Más allá de sus megaurbes de neón y sus trenes futuristas, para muchos viajeros Japón es también una tierra de tradiciones ancestrales. Y una de esas tradiciones típicamente niponas, muy conocida pero, a la vez, bastante mal entendida en Occidente, es la famosa ceremonia del té.
Cualquiera que haya pasado Kioto, o por los barrios más históricos de Tokio, como puede ser Asakusa, se habrá encontrado con carteles anunciando sesiones de ceremonia de té. En perfecto inglés, y por un módico precio, ofrecen al visitante la posibilidad de experimentar, de primera mano, un pedacito de tan misterioso ritual.
No nos engañemos. Por mucho que lo publiciten así, no se trata de ceremonias del té auténticas. Son versiones edulcoradas, resumidas y adaptadas para turistas (tanto extranjeros como japoneses). Una pildorita de consumo rápido y fácil.
Claro que, para la mayoría de los mortales, eso puede ser más que suficiente. Porque, siendo realistas, ¿es verdaderamente factible para un extranjero de paso por Japón participar en una ceremonia del té verdadera, de las buenas?
Es más, cabría preguntarse si, pensando fríamente, te estás perdiendo algo por no poder acceder a una de esas ceremonias “auténticas”.
Y es que la ceremonia del té es un asunto bastante más complicado (y farragoso) de lo que a simple vista nos podemos imaginar. Incluso para los propios japoneses.
Vamos a intentar explicar brevemente sus claves principales, para que la próxima vez que vayas a Japón puedas decidir si te atreves con ella.
Un poco de historia
En Japón, a la ceremonia del té se la conoce más propiamente como Cha no Yu (literalmente, “agua para té”), o también Chado (o Shado), o sea, el “Camino del Té”. Como si se tratase de un arte marcial. Y lo cierto es que poco le falta.
Podríamos hablar largo y tendido sobre su historia y orígenes, pero no merece la pena.
Baste apuntar que, aunque el té se conocía en Japón desde muy antiguo, la ceremonia tal y como la conocemos la empieza a practicar monjes budistas (sobre todo de la rama Zen) hacia el siglo XVI.
Para ellos, era un buen modo de fomentar la relajación e introspección. Después, los grandes señores samuráis de la época se sumaron a la moda del té, y en los siglos siguientes se extenderá entre el pueblo llano.
La ceremonia del té en nuestros días
Hoy en día el Cha no Yu es una actividad más bien minoritaria, practicada en círculos reducidos y elitistas. Principalmente, porque requiere un equipamiento bastante caro, que no está al alcance de todo el mundo, además de un entrenamiento tremendamente arduo.
Una cosa es prepararte un tecito en tu casa, y otra muy distinta servirlo a la japonesa. No te creas que es nada fácil.
Por eso, con unas barreras de acceso tan altas, hoy en día son muy pocos los japoneses interesados en la ceremonia del té. La gran mayoría ni siquiera han visto una más que por televisión.
El Matcha, polvo de té concentrado
Pero, antes de entrar en detalles, vayamos a lo principal. Que, lógicamente, es el té. Por eso se le llama a esto “ceremonia del té”, claro.
En el Cha no Yu se utiliza un tipo muy concreto de té. Un polvo concentrado de té verde conocido como matcha.
Si bien proviene de la misma planta que el té verde normal y corriente, se cultiva de manera diferente. Las hojas se protegen de la luz directa del sol, lo que les da un tono más oscuro, y de paso potencia sus nutrientes.
Tras la cosecha, pasan por una serie de complicados tratamientos y, finalmente, se muelen. El resultado es un polvillo muy fino de color verde intenso, con alto contenido en cafeína y antioxidantes. El famoso matcha.
Es este polvo concentrado el que se emplea para preparar el té. La bebida resultante es de un sabor intenso, amargo, muy característico, que no deja indiferente a nadie. O lo amas, o lo odias.
Es tan amargo que, para que entre un poco mejor, se sirve acompañado de dulces y pasteles.
Antes de pegarle un sorbo, te comes un pastelito para que su dulzor se mezcle con el amargor del té y lo atenúe. Porque, mucho cuidado, ¡prohibido echarle azúcar al matcha! Lo suyo es disfrutar (o sufrir, según se mire) toda la intensidad de su sabor, sin aditivo alguno.
¿Quién puede participar en una ceremonia?
Por poder, en una ceremonia del té puede participar cualquier persona… siempre que haya sido invitada previamente, claro.
Pero, en la práctica, el Chado es un mundo bastante cerrado, reservado casi exclusivamente a jubilados y gente de edad avanzada. Que tienen tanto el tiempo libre suficiente como el poder adquisitivo necesario para dedicarlo a un hobby como este.
Aunque no siempre fue así, hoy en día la ceremonia del té es un pasatiempo más bien de lujo, dirigido a gente con dinero y, digamos, un poco pija. Si uno se atreve a meterse en este mundillo, lo más normal es que se encuentre rodeado de abuelitas de la alta sociedad. No es un ambiente muy jovial, que digamos.
Por cierto, como en principio las ceremonias son privadas, es necesario cursar una invitación formal a los asistentes, con semanas o hasta meses de antelación.
Y eso se hace por correo, con cartas delicadamente manuscritas de puño y letra del anfitrión. Cartas a la que el invitado debe responder de igual modo, evidentemente. Olvídate del botoncito de “asistiré” de los eventos de Facebook.
¿Dónde se celebran las ceremonias del té?
Generalmente, las ceremonias se celebran en domicilios privados, normalmente en la propia casa del anfitrión. Pero no vale un apartamento cualquiera, no. Debe ser una casa con jardín y de estilo tradicional japonés.
O sea, con sus puertas correderas y sus habitaciones tapizadas de esteras de tatami. Porque estos elementos se consideran parte indispensable de la misma ceremonia.
Como te puedes imaginar, en el Japón del siglo XXI un espacio así no está al alcance de todo el mundo. Solo unos pocos adinerados pueden permitirse el lujo de tener casas con jardín y espacio suficiente para acondicionar un par de habitaciones a la práctica del té.
También se pueden celebrar ceremonias al aire libre, pero deben ser siempre en entornos de gran belleza natural (jardines, etc.). Que hay que reservar y acondicionar previamente, claro.
Antiguamente, las mansiones de los grandes señores solían tener una o varias casas de té (chaya o chashitsu) en sus jardines, para disfrutar allí de las ceremonias con sus amigos. Lo mismo pasaba con los grandes templos. Algunas de ellas se siguen conservando, y se utilizan para ceremonias hoy en día… pero el acceso suele estar muy restringido.
A veces, alguno de estos antiguos jardines señoriales abre sus casas de té para el público general. Incluso se celebran certámenes de Chado para todo el mundo… pero se trata casi siempre versiones reducidas y adaptadas para turistas. Nunca son ceremonias “auténticas”.
Etiqueta y código de vestimenta
A una ceremonia del té no puede uno presentarse en vaqueros y camiseta. Hay un código de vestimenta muy estricto, que conviene conocer de antemano.
Para empezar, los zapatos hay que dejarlos en la puerta, ya que se trata de una casa tradicional, con suelos de tatami. Pero, ¡ni se te ocurra entrar con los pies desnudos!
Es imprescindible llevar calcetines (no hace falta que sean de estilo japonés, los famosos tabi), y estos deben ser blancos. Y estar impolutamente limpios, claro.
Este punto es de importancia capital dentro de la etiqueta del Chado. Calcetines. Blancos. Siempre.
Tampoco está nada bien visto llevar anillos, pulseras, o accesorios de cualquier tipo. Se consideran un signo de ostentación, de mal gusto, y además podrían dañar las piezas de cerámica al tomarlas en las manos. Así que la quincallería mejor guardársela en el bolsillo.
El Chado es una cosa seria. Y sobria.
Y, como las ceremonias son eventos formales, hay que ir bien vestido. Lo ideal es llevar kimono, aunque tampoco vale uno cualquiera. Hay reglas muy precisas al respecto: tejidos y estampados que conviene evitar, combinaciones de colores no permitidas según en qué estación del año estemos… Todo tremendamente complicado.
Pero si, por lo que sea, no tienes ningún kimono a mano, no te preocupes. Basta con ir de traje y camisa. La corbata es opcional. Para las damas, un vestido formal (como el que llevarías a una boda) puede valer. La regla de oro es esa: nada informal. Vístete como si fueras a una recepción oficial.
Y con calcetines blancos, por favor.
Sentarse en el suelo, a la japonesa
Como el Cha no Yu se desarrolla en el interior de una casa tradicional japonesa, sin muebles de ningún tipo, hay que sentarse también a la manera tradicional. O sea, en el suelo, sobre el tatami, y en posición formal. Postura de “seiza“, como la llaman los nipones.
Quien haya practicado artes marciales japonesas probablemente esté familiarizado con esto de sentarse en “seiza“. Se trata de doblar las piernas como si fueras a arrodillarte y sentarte sobre los talones, con la espalda erguida. Nada de cruzar las piernas a lo indio.
No nos engañemos, es una postura realmente incómoda. Una auténtica tortura china… o japonesa, en este caso.
Al cabo de un rato la mayoría de la gente acaba baldada. Incluso los propios nipones caen rendidos a los 10 minutos. Imagínate pasar las tres o cuatro horas que puede durar una ceremonia del té sentado en esa posición, sin poder moverte. Un verdadero suplicio.
Pero las gentes del té (chajin), como les gusta llamarse a sí mismos, están acostumbrados. Se pueden pasar horas sentados así como si nada. Deben de tener las piernas de madera…
Para colmo de males, lo tradicional es sentarse directamente sobre el tatami, sin ningún cojín que amortigüe un poco la cosa. A veces, puede que se apiaden de ti y te saquen una sillita plegable, pero a la hora de la verdad no es mucho más cómoda que sentarse en el suelo.
Resumiendo: si tienes problemas de circulación en las piernas, o si no eres una persona con gran flexibilidad muscular, probablemente el Chado no es para ti.
Puntos básicos de la ceremonia
Para empezar, debemos saber que siempre hay dos partes en toda ceremonia: un anfitrión (que es quien prepara el té y el entorno), y unos huéspedes, que son quienes “reciben” el té y, con él, su hospitalidad. Ambos deben seguir una serie de estrictas reglas de etiqueta.
En la parte del anfitrión mejor ni meternos, porque se requieren literalmente años de aprendizaje meticuloso para llegar a poder servir el té correctamente. O, al menos, como los japoneses creen que se debe servir.
Pero los huéspedes tampoco lo tienen mucho mejor. Porque también hay una manera “correcta” de recibir y beber el té, que hay que conocer al dedillo antes de presentarse en una ceremonia. Y se trata de un ritual nada sencillo.
Hay una manera específica de entrar en la habitación, de sentarse sobre el tatami, de sujetar la taza y los utensilios… hasta es indispensable saber con qué pie te tienes que sentar y levantar.
Un montón de pequeños detalles a tener en cuenta para no ponerse a uno mismo en ridículo. Porque, en un entorno tan exclusivo y refinado, lo último que quieres es que los demás participantes te tomen por un salvaje incivilizado sin modales.
Como vemos, esto del té tiene más miga de lo que puede parecer a simple vista.
Cómo se desarrolla una ceremonia tradicional
Hechas las puntualizaciones necesarias, es hora de explicar cómo funciona la ceremonia en sí.
En una ceremonia típica, los invitados acuden a la casa del huésped y acceden a ella a por el jardín. Desde allí, penetran en la casa a través de una entrada específicamente habilitada para ellos, y que a menudo consiste en un simple agujero en la pared, a ras de suelo, para que haya que entrar a gachas.
Una vez dentro, los huéspedes se deben admirar con la decoración de la pequeña alcoba del recibidor (tokonoma), que suele consistir en una pintura o caligrafía colgada en la pared y un jarrón con un arreglo floral.
De ahí pasan al salón principal, donde toman asiento en el lugar que les corresponde. No vale sentarse donde a uno le dé la gana, no. Cada cual tiene su sitio, y debe saberlo de antemano, en base a una serie de reglas jerárquicas no escritas.
O sea, que a una ceremonia del té hay que venir bien estudiado de casa.
Entonces, el anfitrión hace por fin acto de presencia. Se intercambian los saludos protocolarios de rigor, y se empieza a preparar el té.
Para ello el anfitrión calienta el agua (sin dejar nunca que ropa a hervir) en un pequeño brasero en el suelo. Toma un poco de esa agua con un cazo de bambú (hishaku), y lo vierte en la taza (chawan) para precalentarla. Después la tira, limpia la taza, y procede a sacar el té de su recipiente (chaire).
El anfitrión toma unos gramos de polvo de matcha con una cucharilla de bambú (chashaku), y los echa en la taza. A continuación vierte en ella un poco de agua, para después proceder a remover la mezcla con una brocha de bambú (chasen).
El resultado es un líquido espumoso y algo espeso, de un sabor y aroma muy intensos.
El té está listo.
Se sirve acompañado de un pastelillo, que se debe comer antes de pegar el primer trago. Así, el dulzor compensará el regusto amargo del té, creando una interesante combinación de sabores en la boca.
Una vez todos los invitados han apurado su té, se dedican a pasarse de mano en mano las tazas y demás utensilios empleados por el anfitrión, para inspeccionarlos y admirar su belleza.
Con eso, la ceremonia se da por concluida y todo el mundo se vuelve a su casa por donde ha venido. En estricto orden jerárquico, por supuesto. Y sin pronunciar una sola palabra fuera de turno.
El arte de la conversación refinada
Porque esa es otra. En tiempos antiguos las ceremonias eran una cosa más relajada pero, hoy en día, uno no puede abrir la boca cuando le venga en gana. Ni tampoco hablar de cualquier cosa.
No te imagines una reunión de gente charlando animadamente, mientras degusta unas pastas y da sorbitos al té. Esto no es una cafetería. El Cha no Yu un asunto muy serio. Y tremendamente austero.
Más que una reunión de amigos que se juntan para disfrutar del té, se parece a una especie de oficio religioso, con el té y su utilería como centro de la liturgia.
Los únicos comentarios que se permiten son acerca de los kimonos de los asistentes, lo bonita que es la taza y la historia que tiene detrás, o lo exquisito de los arreglos florales del recibidor. También se puede (y se debe) alabar la belleza del jardín.
Así que, si no eres experto en caligrafía, pintura, cerámica, paisajismo y unas cuantas artes tradicionales más, no vas a tener mucho que aportar a la conversación.
Y, por supuesto, si no sabes japonés, olvídate siquiera de participar. Porque, en una ceremonia tradicional, nadie va a hablar otra cosa que no sea la lengua de Toshiro Mifune.
Pero tranquilo. Los pobres extranjeros no estamos solos en esto. La inmensa mayoría de japoneses hoy en día están en la misma situación. No podrían seguir la conversación de las gentes del té.
¿Merece la pena todo esto?
Esto sería, poco más o menos, lo que cabe esperar de una ceremonia del té “auténtica”. Al menos en su variante más básica y habitual.
Siendo sinceros, no suena muy excitante, ¿verdad? Más bien parece un coñazo importante.
Bueno, sí y no.
Es verdad que, hoy en día, la ceremonia del té se ha convertido en algo marcadamente rígido y formal. Hay muchas normas a observar, probablemente demasiadas. Y las sesiones están regidas por una etiqueta muy estricta. Es una actividad elitista, muy cerrada, de difícil acceso para las personas de a pie.
Con esos condicionantes, resulta complicado relajarse y disfrutar del té, que es precisamente lo que la ceremonia original pretendía conseguir en sus inicios, cuando se ideó allá por el siglo XVI.
Se supone que, con el tiempo, uno se acostumbra a tanto ceremonial y la cosa fluye de manera natural. Pero hacen falta, literalmente, años de entrenamiento.
Con semejante panorama, las ceremonias “para turistas” que se ven por ahí ya no parecen tan mala idea. Son una versión reducida y simplificada del original, sí, pero no necesariamente son menos “autenticas”.
De hecho, a menudo son una experiencia más gratificante. Y, sin duda, mucho más accesible.
Gracias a ellas, puedes disfrutar de todo lo bueno del Cha no Yu, que es mucho, sin tener que sufrir la parte engorrosa del ceremonial.
La casa de té, el kimono del anfitrión, la utilería, los dulces, el propio té matcha… Suelen ser exactamente los mismos que en una ceremonia “autentica”. Solo que aquí no tienes que preocuparte de si estás sujetando la taza correctamente, o si te has sentado en el lado equivocado del tatami.
No, aquí se trata simplemente de relajarse y disfrutar. O sea, la esencia de lo que se supone que debería ser la ceremonia del té, tal y como la concibieron los monjes Zen hace ya casi cinco siglos.
La verdadera esencia de la ceremonia del té
Porque, a pesar de todo lo que hemos contado más arriba, no nos engañemos. La ceremonia del té tiene su punto.
Escuchar el borboteo del agua en la tetera. Solazarse con el calorcillo del vapor. Sentir el tacto de la taza. Paladear el té. Todo eso es muy relajante. Y disfrutable.
En realidad, no debería hacer falta nada más.
En el fondo, todo ese ritual que rodea a la ceremonia no son más que artificios. Lo importante es el té, y el confort que nos genera tomarlo en un ambiente recogido y tranquilo. Y eso se puede hacer sin tantas complicaciones.
De disfrutar del momento.
Un momento agradable, tomando una taza de té, en un entorno apacible y hermoso. Que, al terminar, deje a los participantes con una impresión positiva.
Nada más. Y nada menos.
Por eso, si estás en Japón y ves por la calle un anuncio para participar en una sesión de ceremonia del té, dale una oportunidad. Cuanto menos, vas a pasar un rato agradable.
Y, quién sabe, igual te acaba gustando y, en unos años, te conviertes en todo un chajin (gente del té), capaz de pasarse horas y horas sentado en “seiza“.
Pero, eso sí: siempre con calcetines blancos. No te olvides.
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