La crónica cósmica. Le Livre du Cannabis

No sé si os preguntaréis a veces con qué tonterías voy a conseguir llenar las tres páginas de estas crónicas; yo sí lo hago, pues, como ahorita mismo, cuando tomo asiento frente a la máquina de escribir (creo que al bautizar a tan importante herramienta con tal nombre nos quedamos un poco cortos de imaginación poética como le sucede frecuentemente a la lengua inglesa) lo hago sin ideas, aunque con el deseo compulsivo de empezar a teclear; y entonces, igual que si hubiese abierto un grifo, contemplo atónito como van manando palabras y más palabras que, alcanzando ya el colmo del asombro, en ciertas ocasiones incluso tienen algún sentido.

Hace unos días, en la casa del amigo occitano, estuve viendo la película “Hammet” que Wim Wenders dedicó a ese escritor norteamericano; al principio de ésta Hammet pierde en la calle el manuscrito de la última novela que ha terminado, y cuando un amigo le pregunta, “¿Y qué harás?”, él responde tranquilamente, “Escribiré otra mejor”. ¡Ja! Al comparar su caso con el de los autores que escriben un único libro en toda la vida, pensé en la reacción de las gacelas de las sabanas africanas que observan con pesar, pero sin desfallecer por ello, como un león se come a su hijito, pues saben que pasado mañana van a parir de nuevo, y punto. En otra escena genial de la película, al entrar Hammet en su casa y descubrir que ha sido allanada, tras dar una mirada a los destrozos, con los muebles tumbados, los cristales rotos y los colchones rajados, se dirige rápidamente a la maquina de escribir, que se halla en el suelo, la recoge amorosamente y, haciendo abstracción del caos general, sonríe aliviado al comprobar que funciona perfectamente. Wenders tampoco se olvidó de mostrar el funcionamiento de la fantasiosa imaginación del escritor, que recibe impulsos creativos de cuanto sucede a su alrededor (como les ocurre a la mayoría de artistas), e incluso lo hace mientras permanece encerrado en una celda. Al darle los buenos días a mi parte espiritual (Jesusito de mi vida, que eres niño como yo…) le pido al cosmos que cuide de mi imaginación y de mis piernas, pues si algún día me faltaran preferiría dedicarme exclusivamente a criar malvas.

Aprovechando que he empezado esta crónica con el tema literario, os recomendaré un libro muy interesante (que difícilmente encontraréis) titulado, “Le Livre du Cannabis”; sus autores fueron los señores Tigrane Hadengue, Hugo Verlomme, y Michka (editorial Georg, 1999, ISBN 2 – 8257 – 0620 – 5). Tal como habréis supuesto, pues sois así de listos, está totalmente dedicado al cannabis; sin embargo no se trata de otro curso intensivo acerca de su cultivo, sino que es un vademécum (esperaba ansiosamente la oportunidad de escribir tal palabrón…) dedicado a su cultura, y a la presencia e influencia que ha tenido en la historia de la humanidad, del que me limitaré a apuntaros cuatro datos (se escuchan suspiros de alivio entre el auditorio).

Según dicen, inicialmente hubo dos escuelas, una en Asia Central, en Afganistán y China, y la otra en el Indostán, especialmente en Cachemira, Nepal y Bengala (esto confirmaría las leyendas asegurando que el Himalaya (desde Afganistán hasta Tailandia) estuvo siempre cubierto de maría). Los primeros “camellos” fueron los comerciantes fenicios que, tras traerla desde Asia, la estuvieron vendiendo por los países mediterráneos. Está documentado que se consumía entre los mongoles, los egipcios, los sufíes, e incluso señores tan respetables como Zoroastro y Buda se tomaban al atardecer un poco de la crema llamada “bhang” que tanto sigue gustando los indostanos.

También se asegura que Moisés recibió la Iluminación y Las Tablas de la Ley mientras llevaba un pedo de cuidado (al analizar los restos momificados de una tumba cercana al Mar Muerto encontraron pruebas de que el difunto había consumido cáñamo, caso parecido al de una momia peruana que era adicta al tabaco (bueno, la momia quizás no…)). Completando esta interesante información, los autores también se atreven a suponer que los Reyes Magos iban del mismo palo y veían cometas por todos lados.

Entre la extensa cofradía de autores aficionados oficialmente a la maría citan a Norman Mailer, John Fante, Alan Wats, Hunter S. Thompson, André Malraux, Leary, Gingsber, Burroughs, Bowles, Kerouac, Nietzsche, Baudelaire, Flaubert y Dumas, y también a George Sand y Louis Armstrong. Tolstoi fue asimismo un fumeta hasta que le dio la vena de la renuncia y la purificación (se apartó del sexo cuando ya tenía doce hijos; yo habría hecho lo mismo…).

Descubres tus adicciones al renunciar a todo, y conoces tus debilidades mentales al hacer meditación y tratar de detener tus pensamientos; es entonces cuando aprendes a controlar tu mente. El primer papanatas que se empeñó en acabar con el consumo de la maría (en plan Reagan) fue el emperador romano Teodosio, quien en el año 375 (o sea que debía ser cristiano) la prohibió e impuso la pena de muerte a los que la cultivaran, vendieran o consumieran. Alegría, alegría.

Ya estoy de vuelta en Celtiberia. En esta ocasión empecé el viaje en un autocar que visitó todas las estaciones ferroviarias de la comarca del Drom, y tardó dos horas y media en recorrer los ochenta kilómetros que separaban Montelimar de Aviñón; la pura realidad es que, al tratarse en la mayoría de los casos de unos pueblos antiguos y encantadores, me lo pasé en grande. Además hice un poco de cultura. En cierta población había una placa de mármol que recordaba la heroicidad de sus habitantes cuando, arriesgando sus vidas, alimentaron y dieron de beber a los “pasajeros” del denominado “Tren Fantasma”; en éste viajaban setecientos deportados con destino a los campos de exterminio nazis que, debido al avance de los Ejércitos Aliados y a los ataques de La Resistencia, estuvo dando vueltas de un lado a otro durante cuarenta y cinco días.

Igual que al venir, fui de Aviñón a Nimes en un tren de cercanías, y allí tomé uno de alta velocidad con el que crucé la frontera. Debido a que el viaje no tuvo más historia, me limitaré a comentar que el récord de estos ferrocarriles lo establecieron en el año 2007 al alcanzar los 540 kilómetros por hora (supongo que sin pasajeros ni curvas de por medio…). Confesaré que, aparte de cuanto me gusta la velocidad (sobre todo si yo llevo el volante y voy solo), me sentí “incómodo” viajando a trescientos kilómetros por hora en un vagón abarrotado de turistas (¿a quién se le ocurre salir de casa durante el mes de agosto?).

Celebramos el regreso del occitano con una divertida reunión social nocturna en la que consumimos productos marroquíes, brasileños, colombianos y cubanos. Me contó que en esta ocasión, y debido a la razia que llevasen a cabo cientos de policías la última vez, el festival de música húngaro (al que va todos los años) no incluyó el espectacular y descarado mercado en el que se vendían toda clase de plantas y fármacos ilegales; sin embargo esto no fue óbice para que el servicio de puerta a puerta funcionase de maravilla y los viciosos pudiesen adquirir cuanto deseasen. Para dar una pequeña idea acerca del tipo de sitio en que se celebra tal evento, os diré se halla junto a un lago y entre grandes bosques en los que todo el mundo acampa su aire, y que el occitano debía andar más de un kilómetro desde donde tenía aparcada la furgoneta para llegar al centro neurálgico en el que se hallaban la mayoría de escenarios, restaurantes y tienditas. Otro detalle: la música continuaba imparablemente durante veintitrés horas diarias. Se trajo como recuerdo un chílom (pipa cilíndrica original de la India) electrónico ¡Viva la tecnología!

Me sorprende que entre los diferentes alimentos de Celtiberia no se hallen las deliciosas cremas de aceituna, castaña, atún o sardina que tan bien preparan nuestros vecinos portugueses y franceses.

Ya os conté anteriormente que yo creía “ver” más acerca de una persona observando su boca que no dentro de sus ojos como hacen los asiáticos, y si fuese un fotógrafo organizaría una exposición en la que se mostrasen los diferentes tipos de bocas con las que me cruzo por los bazares del mundo. De la misma manera que es raro hallar un cantante que no tenga la boca adecuada (en el caso de los veteranos alcanzando un gran parecido con uno de los antiguos altavoces), hay bocas que están naturalmente preparadas para morder, y hay bocas para besar, para engañar, alegrar o hipnotizar, bocas generosas, bocas tolerantes o fanáticas, bocas amorosas u odiosas, etcétera. Y si dais con una boca en la que no creáis adivinar nada, será porque lleva una máscara tras la que alguna sanguijuela pretende esconder su vacío interior, sino sus peores y vergonzosas intenciones.

Sea cual sea el sitio, siempre parto sin desear regresar.

Momentos inolvidables: Nadando de mañanita por encima de los arrecifes de coral del Mar de Arabia junto con una familia de delfines.

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
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Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

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