CON MOCHILA

La crónica cósmica. La simpática sonrisa del Sudeste Asiático

COLORES – Langkawi, Malasia. Por cuestiones de dignidad y respeto, jamás doy a la gente apodos que estén relacionados con su físico: narigudo, enano, gordinflón, etcétera. En realidad evito dar apodos a las personas y, de la misma forma, jamas me refiero a ellos por el color de la piel. Aunque en ese aspecto lo tendría difícil porque, al viajar continuamente de un lado a otro, ya hace mucho tiempo que no me fijo, ni soy consciente de su color.

De ser preguntado al respecto acerca de algún amigo al que veo todos los días, sería incapaz de responder con acierto, a menos que sea un caso extremo; como sucede con algunas chicas chinas que son extremadamente pálidas y se las podría denominar como la personificación de la blancura.

Ahora que he mencionado a los chinos, aprovecharé para deciros que los chinos malayos son, por lo general, finos, amables y educados. Sin embargo, cuando un grupo de ellos se reúne alrededor de una mesa, sobre todo si toman unas copas, acostumbran a ser muy ruidosos. El amigo gallego comentó riendo que casi son tan ruidosos como los españoles.

Durante estos meses que he pasado en Langkawi, en las diferentes ocasiones en que tenido a unos chinos sentados junto a mí en un restaurante, me ha admirado la cantidad de comida que comen; pero también me ha sorprendido la que dejan en el plato, y terminará en la basura.

Daré fin a las curiosidades chinescas añadiendo que son realmente adictos a los fuegos artificiales y que, prácticamente todas las noches, me duermo soportando el estruendo de los petardos y los cohetes: ¡Boom, boom, boom!

EL TIEMPO – Un joven de Langkawi, que casualmente era chino, me estuvo contando con mucha seriedad que, a pesar de que en esta isla no llegaba a nevar, los inviernos podían ser muy fríos. Asombrado, le pregunté en qué época era así; y tuve que aguantarme la risa cuando respondió: enero, febrero y marzo. ¡Ja, esos han sido precisamente los meses que he permanecido aquí sin que dejase de hacer mucho calor un solo día!

En favor de este joven chino, recordaré que los seres humanos somos unos animales que nos adaptamos a todo tipo de circunstancias y situaciones; y que a las personas que viven en los países tropicales, como les sucede a los tailandeses, les parecerán frías unas temperaturas que desciendan de los veinte grados; como le pasa al amigo gallego tras residir catorce años en Malasia.

Acerca de él, aclararé que su proceso de tropicalización también ha incluido la simpática sonrisa inherente del Sudeste Asiático.

PASO A PASO – Brasil, 1988. Continúa de la crónica anterior, cuando yo ascendía por el curso del Amazonas en el barco Benjamín.

Escuchando a los dos peruanos observé que, al contrario de lo que sucedía en países como Méjico o Venezuela, el castellano que hablaban se diferenciaba poco del usado en la península Ibérica; y pensé que yo, en Perú, podría pasar desapercibido fácilmente.

Viendo que los cuatro hombres que tenían cosas que contar habían terminado de confesarse, la chica colombiana llamada Lupa decidió aportar algunos datos más sobre sí misma: “Yo también estoy con los bolsillos vacíos y viajo gracias a la caridad del capitán. Aunque, en mi caso, me pago el pasaje compartiendo de vez en cuando su cama… Y hablando del diablo”, cortó ella en el momento que el amo de la casa hizo acto de presencia.

El capitán y propietario del Benjamín no tendría más de treinta años, era alto, rubio, fuerte y simpático. En todo momento parecía llevar una marcha digna de un adolescente.

Acercándose a nuestro grupo me preguntó tranquilamente: “¿Tú eres español, verdad? ¿No tendrás por casualidad un poco de hachís?”.

«¡Ja, qué más quisiera yo!”, respondí antes de añadir: ¿Y tú no tendrías un poco de «maconha» (maría)?».

Él, sin afirmar o negar, se limitó a sonreírme antes de que Simon, el biólogo inglés, le preguntara: “¿Cuánto crees que durara el viaje hasta Las Tres Fronteras?”.

“Esto nunca se sabe hasta que llegamos», respondió el capitán, «porque depende de las tormentas, del número y la duración de las paradas y, por supuesto, de las averías. De todas maneras lo normal es que tardemos ocho días en hacer el recorrido entre Manaus y Tabatinga”.

“¿Y cuánto dura el viaje desde Tabatinga a Iquitos?”, quise saber yo. Y el capitán nos explicó: “Con el perdón de Julio y Pedro, te diré que los barcos peruanos son generalmente una birria, y que, como mínimo, tardan unos cinco días”.

Tal información me asustó un poco porque ya empezaba a notar los primeros síntomas de la sobredosis ribereña. Al advertirlo el biólogo inglés, me comentó: “Hay un servicio de hidroavión que nos puede llevar desde la frontera hasta Iquitos en menos de dos horas”.

Acabábamos de conocernos y apenas habíamos intercambiado una docena de palabras, pero con aquel, “nos puede llevar”, me estaba diciendo que podríamos hacer juntos tal vuelo.

Mientras navegábamos hacia occidente y el sol nacía y, día a día, se ponía más tarde, el cauce del Amazonas perdía amplitud y se iba convirtiendo simplemente en un río majestuoso. Sin embargo, ahora su caudal tenía un aspecto más bravo y, arrasando continuamente sus orillas, provocaba desprendimientos en los que caían grandes árboles y montones de la tierra que le daba su peculiar color de canela.

Debido a los cambios de nivel que ocasionaban las diferentes temporadas, los embarcaderos eran generalmente flotantes. Tal como ascendíamos por su curso en aquella época, que era supuestamente seca, las orillas quedaban cada vez a más altura, y cualquier descarga de materiales debía llevarse a cabo trepando por largas y tambaleantes pasarelas embarradas: operaciones que, evidentemente, representaban un gran peligro.

Una de tales paradas, la realizó el Benjamín en una aldea de cuatro casas para recoger a un solo pasajero que nos hacía desesperadas señales. Era un hombre educado, fuerte y todavía joven. Su piel oscura se encontraba cubierta de picaduras de mosquito. En cuanto subió a bordo, se dirigió inmediatamente a la cocina para pedir cualquier cosa para comer.

Después, con una taza de café en la mano, se sentó a la gran mesa comunal, donde yo me dedicaba a dar lecciones de backgammon al personal, por cierto con poco éxito.

Le saludé preguntando: “Hola, ¿cómo vamos?”. “Bien, ahora bien”, respondió; “pero durante las últimas veinticuatro horas las he pasado bastante canutas. Ayer por la tarde un amigo me llevó en su piragua hasta el gran río y me dejó junto a la orilla esperando la llegada del Benjamín, barco que, como ya habréis comprobado, no tiene horario fijo. Delante tenía la peligrosa corriente y detrás la espesura impenetrable.

En cuanto anocheció ni siquiera intenté dormir, para poder controlar la llegada del barco; aunque también porque, como podéis comprobar, estuve plenamente atareado defendiéndome de los putos mosquitos que me masacraban sin misericordia.

Esta mañana, medio muerto de hambre, sed y cansancio, fui recogido por otra piragua que me llevó hasta esta aldea donde me habéis encontrado. Les pedí algo para comer a sus crueles habitantes, pero me dijeron que tenían poco gas y debían economizarlo. Al insistir diciendo que algo frío me serviría, se excusaron afirmando que la despensa estaba vacía. Por suerte, al apartarme de las casas para ir a echar una meada, vi unas plataneras y, poniéndome en plan ruin como ellos, robé unos cuantos frutos”.

Acabado el relato de su odisea, él recién llegado se presentó: “Me llamo Paulo, soy técnico en electrónica para los aviones y me dirijo a Costa Rica”.

Poniéndome en su lugar, pensé en las pocas posibilidades que yo tendría de sobrevivir si allí, a cuatro días de Manaus y los mismos hasta Tabatinga, me cogiese un dolor de barriga o algo parecido.

Me dije: “Los habitantes del mundo moderno, con sus teléfonos y servicios de ambulancia en cada esquina, no se pueden ni imaginar el significado de la palabra selva, de los peligros que entraña y a qué distancia se encuentra de la civilización”. Continuará.

MIRA LO QUE PIENSO – Siempre he opinado que el sistema judicial es injusto en muchos aspectos, pero, sobre todo, porque cualquier buen abogado le puede lavar fácilmente el coco a la gente de a pie que forma el jurado. ¿Me propaso si digo que los ricos pocas veces son condenados? ¿Y qué decir del sistema penal?

Pensé en todo ello al ver la película “Homicidio en primer grado” que dirigió Marc Rocco en 1995, en la que Kevin Bacon interpreta admirablemente a Henri Young, a quien le arruinaron la vida por robar cinco dólares siendo solamente un crío.

Cuando se extingan las abejas ¿inventaran abejas dron o plantas que no requieran polinización? Y cuando nos extingamos los seres humanos naturales, ¿quedará el mundo en manos de los cibernéticos primero, y después en las de los robots?

Y esto es todo por hoy, mis queridos papanatas. Bom Bom.

La crónica cósmica, de Nando Baba
La crónica cósmica, de Nando Baba
Share:
Published by

Nando Baba

    Deja una respuesta

    Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *