La crónica cósmica. Ensayo del nomadismo

ENSAYO DEL NOMADISMO. La opinión de la trotamundos de Seattle acerca de los nómadas (que apareció en una crónica anterior) puso en funcionamiento la sección de mis neuronas que se dedica a las reflexiones y, como tantas otras veces, terminé dándole una mirada a mi vida. Pero tranquilizaos, que nos os voy a comer el coco profundizando en el tema, y me limitaré a decir que no habría cambiado nada de ella (sería absurdo pensar en hacerlo cuando el camino seguido me ha llevado a este “presente” que roza la perfección).

La razón de haberlo comentado está en que, tras darle vueltas a la cuestión del nomadismo (y no dudar de que soy un nómada simplemente porque somos lo que hacemos), esta mañanita, mientras paseaba junto al río, he recibido La Iluminación, aunque quizás sería más apropiado denominarla definición, de lo que es un nómada.

Para explicároslo empezaré diciendo que, según he comprobado a través de los años, los seres humanos de vida sedentaria tratan siempre a los “extranjericios de p’allá pa fuera” (en memoria de Don Enrique Díaz de Bethencourt y Díaz de Aguilar) de una manera especial (para bien o para mal), y como si fuesen incapaces de olvidar que provienen de otro país, raza o cultura. “¡Ah, tú eres mejicano!”, “Umm, un negrata”, “Vaya, otro puto latino”, “Oh, “bwana tubab”, toma el mejor asiento”. Mientras que para el nómada son todos iguales y les da el mismo trato (aunque provengan de su pueblo) sin que importe cuál sea su nacionalidad. “¡Ah, eres sedentario, pues qué bien!”, “¡Ah, eres nómada, ¿y dónde has acampado últimamente?!”.

En realidad, esta idea no es completamente nueva, pues llevo mucho tiempo pensando (y observando) que el tipo de relación natural que mantengo con mis amigos de todo el mundo nació a partir de ese trato, en el que (por mi parte) no hay de por medio la barrera de los pasaportes y las banderas. Una de las mejores acuarelas acerca de los nómadas la pintó el señor Michener en la novela “Caravanas”, y al leerla es inevitable recordar que, “Los perros ladran, la caravana pasa”.

CERVECEROS. En cuanto termine de escribir esta crónica haré de nuevo el equipaje porque está a punto de caducar mi segundo mes de visado, y partiré de Laos sin que sepa todavía hacia dónde iré. El antiguo nombre de Laos era “El País del Millón de Elefantes”, pero actualmente se lo podría llamar “El País de los Siete Millones de Bebedores de Cerveza” (ese es el número de sus habitantes), ya que durante los últimos treinta años, y desde que un genio cervecero mejorase la “Beerlao” hasta convertirla en la mejor cerveza de estos alrededores, los laosianos se han aficionado de tal manera a ella como para que se hayan convertido en líderes mundiales en cuanto al consumo (por habitante). Tras lo que he visto en las cuatro fiestas familiares a las que sido invitado, os puedo asegurar que es así.

Aparte de que seas más o menos bebedor, ellos tienen la costumbre de brindar con cada trago, e incluso comparten el vaso, obligándote a seguir su ritmo desmadrado. El otro día estuve en un bautizo en el que un joven no dejó de rellenarme el vaso continuamente e incluso se quejaba de que no lo vaciase de golpe. ¿Cómo es una fiesta laosiana? Por aquí la música enlatada y un cantante melódico, por allá las mujeres bailando lentamente mientras giran en círculo y siguen el ritmo con las manos y los brazos, por acá docenas de niños jugando libremente, y al lado una pista de petanca en la que todos los jugadores están completamente borrachos y lanzan las bolas descontroladamente (la distracción habitual cuando tomas una cerveza en un lugar público es la de mirar como juegan a la petanca).

Pero Laos también podría entrar en el libro de récords por otro motivo menos alegre que el cervecero, y éste es el de ser el país más bombardeado de la historia (con bombas “made in USA” y sin que se le hubiese declarado oficialmente la guerra); creo que fue en los tiempos del caradura de Nixon, y se ensañaron especialmente con los elefantes que los del Vietcong usaban para transportar armamento a través de la jungla (¿se llamaba la “Línea Ho Chi Minh”?). A tres kilómetros de Nong Khiaw hay una cueva (todas estas colinas rocosas están llenas de ellas) en la que se refugiaban las guerrillas del “Pathet Lao”, y junto a la entrada todavía se ve el cráter dejado por una bomba.

A pesar de que ya han transcurrido varias décadas de aquella barbaridad, aun sigue existiendo una organización internacional que se dedica a localizar y desactivar las muchas bombas sin explotar que se encuentran en la jungla. Aparte de que normalmente no abandonas los senderos para evitar pisar alguna serpiente, aquí y en Camboya debes hacerlo para no salir volando por los aires. En algunos jardines usan como tiestos la estructura alargada de las bombas de racimo.

¡Ah, sí, esperad un momento!, porque ahora recuerdo que Laos todavía tiene otro récord, uno por el que se puede felicitar, pues posee la mayor diversidad de fauna de Asia (no sé dónde se meterán, porque jamás he visto a un solo animal durante mis paseos).

Han desaparecido los carteles en que instaban a la población a denunciar a cualquier extranjero del que sospechasen que fuese un pederasta e hiciese turismo sexual; y quedan sólo unos pocos de los que, con dibujos muy explícitos, tratan de enseñar a los turistas cómo deberían comportarse: El respeto por las costumbres locales, jamás tocar a un lama, vestir decentemente, no besarse o magrearse en público, descalzarse antes de entrar en las casas o los templos, evitar mostrar las plantas de los pies cuando se está sentado (en el suelo), y por supuesto no acercarse a las tribus conocidas por su afición a la maría y el opio.

Son muchas las cosas que me gustan de este país cuyas gentes destacan por su amabilidad y suavidad; además nunca levantan la voz, y no recuerdo haber visto a alguien que estuviese cabreado (aquí en Nong Khiaw hay dos tamiles casados con chicas locales, y aun sin dejar de ser unos indios muy simpáticos, su trato ya resulta más duro que el de los laosianos). ¿Puede haber una manera más bonita de decir muchas gracias que “Cop chai lalai? (parece que estén cantando).

Igual que en el río Kwai y el Mekong, he visto pasar docenas de embarcaciones que sirven como único medio de comunicación a muchas poblaciones; las barcas de aquí, que son finas y alcanzan hasta los veinte metros de largo, se construyen en los pequeños pero renombrados astilleros locales. Parece que todo el mundo tiene alguna, y cuando el río, debido a los monzones, arrastraba árboles inmensos, muchos de ellos arriesgaban el físico tratando de detenerlos y llevarlos hasta la orilla. Algunas veces llegaron a encallarse tantos troncos bajo el puente como para creer que podrían bloquear el paso del agua.

En mis paseos, y como si estuviese en una ciudad de rascacielos, no dejo de levantar la mirada hacia estos muros verticales cubiertos de densa jungla; pero debido mi creciente senilidad he tardado varias semanas en comprender que, lógicamente, si la roca está desnuda en algunas partes se debe a los desprendimientos que las raíces de los árboles deben haber provocado. Lo descubrí al meterme por un sendero que nace tras mi cabaña y lleva justo debajo de la mole que tengo por encima, donde el bosque está salteado de rocas inmensas.

Tras nombrar a mi querida cabaña, creo necesario acabar de “pintárosla” explicando que tiene el encanto de lo antiguo porque se cae a pedazos, y que en ella solamente rompe la perfección visual la mosquitera, que aparte de ser redonda (un sucedáneo si la comparamos con las otras), es de plástico y, alcanzando ya el colmo, de color rosa.

IMÁGENES. El vendedor ambulante de colchones saludándome al pasar en su motocicleta aparatosamente cargada. Las escalopendras gigantes de camino hacia ninguna parte. Yo resbalando en un barrizal y salvando la dignidad gracias a mis reflejos de adolescente. El cartel en que consta “maneey” y “better”, por “money” y “butter”. El sonido de las grandes cigarras parecido a una sierra metálica. Las avispas, las mariposas y los pájaros que se deleitan con el néctar de la flor de la bananera. El picapedrero que dedica sus días a sudar mientras cercena la montaña a mazazos. La campesina del mercado semanal a la que compré tabaco a granel para darme el gusto de hacer una primicia que en cualquier otro país sería insólita (en Laos se continúa fumando en todos lados).

COMEDIA GROTESCA Y EMOCIONAL (en tres actos). Primero: Cuando el amigo valenciano empezó a publicar estas crónicas en su web, me alegró y asombró descubrir que, así de pronto, yo tenía más de trescientos lectores. Segundo: Una semana más tarde, cuando él (Joe Che) escribió sus propias reflexiones acerca de los nómadas, tuve la mala ocurrencia de comprobar cuánta gente las leía y, ¡Ah, maldita sea!, me doblaba de largo. Y tercer acto: Ayer, ya en plan masoquista, di una mirada a los reportajes de sus viajes que le habían enviado diferentes personas, y terminé “llorando” porque todos me superaban (en cantidad, que no en calidad, pues mis lectores… Umm.) ¡Ja! A mí me encanta reírme de todo, especialmente de mi imbecilidad, y en ese momento lo hice a gusto. ¿Puede haber algo más idiota que las emociones?

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
La crónica cósmica, de Nando Baba
1400 933 Nando Baba

Nando Baba

Escritor y viajero. No te pierdas las crónicas cósmicas de Nando Baba.

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