauce, le recomendé que se comprase uno de los ligeros chubasqueros que te cubren de pies a cabeza, y con ello evitó terminar chorreando como los otros turistas (él, un extranjero, me aclaró, ¡Ja!, que la palabra chubasquero venía de chubasco).
Sin embargo, yo no tengo ninguno, y tampoco el imprescindible paraguas, pues me gusta jugar a adivinar lo que se avecina, por ejemplo esta mañana, tratando de dar un paseíto y lograr regresar a “casa” justo antes del siguiente chaparrón. Pero anteayer, ¡Ja!, no acertamos y nos desternillamos a gusto mientras nos caían encima toneladas de agua.
¡Qué agradable es estar sentado tranquilamente en el porche viendo llover! En uno de esos días en que la lluvia no se había tomado el menor descanso (en la Selva Negra habrían dicho: “Hoy sólo ha llovido una vez”), me reí a gusto cuando la única turista occidental de la “Pensión Thephavong” me soltó el típico comentario social: “It’s raining, isn’t it?”. ¡Ja!
TRAZANDO TRAZOS
EN LA TABERNA GALÁCTICA. Entré en mi antro favorito justo a tiempo de escuchar lo que contaba una napolitana de unos cuarenta años que me recordó ligeramente a Sofía Loren, quien estaba diciendo: “Yo trabajaba como secretaria personal para un importante empresario, y frecuentemente tenía que transportar y entregar grandes cantidades de dinero o documentos comprometedores. Siempre iba acompañada de un chófer que también era maestro en diferentes artes marciales y un guardaespaldas muy efectivo. En una ocasión, mientras circulábamos por una carretera solitaria llevando un maletín lleno de billetes de banco, nos cortaron el paso dos automóviles en los que iban unos matones armados. A pesar de que yo ya había pasado por situaciones parecidas, me cagué de miedo, y no hubiese sido buena para nada. Por suerte el chófer era de otro talante, y yo, al ver lo que sucedió, creí que alucinaba, porque no se inmutó y, en vez de defenderse, atacó. Sin soltar el pedal del gas ni apartarse de su camino, mandó al primer automóvil fuera del asfalto dando vueltas de campana hasta una hondonada, y el otro recibió un trato parecido. ¡Ja, el muy hijo de puta ni tan siquiera había cambiado de cara!”.
MIRA LO QUE LEO
Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.