La crónica cósmica. A veces lo he hecho colocado de ácido

En la última crónica terminé mi viaje en Bhubaneshwar, en el estado de Orissa, y quienes habéis estado por estas tierras (como el amigo occitano, que me ha amenazado con pasarse por aquí en cuanto regrese del Japón) supongo que adivinasteis cuál era mi destino, ¿verdad? Se halla junto al Golfo de Bengala y su nombre es Konarak (Konark), sitio al que vine por primera vez hace veinticuatro años y me quedé tres meses a pesar de que en aquella época iba a mil por hora (¡Corre, corre, no pares!).

Konarak es único por diferentes razones. La primera, claro, es el impresionante “Templo del Sol”, llamado también “La Pagoda Negra”, que nunca fue negra, sino más bien dorada, pero ahora la están lavando y puliendo dejándola desnatadamente blanca. Es una mole de piedra labrada con esculturas eróticas que tiene la forma de un gran carruaje tirado por cuatro caballos, con veinticuatro ruedas llenas de símbolos astrológicos y el Dios Surya llevando las riendas. Cuando fue edificado hace ochocientos años por un rey que se curó de la lepra al darse un garbeo por aquí, se hallaba junto a la costa; pero, debido a que el mar se ha retirado, ahora debes andar tres kilómetros para llegar a la playa.

La otra razón por la que Konarak es peculiar tiene que ver con la topografía: En la época que los británicos aparecieron en escena se encontraron con una inmensa llanura de arena que era asolada e inundada frecuentemente por los ciclones otoñales, y decidieron solucionar el problema plantando los árboles adecuados. Al ser unos chicos listos acertaron plenamente escogiendo a los “cashew” (de hoja perenne y de cuyos frutos salen los arándanos), porque, aparte de ser capaces de sobrevivir en un terreno tan pobre, en vez de crecer hacia arriba, lo hacen acostándose perezosamente y agarrándose al suelo protegiéndolo. El resultado de tan genial idea es actualmente un inmenso jardín (miles de hectáreas) por el que un servidor se pierde a gusto andando descalzo sobre la acogedora arena sin hallar una sola piedra ni encontrar un alma o la mínima muestra de basura. Avanzo haciendo eses obligado por las formas más o menos circulares de los “cashew”, y muchas veces tengo que regresar sobre mis pasos al terminar en un “cul-de-sac”.

Gracias a los dos ríos que desembocan cerca de aquí, el subsuelo está lleno de agua dulce, y los del Servicio Forestal, para echar una mano a la población animal, han creado docenas de lagunas y charcas con tan sólo excavar un par de metros. En cuanto a la fauna, y de no fijarte en las huellas que dejan sobre la arena (que muchas veces está cubierta de hierba), creerías que, a excepción de las mangostas, no la hay en absoluto, pues son rarísimas las veces que vea a “alguien”. ¿Dos excepciones? Un impresionante lagarto monitor parecido a los de Comoro, de metro y medio y mucha corpulencia, que afortunadamente se asustó más que yo y salió por piernas, y un águila completamente blanca (por debajo). También es la residencia de un antílope precioso (que no he visto) llamado “Black Buck” (que no es precisamente negro) cuyo macho tiene unos cuernos verticales de un metro de alto y forma espiral. También está lleno de chacales, pero solamente sé de su existencia gracias a las multitudinarias corales nocturnas.

Una virguería que no había visto nunca son las concentraciones de mariquitas, escarabajos diminutos e insectívoros de los que en esta época los hay a miles en las hojas tiernas como si fuesen un jardín de infancia. Otra “guapada” insólita son unas delicadas telarañas tejidas horizontalmente (siempre limpias gracias a la ausencia de polvo o contaminación) que lucen su mejor aspecto con el rocío de la mañana. Tras explicaros todo esto, supongo que comprenderéis porqué me gusta Konarak (a pesar de haber estado muchas veces aquí, ahora hacía diez años que no venía), ya que, con tan sólo salir de mi habitación (de mañanita o al atardecer), me encuentro en este perfecto ecosistema que hasta hoy en día me pertenece en exclusiva (únicamente me cruzo muy de vez en cuando con algún leñador furtivo que se queda tan sorprendido como yo).

Uno de mis juegos favoritos (y también un ejercicio de orientación) es el de adentrarme y perderme en esta inmensidad natural (a veces lo he hecho “colocado” de ácido), hasta que, al rato, empiezo a escuchar un extraño y lejano ruido, que primero me recuerda a una fuerte ventolera y después a una gran cascada, hasta que acaba guiándome a la solitaria e inmensa playa de Chandra Bhaga (en la que, de andar hacia el sudoeste, recorrería treinta kilómetros sin cruzar una sola población hasta llegar a la turística y sagrada ciudad de Puri), donde las movidas aguas del Golfo de Bengala no te aconsejan nadar, y sobre cuyas arenas se encuentran los cadáveres de algunas de las muchas tortugas marinas que vienen a desovar (y a veces los restos de delfines, y también, según he visto en el periódico, de ballenas).

SÓLO FUE UN SUEÑO. Anoche soñé con mis padres (en realidad fue de madrugada y justo antes de despertar, de ahí que lo recuerde perfectamente). Sería hace unos treinta años, pues él todavía andaba y tenían un aspecto saludable. Yo estaba haciendo (por supuesto) el equipaje, y me despedía de ellos como si supiese que no volvería a verles. El sueño se cortó de pronto cuando descubrí que me había retrasado e iba a perder el tren; ¿sería el “Darjeeling Mail” que mencionaba en la crónica anterior?.

LOS TIEMPOS ESTÁN CAMBIANDO. En los años ochenta viajé frecuentemente por diferentes países en los que la religión mayoritaria era el Islam (Turquía, Siria, Jordania, Egipto, Sudán, Gambia, Senegal, Marruecos, Bangladesh, Indonesia), y al convivir además con sus amables gentes gozando de su generosa hospitalidad (me cedían la única cama y me alimentaban como a un rey), acepté que, como afirmaban ellos, la suya era realmente la religión del amor. Debido a que en estos últimos treinta años han cambiado muchas cosas (y no precisamente para bien), actualmente deberían decir que es la religión del amor a las armas (a Shiva lo denominan “el dios de la destrucción” olvidándose de añadir que es “el destructor del mal y el protector de los animales). Quiero creer que mis amigos musulmanes (Mahmud, Ahmed, Mohamed) están en contra de la violencia que llevan a cabo cuatro (mil…) imbéciles en nombre de un dios sanguinario; pero, como dicen los castellanos, “Quien calla, otorga”, y los buenos musulmanes del mundo están pecando de cobardes al no salir a la calle llevando unas pancartas en las que conste, “Hoy me avergüenzo de ser musulmán” (yo lo haría así). Junto a las manifestaciones que se dieron anteayer en Francia en contra de la violencia y a favor de la tolerancia, los musulmanes franceses deberían haber organizado otras mucho más multitudinarias repudiando a esos asesinos (“Lo maté porque me llamó violento”) que han aceptado pasivamente durante años que les hiciesen un lavado de coco en la mezquita de turno.

Yo tengo el vicio de mirar más allá tratando de adivinar cuáles serán las reacciones a un hecho determinado, y lo que me resulta más preocupante de la situación actual es que se está creando el ecosistema perfecto para que rebrote y regrese el maldito fascismo. Afortunadamente, y como decía Edward Bulwer-Lytton, “La pluma (de escribir) es más poderosa que la espada”. Me cagaría en la puta madre de esos hijos de la gran puta, pero, debido a mi gran corazón (¡Ja!), en realidad compadezco a esas pobres mujeres (y a todas las madres musulmanas que pasan por un drama parecido), que estarán llorando avergonzadas culpándose de no haber abortado en vez de parir.

TALIBANIA

  • Cuando he hablado con algún indio acerca de las violaciones y demás barbaridades que llevan a cabo sus compatriotas, me ha dicho invariablemente que se trataba de hombres sin educación; y hoy he pensado en ello al leer que el profesor de historia de una universidad había intentado violar a la hija de un colega suyo. No sé si os enterasteis del drama que sufrió una joven turista japonesa que, tras aterrizar en Calcuta, cayó en las manos de dos policías de paisano, quienes, haciéndose pasar por guías turísticos, la raptaron y violaron durante doce días hasta que consiguió escapar e ir a la embajada de su país para denunciarlos. Al rellenar el absurdo formulario para solicitar el visado, deberían advertir a las mujeres del peligro que correrán en este país de encelados.
  • En un caso parecido, dos policías detuvieron sin razón alguna a una chica de catorce años, la llevaron a comisaría, la metieron en una celda (donde posteriormente se encontraron restos de pelos y varias botellas de licor vacías), y se turnaron para violarla. Al descubrirse el hecho no fueron detenidos porque, como sucede siempre, simplemente desaparecieron y nadie sabe dónde paran; quizás se hayan trasladado a otra ciudad y se alisten en la policía con un nombre distinto?
  • En una clínica realizaron 60 operaciones de cataratas en una hora y dejaron ciegos a 12 pacientes. Hace un mes en Punjab fueron 60 los que perdieron la vista de una forma parecida.
  • Los miembros de una tribu se manifestaron para protestar contra la construcción de una fábrica de acero de la compañía Tata en sus tierras, y la policía mató a tiros a 14 de ellos, con mujeres y niños incluidos: ciudadanos de 2ª.

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
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Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

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