Un ejemplo del poco interés que pongo en aprender las lenguas de los países que visito está en que, tras venir repetidamente a Malasia y permanecer tres meses aquí en cada ocasión, hasta ahora sólo he aprendido a decir “¿apa khabar?”, ¿cómo estás?, y “terima kasih”, muchas gracias (términos que seguramente los olvidaré en un par de días).
Qué simpática es la forma que tienen los malayos de saludarte con la mirada y, quizás, un principio de sonrisa. Umm, ya que menciono las estancias de tres meses, que es la duración del visado gratuito que nos dan a los ciudadanos de la Unión Europea, os aclararé que el mío vence pasado mañana y ya tengo el tique del barco con el que partiré. Esto quiere decir que me hallo en la costa, y más concretamente en la preciosa ciudad de Malaca, de la que me enamoré el año pasado.
Me hospedo en la misma pensión de China Town que entonces, la “Voyage Home Guest House”, y también en la misma habitación (de las cinco que hay). Aparte de ser un edificio antiguo de dos plantas, de que está decorado con cariño y de tener un servicio muy amable, se encuentra a dos minutos del río Melaka, donde, y además de comer la mejor pizza que haya probado, me gusta tomar unas cervezas al atardecer escuchando el bullicio que arman cientos de pájaros minah preparándose para dormir en los árboles. El estrecho malecón que recorre cada orilla es peatonal y me provoca lo que podría denominar de sensación veneciana.
A pesar de cuanto me gusta el anonimato que encuentro en las ciudades donde no conozco a nadie, esta vez no he conseguido hacer realidad mi preciada soledad social al haber entablado relación con un malayo. Es un tipo muy generoso, y también un buen cocinero, al que por la noche le encanta rodearse de amigos de todas las razas, a los que va sirviendo una cerveza tras otra. Tiene una empresa en Arabia y viene de vez en cuando a Malaca con el fin de ponerse ciego de cerveza.
Ayer éramos una docena: tres malayos, dos chinos, un tamil, un japonés, un birmano, una francesa, una taiwanesa, un somalí y yo. Esas reuniones se celebran en el porche de la pensión que hay junto a la calle (“Blacksmith Street”, también llamada Calle de la Tranquilidad, aunque ahora haya perdido un poco de ésta desde que inauguraron un maldito karaoke), y en ellas participa un terrier de tres meses, blanco y feo como un pitbull, al que su dueño ha bautizado con el nombre de Pablo en memoria de Pablo Escobar. Es un caso raro, pues a los musulmanes les está prohibido tener perros de compañía.
MALAYADAS
Asia ya no acepta la basura sintética de Europa y Norteamérica (China fue la primera en decir basta), y el pasado verano Malasia devolvió a España cinco contenedores de plástico contaminado: en los últimos años la basura de plástico que Malasia recibía de Occidente aumentó 1.370%.
Un veterano trotamundos español se mató mientras viajaba en una pickup. El muy papanatas hizo la tontería de ponerse en pie sin sujetarse y se partió la cabeza cuando el vehículo pegó un frenazo. Sus pobres padres, de más de setenta años, tuvieron que pasar el mal trago de cruzar medio mundo para repatriar el cadáver.
Malasia se ha convertido en uno de los destinos más populares para los turistas españoles. Pero, tal como me contó un funcionario de la Embajada de España, entre ellos se cuelan también muchos caraduras que a veces han sido arrestados por robar o pedir caridad en la calle. En esos casos, la embajada se ha de poner en contacto con sus familias y encargarse de mandarlos de vuelta a casa.
Malasia es un país insólitamente bien organizado en el que, pongamos por caso, se forman disciplinadas colas para conseguir un tique. En las escaleras mecánicas la gente se coloca a la izquierda para dejar pasar a quienes van con prisas, y creerías hallarte en Inglaterra. Caso parecido es el de la puntualidad en los transportes públicos. En cuanto al cumplimiento de la ley no se andan con chiquilladas: en una estación de los ferrocarriles había un cartel advirtiendo que fumar un cigarrillo se penaba con diez mil ringgits de multa (¡Más de dos mil euros!) o dos años de cárcel.
Estuve un par de días en Kuala Lumpur para recoger mi nuevo pasaporte e ir a la Oficina de Inmigración que se halla en la ciudad de Putrajaya. Fue una jornada muy movida: tres viajes en Metro, dos en tren y dos en autobús. Me hospedé en el mismo hotel de China Town que la vez anterior y descubrí que en el techo de la habitación había una flecha señalando la dirección de La Meca. Cuando estallaba alguna de las habituales tormentas, aprecié de nuevo los pórticos que tienen todos los edificios antiguos, por los que puedes desplazarte mientras llueve a cántaros. Igual que hice un mes antes, aproveché para comer en los baratos restaurantes indios de los alrededores, en los que todavía usan hojas de bananera como platos. En ellos me siento como en casa y me encanta la forma de ser de los indostanos.
Señales de tráfico en la carretera. ¡Cuidado: elefantes! ¡Cuidado: tapires! ¡Inundaciones: “Park at your risk!”. También hay avisos para los motociclistas indicándoles a qué distancia se halla el siguiente refugio en caso de tormenta.
Si echáis una mirada al mapa de la Península Malaya comprobaréis que tiene cientos de ríos y grandes zonas de densa arbolada. Aunque, como ya he mencionado en otras crónicas, las compañías dedicadas a la producción de aceite de palma están arrasando muchas de las junglas malayas, el gobierno ha creado territorios de reserva para las tribus (como en la Selva Negra alemana, donde solamente los campesinos pueden poseer más de mil metros cuadrados de tierra).
Aquí van unas cuantas imágenes más de Kuala Tahan que la semana anterior se quedaron en el tintero.
FAUNÓPOLIS
Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.
Isabel says:
Recientemente estuve en Kuala Lumpur visitando a una amiga malaya que trabaja para Naciones Unidas en Malaysia y me estuvo contando su espeluznante experiencia que no tiene demasiado que ver con tu bucolica comparacion con la selva negra. De acuerdo, el gobierno esta dando a las tribus viviendas en las afueras de varias ciudades cercanas a sus selvas, pero ni ellos lo pidieron, ni lo necesitan, la mayoria languidece de pena encerrados entre cemento, les obligan, obiamente a pagar la luz y varios impuestos para lo que no tienen dinero, tampoco pueden trabajar porque no tienen documentacion. A las mujeres las obligan a parir en un hospital, una vez nacido el bebe las esterilizan sin su consentimiento, han de pagar el hospital para el que tampoco tienen dinero… un tremendo circulo de deshumanizacion. Son tratados de indigentes y segun el gobierno Malayo constan como pobres extemos.
En vez de recabar toda su sabiduria, proteger sus selvas y dejarlos tranquilos, esto es lo que hacemos con los ultimos maestros en la tierra.
El unico fin es sacarlos de sus selvas donde han vivido durante generaciones en perfecta armonia y simbiosis con la naturaleza para poder seguir plantando Palmas o la nueva moda arboles de Durian, fruta mololiente y carisima aqui en Asia.
Nando Baba says:
Querida y crítica lectora, te agradezco la información que nos has dado. El equipo de redacción de Conmochila la ha tenido en cuenta y está pensando en la posibilidad de encargar a uno de nuestros reporteros especializados en periodismo de investigación que haga un estudio al respecto. Nando Baba.