CON MOCHILA

La crónica cósmica. Nos vamos de excursión

LA VERGÜENZA DEL SINVERGÜENZA – Langkawi, Malasia. Qué vergonzoso sería hacer, decir o tan solo pensar algo vergonzoso. Al ser yo un viejo muy práctico, no hago cosas de las que pueda avergonzarme. Claro que es así según mis valores y punto de vista; quizás vosotros opinaríais simplemente que soy un sinvergüenza.

Tras esta vergonzosa introducción, os confesaré que me parece un poco vergonzoso que haya estado más de dos meses en esta preciosa isla de Langkawi, catalogada por la Unesco como Global Geopark, en la que, aparte de los alrededores de la playa de Cenang en que me hospedo, prácticamente no haya visto nada de ella. Pero sólo fue así hasta hace un par de días, cuando Gonzalo, el amigo gallego que reside aquí, se presentó con su coche en la casita donde vivo y me dijo: “Carallo, mueve el culo, que nos vamos de excursión”.

Cada día aprecio más que me lleven de paseo sin verme obligado a usar las piernas ni las neuronas. Así que, sin que Gonzalo me aclarase cuál era nuestro destino, me instalé encantado en el asiento del copiloto y partimos. Me sosiega cuanto tiene que ver con la naturaleza, y así me sentí mientras circulábamos entre el exuberante verdor que prima en esta isla. No cruzamos ninguna población y, salvo raras excepciones, sólo de vez en cuando pasábamos frente a edificios de una sola planta.

Al rato nos desviamos por una solitaria carretera de montaña que ascendía constantemente. Enseguida me fascinó, pues estaba encerrada por una frondosa jungla tropical, un auténtico e impenetrable muro verde creado por un sinfín de árboles de distintas especies. ¡Cuánta belleza tiene la naturaleza viva y sana! Era el tipo de lugar ante el que pienso que vale la pena cruzar medio mundo para estar allí.

La temperatura descendió agradablemente mientras íbamos ganando altura. La carretera terminaba en la cumbre de, ahora puedo aclararlo, la montaña Gunnung Raya, cuya altura llega a 881 metros, siendo la más alta de Langkawi. Por debajo del mirador en que nos encontrábamos, se extendía el denso manto verde de la jungla. A lo lejos se divisaba toda la costa occidental de la isla, incluida la bahía de Pantai Cenang y los islotes que la encierran.

Me alegró que, a pesar de ser un destino turístico, el único ser vivo que hallamos fuese una simpática perrita que, tras saludarnos moviendo la cola, hizo nuestras delicias jugando alocadamente con la cáscara de un coco como si fuese una pelota. Ya que menciono los perros, explicaré que los de Langkawi deben provenir todos de los mismos ancestros, pues son todos idénticos: de color canela, larguiruchos y similares a los podencos andaluces.

El único vehículo con el que nos cruzamos en aquella solitaria carretera fue un espectacular deportivo de la marca Maserati. Aunque el gobierno malayo impone unos impuestos exorbitantes a la importación coches, esto no es óbice para que, como prueba de que el país está lleno de ricachones, se vean muchos de alta gama.

En mi pueblo se dice: «hecha la ley, hecha la trampa». Según me contó Gonzalo, en Langkawi, al ser una isla “duty-free”, pueden adquirirse esos automóviles sin recargo alguno. Luego, sus propietarios, dejan transcurrir cinco años y ya tienen derecho a trasladarlos a tierra firme, sin verse obligados a pagar tales impuestos.

LA RUTINA – En la crónica de la semana pasada mencionaba que la confortable rutina con la que lleno mis días se convertiría en un martirio si residiese siempre en el mismo lugar. En tal rutina, también incluyo la comida, que puedo repetir incansablemente al saber que pasará a ser historia en cuanto haga el equipaje. De todos modos, aquí en la playa de Cenang tengo más variedad de lo habitual. Ahora, además de daros unos ejemplos de los platos que ingiero, os orientaré apuntando aproximadamente qué precio tendrían en euros.

Tofu con salsa de sambal, 1’70 €. Curry de gambas, 2. Filete de pescado frito, 1’70. Pad thai vegetariano o con pollo, 1’80. Arroz frito con cangrejo o gambas, 2’10. Ración de arroz, 0’20. Sandwich de faláfel, 2’30. El crepe llamado roti-canai, ya sea con pasta de sardina, queso o con huevo, 1’80. Helado artesano, 1’90. Yogur, 1. Un cuarto de quilo de dátiles de Arabia, 2. Zumo de fruta 1’30. Lata mediana de cerveza, 1’30. Chupito de ron, 1’30. Té o café, 0’50. Litro de leche, 1’90 €. Gracias a ser Malasia un país productor de petróleo, la gasolina cuesta solamente 0’30 € el litro. Un euro: 4’66 ringgits malayos.

PASO A PASO – Río Solimois (nombre del Amazonas antes de juntarse con el Río Negro), Brasil, 1988. Continúa de la crónica anterior. El barco Benjamín resultó ser sutilmente diferente a los otros en los que yo había navegado por el Amazonas. Gracias a su buen tamaño, y a que el trayecto hasta Tabatinga era largo y, así, mucho más caro (dieciséis mil cruzados), el Benjamín no iba abarrotado. Aquel espacio extra comportaba confort además de mejores servicios para los pasajeros, pues la cafetera estaba a punto las veinticuatro horas, y las comidas, aparte de rutinarias, un día “feijao” con pollo y otro con gallina, eran sabrosas y cuantiosas.

Yo, que aún me negaba a comer carne, en ese viaje llegaría a odiar el “feijao” y me aficionaría más y más al café. Esta infusión iba incluida en mi fascinante ceremonia de todas las noches cuando, saltando de la hamaca, me movía sigilosamente entre los durmientes, llegaba junto al termo para llenar una taza de humeante café y, con ella, me dirigía hasta la cubierta de proa. Allí fumaba un cigarrillo con la mirada perdida en la noche y en la selva, que la oscuridad no me permitía ver hasta que el timonel, cumpliendo con las normas gubernamentales, encendía de vez en cuando un potente foco con el que iluminaba la orilla por si había alguien que necesitara embarcar, y entonces me mostraba la grandiosidad del río por el que ascendíamos.

A pesar de haber visto las grandes cantidades de insectos que la luz de los otros barcos atraía durante la noche, yo no estaba preparado para lo que sucedía en el Benjamín y en aquella parte de la selva más profunda, en que la marabunta de bichos que llegaba desde la selva era tal como para que, cada madrugada, la cubierta del barco se hallase alfombrada por una capa de varios centímetros de insectos muertos.

El primer día, y gracias a mis aficiones madrugadoras, pude usar el retrete y la ducha a mi antojo. Además, fui el primero en tomar el “café de manhá” (desayuno) y aproveché para preguntar al camarero sobre los horarios del colmado: “Permanece abierto de diez a doce por la mañana y de cuatro a seis por la tarde».

Así, con la idea clara de cómo llenaría los rutinarios días de navegación, después de dormir la siesta ya estaba frente a la ventanilla del colmado para conseguir una cerveza en cuanto abrieran. Sin embargo, y para mi sorpresa, no me encontraba solo, pues junto a mí había tres hombres más que habían tenido la misma ocurrencia. Sin necesidad de palabras, los cuatro nos saludamos sonriendo al reconocernos como colegas del vicio cervecero. Después, ya con las botellas en la mano, fuimos juntos hasta la mesa comunal y tomamos asiento en el banco que se alargaba junto a ella.

Entonces se nos unió una muchacha de cara avispada, que rompió el silencio diciendo: “Hola, chicos, ¿cómo vamos?”. Sin darnos tiempo a responder, y después de comprobar con la mirada que era bienvenida, continuó: “Si me lo permitís, os expondré mis deseos sin rodeos. Desde que me fugué hace unos meses de la casa de mis padres en Cartagena de Indias, he estado recorriendo Sudamérica dedicada, más que nada, a una vocación literaria que parece crecer y desarrollarse con cada nuevo lugar que conozco.

Pero no creáis que mis escritos van de paisajista, pues me atraen más los humanos, y mi idea es llegar a escribir un libro sobre la gente de vida poco convencional que se cruza en mi camino. No sé porqué, pero mientras os observaba esta mañana he pensado, ahí van cuatro tipos con mucho qué contar. Así que la pregunta es, ¿os atreveríais a confesarle vuestras últimas correrías a esta desconocida colombiana llamada Lupa?”. Nosotros estuvimos de acuerdo. Continuará.

MIRA LO QUE PIENSO

  • No te quepa duda de que, con cada crítica que haces a los demás, estás diciendo, “yo soy mejor”, y con cada consejo que das, “yo sé más que tú”. Y es así sobre todo cuando se trata de tu pareja o de un amigo tuyo.
  • Al ver la dentadura imperfecta, natural y personal de una chica, pensé que los dentistas os transforman en clones idénticos.

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
La crónica cósmica, de Nando Baba
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Nando Baba

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